domingo, 12 de abril de 2009

RECUERDOS DE MIS ESCRITOS

A lo largo de toda mi vida siempre he escrito temas de todo tipo. Tengo una forma de ser que me hace desahogarme con la escritura y reflejar parte o todo mi estado de ánimo en esos momentos. También es verdad que mi misma forma de ser se vuelve contra mí y lo que un día escribo luego lo dejo por algún rincón de la casa olvidado. Después sucede que un buen día lo encuentro, lo leo y como tengo otro estado de ánimo, no me gusta lo que leo y lo destruyo. Soy así y todos me dicen que no debería destruirlo, pero es superior a mis fuerzas. Incluso ahora, al volver a leer lo que he ido recuperando, me quedan ganas de destruirlo.

A partir del año 1990, quise hacer un gran esfuerzo y procurar almacenar todo lo escrito y lo futuro por escribir. Tengo una buena ayuda con el Ordenador Personal. Con su Editor de Texto puedo escribir y escribir, que todo queda almacenado en sus discos magnéticos, con lo cual todo está junto en un mismo sitio y no cada cosa por su lado. También se que es fácil apretar un día una tecla y cargarme, de golpe, cientos de páginas. Pero voy a ver si me controlo y procuraré no hacerlo.

Ese mismo año de 1990, por motivos personales y familiares, fue el único “Año Sabático” que me he tomado en mi larga vida y por ello quise reencontrarme conmigo mismo y darle a mi vida un nuevo giro, una nueva etapa y aprovechar para poner en orden un montón de cosas en mi vida. Ha sido el año que más tiempo tuve y por ello el año en que más pude escribir, aunque, también he de reconocer que fue un año intenso, de buenos y malos momentos, para recordar y olvidar.

El caso es que también aproveché para poner orden en todos mis papeles y empezaron a aparecer algunos escritos míos y que yo daba por destruidos para siempre. Por supuesto, mi primera intención fue cargármelos después de leerlos. Pero opté por pasarlos al Editor de Texto antes de destruirlos. Así es como me ha salido una recopilación mía de escritos que abarca unos 25 años de mi existencia. Algunos temas recuperados están completos y otros no, porque de seguro que destruí el resto de ellos y dejé solo algunos papeles que tenían escrito al dorso apuntes de interés para mí. Por eso se salvaron.

Puestos en orden de antigüedad esta recopilación de mis escritos, que iré publicando en este Blog, contiene los siguientes títulos:

- El Llanero Solitario contra Toro Sentado. (Navidad de 1965). (En esta mini novela yo tenía unos 9 años de edad).

- La familia White. (1969).

- El accidente. (1975).

- Diario apócrifo y esquizofrénico de un progre productor. (1976).

- Un error. (1978).

- Una historia con mil millones de años. (1985).

- Para ti. (14 de Febrero de 1985).

- Cartas a mi amor platónico. (Abril de 1988).

- El baile; Una historia de amor. (Abril de 1990).

- La pelota. (Abril de 1990).

- Brindis. (12 de Mayo de 1990).

- Las diosas no saben sonreír; 1ª parte. (Mayo de 1990).

- Mujer licor de algodón. (Junio de 1990).

- El duende Rog. (Julio de 1990).

- ¿Y si matamos al perro?. (Noviembre de 1990).

- Encadenadas. (Diciembre de 1990).

- Susy y su asesino). (Diciembre de 1990).

- Las diosas no saben sonreír; 2ª parte. (Diciembre de 1990).

- Exposición. (1990).

A fecha de hoy ya no existe ninguno de todos estos manuscritos y tan solo queda constancia de todo lo escrito en mi Disco Duro y ahora en este Blog.

Abril de 2009.

domingo, 5 de abril de 2009

MUJER LICOR DE ALGODON

No me atrevo a hablar porque no se me quiebren las palabras. Y cuando hablo, caen con pesadez de piedra y no llegan a oídos de nadie. Muchas caras a mi alrededor, todas con ojeras. Y mucho frío en mi mano que agarra con torpeza un vaso, largo con bebida y hielo. Mis ojos están semicerrados y mis pies queriendo soportar mi precario equilibrio. Sí señor, buena borrachera acabo de agarrar. La música, alta de volumen, golpea mi cerebro y se incrusta en cada poro de mi piel con monótono compás, indescifrable. Frente a mí una amiga acompañante que, mismamente padece mis efectos, observa su vaso y duda si acabar por hoy o pedir otro vaso. La noche aún es joven, pero a este paso la estamos matando.

