domingo, 11 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo VII - La Pesadilla Sigue)

Y cuando pude articular una palabra procuré que mi voz la llegase lo más natural posible. Algo difícil en esos momentos.

- Bien ya estás a gusto. Aquí estoy yo en mi casa, hablando tranquilamente contigo, no me ha pasado nada y tu anoche tuviste una sesión continua de pesadilla. Lo que debes hacer es no cenar tanto nunca antes de acostarte.

- Pues cené lo normal, como todos los días. ¿Sabes una cosa?. Es que si no te lo digo reviento.

- Hija, dímela.

- Mi madre tiene hoy un enfado, de los de morro que se lo rasca a distancia.

- ¿Qué la pasa?. ¿Lo sabes?.

- La he preguntado y dice que no es nada, tan solo que ha pasado una mala noche. Que también ha tenido pesadillas... contigo.

- Mira hija, luego te llamo yo. Han llamado a la puerta y no estoy muy presentable. Hasta luego.

- Hasta luego, llámame. Y... Papi, cuídate mucho, por favor.

- Descuida hija, adiós.

Mentira trapera, no habían llamado a la puerta. Pero si no cuelgo rápido hubiese hecho aguas menores encima. Del sudor frío había pasado a la piel de gallina, conforme iba la niña explicándose. Y de repente, como guinda del pastel, al decirme lo de su madre, me entró una tremenda necesidad del bajo vientre y me abalancé dentro del cuarto de baño. Mi sexto sentido ya para entonces tenía los fusibles a punto de estallar. Esto no es nada normal pero no me hacía falta preguntar a su madre qué tipo de pesadilla tuvo esta noche. Como digo, mi sexto sentido y mi séptimo y mi octavo, todos, todos, me decían que, algo había hecho alguien para que tres personas tuviesen el mismo sueño.

Claro que podía suceder que su madre hubiese tenido otra clase de pesadillas. Incluso yo aún las tengo de ella. Una que se me repetía mucho y que ahora ya voy olvidando, tiene que ver con un viaje que me resultó sonado. A mi siempre me ha gustado el campismo y, desde pequeño que me iba con mis padres, en cuanto tengo la ocasión agarro la “Canadiense” y me voy de acampada. Incluso, ya en nuestra Luna de Miel enganché una “Roulotte” y nos fuimos a la Costa Mediterránea. Pero esa fue otra pesadilla. La actual es otra algo parecida. Ya en el Verano de 1989, en un intento de salvar el matrimonio, decidimos irnos de vacaciones. Digo decidimos por algo decir. Es realidad siempre ella me dejaba a mi las decisiones, pero, al final, como quién no quiere la cosa, ella se salía siempre con la suya. Aunque los dos somos del mismo signo Tauro zodiacal y algo cabezotas, como digo, ella siempre se salía con la suya. Es una mujer que no la debe gustar la responsabilidad de tomar decisiones. Siempre que la preguntaba, al salir de paseo, o al ir a comprar algo, para cualquier cosa, siempre me contestaba lo mismo: “Lo que tú digas, lo que tú quieras, donde tú digas”. Al final, aquí el mortal humano se equivocaba, como siempre nos equivocamos los hombres. Y luego venían las frases de ella: “Tú lo decidiste, no yo”, “Es culpa tuya”, “Tú lo quisiste”. Es parecido a lo de ordenar el tirar una piedra y una vez roto el escaparate el pagano es siempre el propietario de la mano que la lanzó.

Pero es curioso. Yo terminaba decidiendo, me equivocaba y acabamos haciendo lo que ella quería y así nunca se equivocaba. De todas formas ella tiene un poder de fuerza de voluntad increíble. Cuando se la mete algo entre ceja y ceja los demás sobramos, si no somos de su utilidad y entonces tenemos que apartarnos. Muy fría y calculadora y muy querida de sí misma. Solo cariñosa cuando no hay problemas económicos por medio. A ella no la vale el dicho ese de “Contigo pan y cebolla”. Amiga de subirse a caballo de los demás cuando algo se propone y una vez llegado a su destino deja al caballo extenuado y ella se baja tan fresca. Es que solo se quiere a sí misma.

Pues aquél verano puse un enganche al coche. Mi padre nos dejó su “Roulotte” y empezó el viaje a la pesadilla. La primera preocupación surgió de ella y era, como no: “¿Tienes suficiente dinero para irnos de vacaciones?”. Mi respuesta: “Es igual, llevo doce años sin unas largas vacaciones de Verano, me quiero ir a la costa, respirar o reviento en la Ciudad”. La segunda preocupación era el lugar. Se presentaba un Verano muy caluroso y me apetecía ir al Norte, me gusta más el Norte, me gusta mucho, más fresquito, a la orillita del Mar, cerca de esas verdes costas. Ella deseaba ir al Sur que no conocía y también, a la orilla del Mar. Al Sur en pleno Verano Español, que locura. ¡Ah!, pero es que el coche tiene Aire Acondicionado. ¡Leches!, pero la “Roulotte” no. Ni que decir tiene que me senté al volante y me enfrenté al duro recorrido de la Carretera Nacional del Sur. ¡Que viaje!.

