domingo, 25 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo IX - Amor y Sexo)

¿Tan fuerte era el recuerdo de ella que creí lo iba a encontrar en esta imagen?. Signo inequívoco de que me había calado muy hondo en mi sentimiento. Pensé que no iba a poder renunciar nunca a ella y en realidad no puedo, no quiero. Hacía unas horas que la dejé con el taxista y ya la echaba de menos. ¡Dios mío!, con qué fuerza la deseaba en estos momentos. Nunca creí volver a enamorarme con tanta intensidad. La necesitaba, quería verla otra vez. Miré de nuevo el rostro de la imagen mientras pensaba en ella, la otra divinidad. Y ese rostro me devolvió lágrimas en su mirada. Y yo comencé a hablarla con el pensamiento. Tu me comprendes porque eres mujer y madre, y sabes de cariños y de amores eternos. Pero quizás no comprendas con qué fuerza puede bombear mi corazón un “Te quiero” en cada latido. Quiero a mi bella desconocida, la necesito. Si ahora pudiera ella oír mi pensamiento la gritaría hasta quebrar mis sesos por el esfuerzo; te quiero, ven a mi lado, te quiero...

- Te quiero. Por favor, al menos dame el amor, te quiero.

Estaba hablando en voz alta sin darme cuenta y de repente un ruido a mis espaldas me hizo callar y volver la cabeza.

- Theo, yo también.

No lo pensé dos veces, con la emoción nublándome los ojos y ahogando mis palabras en mi paladar, eché a correr hacia ella y ambos nos fundimos en un fuerte abrazo y un beso demencial.

- No puedo creerlo, mi desconocida, me has escuchado, al fin me has escuchado.

- Calla por favor, calla. Abrázame y calla, el silencio siempre puede ser maravilloso.

- ¿Por qué me quieres tu también?.

- Eres el único que no me ha temido, el único que me ha amado y me ama con tanto cariño encendido.

- No me dejes nunca más. No me importa quién seas, pero no me dejes. Te acompañaré siempre donde quiera que vayas.

- Antes tienes que oírme, Theo.

- No, no quiero saber nada ahora. En estos momentos estoy contigo, me quieres y te quiero, no quiero saber nada mas.

- De eso se trata, es importante.

- ¿Qué puede ser más importante que esto?.

- Escúchame con atención. Si de verdad tanto me quieres mañana yo te busco y te vienes conmigo. No, no digas nada aún y escucha. Antes me tienes que prometer que vas a analizar y meditar profundamente sobre lo nuestro. Pero te doy un consejo; no te dejes llevar por tu corazón.

- Me parece que estás desvariando.

- Ve con cuidado y no te lo tomes a broma. Esto va en serio, muy en serio. Escucha, habla con Jesús el taxista, dice que va a romper el Diario. Yo he hablado con él y ha decidido olvidarme.

- ¿Y me deja a mi el campo libre contigo?.

- ¿Quieres escucharme?. Tuvimos una larga conversación, de vuelta del Hospital. Le dejé bien claro todo lo respecto a mi persona y entonces él, y solo él, decidió hacerse de tripas corazón, querer romper su querido Diario y empezar una nueva vida olvidando. No es un cobarde, no, sencillamente es una persona sensata, como tantas otras que me conocieron. A ti te diré lo mismo que a él y tu decidirás, no yo.

- Acaba de una vez, cariño.

- Theo, yo no puedo ocultarte que me gustas, me he enamorado de ti igual que de muchos otros, mucho antes. Digamos que casi soy la novia ideal de muchos de los que en algún momento pasaron en su vida por un rato delicado. Por eso mismo, solo a ti te daré a escoger entre tu vida en libertad o yo, tú decides.

- ¿Tan especial eres?.

- Yo soy, sencillamente yo.

- ¿Y tu quién eres?.

- No, aquí no. Acerquémonos a tu casa y lo hablaremos. Este no es el mejor sitio para decírtelo.

Salimos juntos de esa Iglesia y caminamos en silencio hasta mi casa. Sin acordarme de que ella podía leerme el pensamiento, empecé a divagar sobre la auténtica identidad de la chica. Por mi cabeza me pasaron ideas absurdas y no tan absurdas. Llegué a relacionarla con un mundo de espías, de vida intensa y peligrosa, de ciudad en ciudad. Pero tuve que descartarlo al mirarla y comprobar que se estaba riendo mientras me miraba. Su mirada parecía decirme frío, frío, igual que en los juegos infantiles de adivinanzas. La iba a resultar muy difícil cambiarme de opinión, ya que interiormente yo tenía decidido dejarlo todo por ella y seguirla al fin del mundo si ella me lo pidiese. Además, en esos momentos yo me encontraba en la gloria, camino de mi casa y llevando de la cintura a una semidiosa que seguramente despertaría envidias entre todos los que nos viesen. Pero no sucedía así. Estábamos pasando desapercibidos y eso no era posible.

Cuando llegamos a mi casa no había nadie y estaba desierta. El tablón de los avisos estaba lleno de llamadas telefónicas con recados, pero no me entretuve en leer ninguno, hoy no, ahora no. Ella, sin decir palabra se encaminó a mi habitación y yo detrás. Sin dejar de mirarme comenzó a quitarse los botones de su ajustado vestido y dejó que éste se deslizase hasta caer a sus pies. Envuelta solamente en su desnuda belleza se recostó sobre mi cama y mi mente se bloqueó del mundo que nos envolvía, anticipó imágenes de futuras caricias y llenó la estancia de un deseo animal de prisas por apagarlo. Nunca llegué a saber que deseaba más con tanta fuerza, si su amor o su cuerpo.