Contemplo anonadado que me falta el reloj de pulsera en mi muñeca derecha. Pero aparece, intacto, en mi muñeca izquierda. Pensándolo bien, siempre lo he llevado puesto en la izquierda. Al rato mi amiga ha desaparecido de mi vista. Se habrá ido a los baños, sin avisarme, o quizás ha visto a alguien conocido, al otro lado de la sala, para ir a saludarlo. Ahora, si me muevo de mi sitio, nos perderemos mutuamente entre la multitud. Y solo nos encontraremos al cierre del local, cuando quede vacío. Mejor me quedo quieto.

Miro sin ver. No reconozco a nadie. Y estoy tan cansado. Busco por mis bolsillos un cigarrillo o algo que se pueda fumar. No encuentro nada y al rato descubro que tengo la cajetilla y el encendedor frente a mí, sobre la barra. Pero veo dos cajetillas y dos encendedores. Bueno, no veo doble. Una cajetilla es de mi amiga… que susto. La luz del local me parece cada vez más tenue y no es por mis ojos semicerrados. Frente a mí vuelvo a descubrir el rostro de mi amiga que está ya de vuelta y me mira con atención, para cerciorarse que soy yo y no un desconocido en el mismo sitio. Apura su vaso, contempla el mío y opta por pedir otras dos consumiciones.

Como ambos vivimos cerca no creo que nos perdamos de vuelta a casa. Acepto la oferta, apuro mi vaso y agarro el nuevo, que viene aún más frío. Además la regalo una sonrisa que, en mi estado de embriaguez, no me puede salir con más cara de imbécil. Pero no nos decimos palabra alguna y seguimos bebiendo juntos, pero ausentes de los demás. De vez en cuando nos contemplamos mutuamente, como si nunca nos hubiésemos visto. La luz ya es apenas perceptible. ¿Qué hora debe ser?. No puedo ver la hora en mi reloj. Pero debe ser ya tarde porque a mi amiga se le pone cara de sueño. Y cuando se le pone cara de sueño se vuelve rostro infantil, como pidiendo un peluche para dormir. Finalmente determinamos el no apurar los vasos de licor y nos salimos fuera del local.

Afuera aún reina la negra y sensual noche. La ciudad dormida, los coches dormidos, nosotros dormidos despiertos. Ella busca su coche. Y está casi a la puerta del local, pero ambos no estamos en condiciones de conducirlo. Mejor lo quedamos quieto en su sitio. Juntos nos vamos caminando a casa, disfrutando de la cálida noche serena, oyendo el silencioso eco de nuestros pasos. Si el ser humano cuenta, como tiempo transcurrido, tanto los días como las noches, ¿Por qué no vivirlas también despierto?. Los dos vivimos cerca y no nos cuesta trabajo el llegar a casa. Llegamos, nos despedimos y quedamos para el día siguiente, por la mañana.

Despierto con profundas ojeras y fotofobia en los ojos. Hago lo imposible por arreglarme un poco y salir a la calle. Afuera la luz solar consigue herir mis ojos aún a través de los oscuros cristales de mis gafas de sol. Camino embotado, con la boca pastosa y un zumbido permanente que taladra mi oído izquierdo hasta la parte superior del cráneo. Quiero ir en autobús y consigo subirme en el que no quiero. Al final acabo por bajarme en la siguiente parada y orientándome, a duras penas, logro caminar en la dirección adecuada.

Tal y cómo quedé con ella llego a buscarla a donde trabaja. Pregunto por la Doctora y me llevan a una sala inmaculadamente verde. Al poco llega ella, me mira con gesto cansado y nos ponemos a comprobar unos trámites. Algunos de sus compañeros se acercan a nosotros, preguntan no se qué y se marchan satisfechos. Ella me recrimina para que me apee del tuteo y la dé el serio tratamiento de usted Doctora. Qué curioso; Alcohol, algodón y agua de día. Alcohol, licor y hielo de noche. Mujer licor de algodón. Luego me pregunta por su coche. No sé en qué parte de la ciudad se quedó. Me marcho luego de convenir con ella en buscarlo por la noche. Retorno mis ojos de los artificiales fluorescentes a la natural claridad del sol y camino rumbo a mis otros quehaceres.