Ya puestos me apetecía ir a Huelva, a un Camping tranquilo cerca del Parque Nacional del Coto de Doñana. ¡Oye!, si el Presidente del Gobierno va allí en sus vacaciones, ¿Por qué yo no?. Nada, que acabamos en el Puerto de Santamaría, en Cádiz, en un Camping Municipal y con un montón de kilómetros en mi cuerpecito serrano. Ese Verano me quedé sin ver Huelva y Doñana y juré regresar a verlo al año siguiente. ¿Por qué acabamos en Cádiz?, porque a ella la apetecía. El resultado no fue el reflote de nuestro matrimonio, sino, el naufragio. Tampoco sirvió de nada el alto que habíamos hecho en el camino, en Sevilla, la Ciudad Romántica, Perla del Guadalquivir.

Como digo, ese Verano prometía ser muy caluroso y lo fue. Se registraron las mayores temperaturas del Siglo XX. Yo agarré una insolación tremenda paseando por las calles de Cádiz y para colmo un corte de digestión por culpa de unos huevos con tomate en uno de sus restaurantes. Y allí me encontraba yo, a cientos de kilómetros de casa, con 39 de fiebre, una diarrea impresionante, vómitos de angustia, dentro de una “Roulotte” a pleno sol, con 40 grados de temperatura en el exterior y unos 70 en el interior, en un Camping que sufría cortes de agua todos los días a partir de las nueve de la noche por la sequía de los pantanos.

No llegué a morirme, pero no me acuerdo de nada, ni del tiempo que pasé en ese estado febril. Solo recuerdo vagamente mis continuos paseos a los retretes y que nunca encontraba ninguno limpio y sin moscas. Pasados unos días mi primer alimento recomendado por un camarero, consistió en un Gazpacho Andaluz, muy bueno, fresquito, que me quitó todos los males y me puso el estómago en su sitio, o sea, de la boca para abajo. No así el trasero, pura herida ya, que pedía a gritos “polvitos de talco”, como a los niños pequeños escociditos.

Pero la vuelta al hogar no fue mejor que la ida. La temperatura exterior, cruzando Sevilla y Extremadura, iba en aumento, y a pesar del Acondicionado se pasaba mucho calor en ese infierno. Me pasé todo el camino rezando sin quitar la vista del indicador de temperatura de motor del coche, que se obstinaba en sobrepasar la zona crítica. Si hervía el agua del radiador no era por el esfuerzo del coche arrastrando el remolque. Era porque afuera la temperatura del aire estaba fundiendo el asfalto.

Posteriormente a aquél Verano, concretamente a primeros de 1990, en Invierno, la siguiente decisión obstinada que ella tomó fue pedirme la separación. Y aún hoy sigo creyendo que fue la única en la que ella acertó, por una vez en su vida.

Mientras me acuerdo de todo esto descargo mi vejiga y me hago de cruces pensando en la coincidencia de tantos sueños. ¿Y que hacía el taxista en los sueños de personas que si siquiera le conocen?. Vete tú a saber. A ver si resulta que en vez de una novela de amor voy a encontrar material suficiente para escribir una de Ciencia-Ficción. Ahora voy a cambiarme que ya he perdido demasiado tiempo.

Casi no oí que llamaban a la puerta. Y yo continuaba en pijama. Y como pasa el tiempo últimamente. Corrí a abrir y me topé cara a cara con el taxista.

- Si, no me lo digas, aún estoy sin arreglar y no te lo tomo en serio.

- Pues date prisa que ya está bien contigo. Los demás nos molestamos y tu tan ricamente.

- ¿Dónde está la chica, decías que venía contigo?.

- Ha quedado abajo y no quiere subir. Temo que se nos escape. Venga, corre a vestirte.

- Bien, siéntate ahí y me esperas. En seguida me cambio y bajamos rápido.

Corrí a mi habitación, me vestí en un instante y pasé al cuarto de baño. Mientras tanto, Jesús se había sentado en la sala de estar y curioseaba todo. Traté de imaginarme otra vez, cuál sería el final de esta rocambolesca historia. Se me antojaban varios finales que siempre les ponemos los autores de novela, que, al fin, la chica se casaba con el escritor y que además resultaba ser una hermana del taxista que emigró de pequeñita con unos tíos suyos y que ahora se habían reencontrado. Muy bonito, ojalá fuera así mismo de fácil.

Cuando entré en la sala de estar, el taxista se estaba mordiendo las uñas.

- Dime Jesús, ¿Nos daría tiempo a charlar tu y yo un ratito antes de bajar?.

- No quiero arriesgarme a llegar abajo y que ella se haya perdido de nuevo.