Debí quedarme dormido, sin darme cuenta, hasta que el insistente timbreteo del teléfono me sacó de mi sopor. Ella no estaba a mi lado, ni en la ducha, ni en el resto de la casa. A juzgar por las inequívocas señales hacía rato que ella se había largado. Descolgué el teléfono y era Jesús, el taxista.

- Theo, tengo que hablarte.

- Yo también. Me ha sucedido algo extraordinario.

- Entonces baja aprisa que te espero. Estoy aquí en el Bar de la esquina de tu calle.

Comencé a vestirme sin dejar de pensar en ella. Me parecía irreal que esa chica hubiese estado conmigo. Que extraño me estaba resultando todo ahora. Al abrir la puerta de la calle casi me di de cara con Angélica, una chica estupenda, buena amiga mía y que nos une una curiosa historia. Digamos que Angélica para mi es algo así como mi Diario secreto y a su vez yo lo soy para ella.

- ¿Y que son esas prisas, Theo?.

- Hola, cielo. Baja conmigo y te lo explico, me está esperando alguien abajo.

Mi vida y la de Angélica se cruzaron hace un tiempo porque ambos estábamos buscando un piso compartido, cuando ambos nos dolíamos de un amor que no pudo ser y necesitábamos de una mano amiga. Posteriormente a aquello, si alguna vez alguno de nosotros se notaba desfallecer, con una llamada y una cita en algún coqueto Bar, ambos nos devolvíamos las fuerzas. Gracias a ella me conseguí superar de una época en la cuál comencé a escribir solo para mí y me negaba a dar a conocer mis trabajos. Pero Angélica tiene una fuerza increíble en personalidad. Consiguió convencerme para publicar esos trabajos y me hizo ver mis valores como persona. Estúpido de mí que, últimamente, no había acudido a ella cegado por completo en esta historia. Y ahora, cruzando nuestras miradas, me arrepentí seriamente de no haberlo hablado mucho antes con Angélica.

- Angélica, estoy muy confuso.

- ¿No puedes anular esta cita?. Podemos irnos a algún sitio y lo hablamos.

- Imposible. Ven conmigo a ver a esta persona y me das tu opinión sobre este asunto. Me vas a decir que llegas demasiado tarde, pero creo que he tomado un camino sin señalizar, no se donde va y además hace rato que dejé atrás la parte asfaltada.

Llegamos al Bar y la presenté al taxista. En un momento Angélica estuvo al hilo de la historia y también se enteró, conmigo, de la última parte que yo aún no conocía. Jesús nos lo contó con pelos y señales, me dejó pálido, mi estómago dio un vuelco y salí corriendo a los servicios. En ellos dejé mi asco y mis fuerzas, pero no pude dejar el amor.

De vuelta a la mesa del Bar observé que ninguno de los dos hablaba. Me senté y Angélica tapó con su mano la mía, que descansaba sobre la mesa. En un gesto cariñoso y con una mirada de ternura oprimió levemente mi mano. Aún no se la intención de su gesto, pero yo lo interpreté como si Angélica prefiriese sacrificarse ella por mí, dándome a entender que me amaba, veladamente, más que a nada, que olvidase mi Diosa y marchase con ella. Empezaba a anochecer, el día había pasado demasiado rápido para mí y el día siguiente era decisivo, muy decisivo. Yo no encontré palabras y me levanté decidido a irme a casa. Ni Angélica ni Jesús dijeron nada, pero ella retuvo, dolorosamente, mi mano hasta que la tensión de la separación la hizo soltarla. Pero como gran mujer que es no dijo nada y consiguió dejarme un buen recuerdo de la escena.

De regreso a mi casa, al entrar, seguía el piso casi vacío. Sobre el sofá del salón descansaba, su menuda figura, nuestra compañera de piso Marta. La saludé al pasar y me fui a mi habitación. Allí estaba el Diario del taxista. Lo cogí con rabia y comencé a partirlo con furia, con desesperación. El ruido atrajo a Marta a mi cuarto que, se quedó apoyada en el marco de la puerta, observándome.

- Theo, ¿Estaría feo si te dijese que me apetece irme de copas contigo esta noche?.

- ¿Hay algo que celebrar?.

- Nada en absoluto. En serio, no me interpretes mal. Dos compañeros de piso pueden salir a tomar unas copas, supongo.

- ¿Esta noche, ahora?.

- ¿Por qué no?, nunca hemos salido juntos, siempre estás muy ocupado de aquí para allá.

- Marta, llévame contigo. Quiero hoy desahogarme de algo y no se de qué.

Marchamos juntos y ella me llevó a una Discoteca de esas que suelen estar abiertas hasta el amanecer. Bebimos unos cubatas y nos contamos mutuamente nuestras vidas. Es curioso, vivir tanto tiempo junto a unas personas y no conocerlas. Quiero decir, que no sabes de su vida personal, de sus problemas, de sus anhelos, de su trabajo. Y son personas, vidas humanas a tu lado, tan cerca de ti, compartiendo el mismo techo. Creo que debo dedicarme, de ahora en adelante, a conocer más y mejor a las personas que tengo más cerca de mí todos los días.

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