Llegado el atardecer, en casa, preparo mi cama y duermo una profunda y reparadora siesta. Sueño con luces, vasos y música. Luego con vidrios verdes inmaculados y coches verdes. Aún más, con luces de doctoras y clínicos termómetros de hielo en largos vasos con licor de algodón, vidriosos ojos de mujer sensual y con boquita infantil pecadora. Después, una música con partitura de timbre despertador, me saca de mis sueños y me devuelve, aturdido, al mundo de los ojos abiertos. Consigo mirar el reloj y parar su estruendo, levantarme y apagar mi estruendo, arreglarme en grato silencio y esperar la hora de la cita. Mientras, busco algo comible en el frigorífico para desentumecer mandíbula y acallar mi quejumbroso estómago vacío.

Unas horas después el reloj me marca la hora de Cenicienta y yo salgo a la calle. Me han devuelto la noche pero a mis ojos no se lo he dicho y se empeñan en conseguir ver con nitidez más allá del metro de distancia. Entro en un bar y me aparco en un taburete alto y con forma de as de copas. Al momento llega mi amiga Doctora usted, que sigue sin encontrar su coche. Nos tomamos juntos algo con graduación alcohólica nada alarmante y procuramos acordarnos del local aquel, el de la noche anterior, si, ese de la tenue luz… ¿Cómo se llamaba?... ¿Ah!, pero… ¿Era música aquello que sonaba de fondo?... qué bueno, entonces no era mi cabeza dando alaridos.

Ambos coincidimos en que aquel local debía ser una discoteca. Pero según este sabiondo camarero, existen muchas en esta ciudad. Tendremos que unir fuerzas y empezar a buscar. Si encontramos el local, encontramos tu coche. Y volvimos a la calle, juntos, a patrullar la ciudad prohibida, mi amiga y yo. Dentro de ese bar nos dejamos olvidado el antifaz de la Doctora usted y la mayor parte del cansancio diurno. Acometimos nuestra tarea, pero el resultado no era el deseado y el coche seguía sin aparecer. Luego decidimos hacerlo al revés. Empezaríamos a buscar el coche y así encontraríamos el local discoteca. Pero no contábamos con la ocurrencia del ciudadano que, parecía, solo compraba coches de esa marca nacional y además, de ese mismo modelo. Así, descubrimos toda la gama de colores utilizados en su fabricación.

Más tarde comenzamos a intentar recordar las calles. Pero los únicos en saberlas debían ser nuestros pies y se nos negaban a decirlas. Por lo visto, el alcohol de esa noche nos había lavado el disco de memoria de nuestro cerebro. Y eso si no nos habíamos olvidado, también, de conectar ese disco. Con todos estos cortocircuitos cerebrales, volvimos nuestros pasos, justo hasta el bar del comienzo de nuestras pesquisas. Las horas habían ido avanzando y la noche ya no era tan joven y nos alcanzaba en madurez. El mismo sabiondo camarero nos dio la solución: A mayor graduación alcohólica podríamos revelar nuestra imagen en negativo de la noche anterior. Ni cortos ni perezosos nos pedimos unos vasos largos, con mas licor que hielo, por aquello de recuperar las horas perdidas hasta entonces. El resultado fue asombroso y al volver a poner nuestros pies en la calle, estos, se nos pusieron en marcha, robaron la iniciativa al cerebro y en pocos minutos, en una de las cercanas calles, apareció el local discoteca famoso. Y luego apareció su coche, al lado de la puerta del local, en esa maldita calle que nos faltaba por mirar. Por supuesto, nos metimos en el dichoso local discoteca para celebrarlo.

Al entrar parecía que lo hiciésemos en nuestro propio hogar. De entrada nos saluda el camarero como si nos conociese de toda la vida. Luego nos sirve, sin pedírselas, nuestras bebidas favoritas y en los ya familiares vasos largos y fríos. Así pues, mi amiga y yo coincidimos de pensar en que debía ser nuestro lugar nocturno habitual, sin nosotros saberlo. Entre trago y trago comenzamos a recordar el por qué no recordábamos. Debía ser que siempre acabamos en este local, cuando, en las noches, locas por lo general, ya se nos había lavado la memoria de nuestro cerebro. Seguimos hablando y bebiendo. Y decidimos empezar a lavar.