- Está bien, te advierto que ya ardo en deseos de conocerla. Vámonos, levanta de ahí.

- Podemos ir hablando mientras bajamos. Especialmente sobre ese sueño de anoche y que tu y yo conocemos bien.

Intenté quedarme helado, pero no fui capaz. En vez de eso abrí, como un tonto nervioso, la puerta de la calle y acto seguido salimos ambos de casa. Mientras esperábamos al ascensor noté que él se había dado cuenta de que acababa de dar en la diana. Pero no añadió ningún comentario más.

- Jesús, ¿Qué está pasando realmente?.

- Hablé con ella, Theo, es extraordinaria. La encontré por la calle esta mañana, la llamé y al principio me rehuyó. Pero luego la acorralé y acabó cediendo... un poco nada más. Me habló de ti y de mí. Theo, ¡Sabía que la buscábamos!, ¡Dios mío!, ¿Te das cuenta?. Me dijo lo mismo que antes a ti por teléfono, que la olvidáramos. Y mientras me hablaba, frente a mí, yo la deseaba aún más, la miraba y la deseaba. Y sé que después de mi historia, mi Diario y de todo esto, tú también la quieres, me lo ha dicho ella misma. Y yo te partiría tu cabeza, por ella, por celos simplemente. Tranquilo, no lo voy ha hacer. Pero solo me detiene un motivo.

Yo le miraba boquiabierto y no le quise preguntar nada. Entonces él prosiguió.

- Mira Theo, la quiero, sabes que la quiero con toda mi alma. Paro cuando la tengo frente a mí, tan hermosa y deseable, al alcance de mi mano, tengo miedo. No es miedo tímido, no. Simplemente que la misma atracción que ella me produce, me repele al mismo tiempo, se me erizan los cabellos, tengo miedo, Theo, miedo no, terror, sí eso es, siento terror.

Antes de que pudiese contestarle la puerta del ascensor se abrió y me quedé fascinado. Al fondo del portal, al trasluz de la puerta había una figura. Era ella, con toda su magnitud de belleza. Tal y como la había deseado. Ella me miró y entonces nuestros ojos se encontraron y creí morirme. Me pareció como si me fuese a zambullir en esos dos preciosos estanques cristalinos y entonces la fuerte sensación de vértigo me invadió y a punto estuve de perder el conocimiento. Me recuperé inmediatamente porque cerré mis ojos y esa misteriosa fuerza desapareció. Volví a abrirlos y procurando no mirarla fijamente empecé a interesarme por ese fenómeno.

- Mujer, ¿Quién eres?.

- Nadie.

¡Dios mío!, hasta su voz era perfecta.

- ¿Qué quieres de mí?.

- Vosotros me habéis llamado, no yo.

- ¿Eres de ésta Ciudad?.

- Soy del Mundo.

La situación era ridícula, una entrevista de locos en un portal. Para acabar de rematarlo una idea surcó mi cabeza.

- ¿Eres una extraterrestre?, ya sabes visitante del espacio exterior, enviada para alguna misión.

- Nadie me envía. Solo soy yo misma.

- ¿Eres algún robot humano, hecho con alguna especie nueva de energía, quizá?.

- Todos somos energía, él, tu y yo.

- ¿Qué te trae a ésta Ciudad?.

- La vida es así.

- ¿Por qué nos conoces tan bien?.

- Vosotros me hacéis perder el tiempo. Ahora que me habéis visto alejaros de mi. Aún no estáis preparados, no os convengo.

La situación se me escapaba de las manos. La había preguntado pero no me había dicho nada, absolutamente nada. Como empecé a intuir una buena historia, rápidamente me puse a pensar en cómo convencerla para seguir a su lado. Antes de que algo ocurrente se me viniese a la cabeza Jesús se me adelantó.

- ¿Cómo te llamas?.

- Tengo muchos nombres.

- Mira, preciosidad, como te llames. Antes no me lo has querido decir y ahora tampoco. ¿Qué te parece, si tienes de verdad tanta prisa, que te lleve en mi taxi y así ganas tiempo?. Y no me digas un no porque no te lo acepto.

- Bien, llévame. Peor para ti.

- Esperad un momento, un momento. Que yo también voy con vosotros.

- Tú eres más listo que él. Vuelve arriba, a tu casa. Aún estás a tiempo.

- Ni hablar. Donde vaya Jesús voy yo. Eso lo tengo más que súper decidido, preciosa.

- Y yo estoy de acuerdo con Theo.

- Escucha, escritor. De mi puedes que saques una buena historia, nada más, pero no vivirás para escribirla.

- ¿Tan peligrosa eres?.

- Dicho está que no te conviene mi presencia a tu lado.

- Venga ya, vámonos los tres, me dices donde te llevo y todo esto lo vamos hablando por el camino, si tanta prisa tienes.

- Sois muy testarudos. Bien, taxista, llévame al Hospital Clínico, que tengo algo que recoger allí.

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