Pero ésta noche lavamos poco y hablamos más de lo normal. Mis palabras aún no se han vuelto piedras y el rostro de ella aún no se ha vuelto infantil. Pedimos otra consumición y logramos reventar nuestras vidas. A ella no le gusta su trabajo y a mí tampoco el mío. No la gusta su coche y prefiere otro que no sea tan corriente y tan nacional. Ella quiere saber el secreto de vivir sin trabajar, vivir sin dormir, vivir viviendo. Y yo también quiero vivirlo hasta morir. Al final ambos nos ponemos un silencioso sello en nuestro pacto, apuramos los vasos y para ganar tiempo a la noche pedimos nueva consumición, esta vez sin el frío hielo, para que no desplace cantidad y mejore calidad.

Horas después, colofón de un espantoso silencio entre ambos, su cara infantil y mis piedras nos indican que debemos salir de allí. Damos el primer paso y luego los restantes y claro está, salimos a la calle. Vemos su coche entre tinieblas, nos miramos, nos reímos y arrancamos a andar por las mismas calles de todas nuestras noches. Total, el coche puede seguir donde está y quizás mañana lo encontremos a la luz del día. Y si no lo encontramos ya sabemos la fórmula nocturna de los objetos perdidos. Si, nosotros sí que somos unos perdidos. Pero nos gusta perdernos, perder todo, menos nuestras noches de perdición. Más tarde aún no lograba yo acordarme si sonaba el taladro de música en aquel local. Esta noche debimos matar la noche y su música. Si podemos, mañana matamos los vasos, el coche y quizás al camarero.

Por una vez, el camino a casa se nos hizo más corto, mas deliciosamente silencioso, mas secretamente cómplice. Quedamos en vernos al día siguiente, en la mañana, como siempre. Y nos fuimos a casa, no nos pillase el maligno amanecer que rompe todos los hechizos, deja al descubierto los verdaderos rostros nocturnos trasnochadores y llena el aire con perfume de hornos de pan caliente y frescos jabones de baño. También cierra los lechos de parejas juntas, que amanecen juntas, que también vivieron su noche, as u modo, con otra clase de pacto, unida desunión. Pero este amanecer mío, a golpe de despertador ruidoso, me trae, hoy, malos presagios. Me arreglo deprisa, agarro mi fotofobia, mis ojeras y mis oscuras gafas de sol y me marcho a donde ella trabaja. A la puerta de las verdes e inmaculadas salas me pongo en los labios el tratamiento de Doctora usted. Y me dicen que no está ella, que hoy no viene ella, que ya no trabaja aquí ella. Salgo a la calle, asalto un endiablado teléfono público que insiste en pedirme más dinero y marco las únicas cifras que soy capaz de recordar en estos momentos. La voz de la Doctora usted, al otro lado del hilo, me explica de no sé que carta recibida, de no sé que traslado con ascenso, de no sé que lejana ciudad que quizás figure en los mapas y de no sé que extraño adiós, hasta siempre o hasta nunca.

Esta tarde no pude dormir, no encontré sueño. Únicamente pude llenarme de soledad, de miedo a la próxima noche, de miedo a las siguientes noches, todas contra mi solo. Así, al llegar mi hora Cenicienta, asomé tímidamente a las nocturnas calles. Intenté tomar valor pidiendo algo fuerte en aquel bar del camarero sabiondo. Y casi lo consigo. Una joven ambulante me quiere vender una de las flores que ella lleva, se la compro y pido otro licor más fuerte. Cuando creo poder dejar mi timidez sobre el taburete as de copas, salgo a la calle de nuevo y me dejo llevar por mis pies y mi prelavado cerebro. En una tapia veo pegado un cartel alusivo a la peligrosidad del tabaco. Yo fumo, soy de la escuela de los fastuosos anuncios, años atrás, sobre las ventajas del fumar y su consumo ensoñador sobre motos o caballos. El cartel reza así: “No quemes tu vida, disfrútala”. Inmediatamente saco mi rotulador y añado “… fumándola con placer”. Y continúo mi camino. Tal y cómo intuí, luego de cruzar calles, encuentro nuestro local discoteca, de noches bellas. Pero su coche no está al lado de la puerta, su coche se lo ha llevado ella a esa extraña ciudad del mapa. Me acerco al pié de la acera y como fúnebre despedida beso la flor que dejo caer sobre el asfalto, que siempre sirvió de oscura mano acogedora de su coche nacional. Adiós, querida amiga.

Minutos después entro en la tenue luz del local y esta vez vuelvo a sentir la hiriente y ofensiva música que lo llena. Hoy no tengo ganas de matarla. El sonriente camarero ya no está tan sonriente y mi frío vaso ya no está tan frío. Luego de tres consumiciones demasiado seguidas yo he conseguido mi cara de imbécil y mis palabras pesadas como piedras. He conseguido lavar con alcohol mi disco cerebral, pero no he visto aun ningún rostro con sueño infantil frente a mí. Y los que veo por aquí, que parecen infantiles, no me gustan. Abandono el local mucho antes de nuestra hora habitual. La flor sigue sobre el asfalto y no vislumbro su mágico hechizo puesto que tu coche sigue sin estar ahí. Enfundo las manos en mis bolsillos y recorro calles y mas calles vacías, negras de noche, ausentes de pasos junto a mí. Me espera un duro amanecer y lo peor es que lo presiento. Pero miro al cielo estrellado y comprendo que no voy a poder detener la bóveda celeste en su loca carrera diaria. Hasta la diosa Luna, hoy, se me ha negado a dejarse ver por un mortal. Si, las noches me van a resultar más noches a partir de hoy, más largas, mas altas damas de inaccesible placer. Si no logro sobrevivir arrojadme sobre mi flor de asfalto, así la guardaré el sitio a su nacional y me llevaré a esa tumba nuestro secreto de la fórmula del licor de algodón.

Años más tarde, cientos de noches después, he vuelto, como cada día de mi supervivencia, a mi taburete as de copas, en ese bar. El sabiondo camarero me da la buena noticia, mi amiga Doctora usted está al final de la barra. Corro a tu encuentro y me encuentro que no estás sola. Me presentas a tu apuesto marido, un Doctor usted. Estás más guapa, te sienta bien tu nueva sonrisa feliz de aquella lejana ciudad. Aquí mi marido, aquí un amigo perdido. Saludo, me cuentas tu vida, te cuento mi vida, la flor de asfalto y aquél famoso y frío licor de nuestro pacto. Risas, besos y abrazos entre copa y copa. Tu marido también bebe. Me despido, mañana, pasado mañana, otro día quizás nos vemos. Subo a mi casa y me apetece romper la noche. Y la rompo. Hoy no tengo hora Cenicienta, he parado el reloj. Mis sábanas se extrañan al envolverme en hora nada habitual. Y suena el teléfono. Dudo de contestar o taparme con la almohada y finalmente contesto, por aquello de las llamadas de emergencia. Y de una emergencia se trata, eres tú, acabas de dejar a tu marido sobre el as de copas, con la Doctora usted en su bolsillo. Dices que has dejado a tu querido nacional sobre la flor de asfalto, quieres que vaya contigo a buscarlo. Que quieres poner cara de sueño infantil ante mi imbécil rostro de palabras de piedra. Que quieres volver a vivir, sentirte de nuevo mujer licor de algodón.

Junio de 1990.

domingo, 29 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (y Capitulo XVIII - Otra Amiga)

Me habían hablado de que los escritores tenemos una maldición y que es la de estar condenados a estar solos el resto de sus días. Empecé a creerlo, aunque, en raras ocasiones no sea del todo cierto si que se dan mayoría con esa maldición. Y no es porque yo no ponga empeño en no estar solo y no lo consiga. Lo que me pasa es que tengo un miedo horrible a las mujeres, bueno, me gusta tener mujeres amigas y esas no me dan miedo. Pero cuando alguna mujer me habla de amor entonces saco mi coraza hecha del miedo a querer y ser querido. No es que eso sea malo, al contrario, lo cierto es que mi miedo es a que ese cariño se la acabe y me dejen otra vez tirado a la basura. Ese miedo es tan fuerte porque se que yo no podría soportarlo de nuevo y por eso me pongo la coraza al mas mínimo atisbo de amor. Lo mismo me pasa si soy yo el que se enamora y el miedo a no ser correspondido me hace silenciarlo. Con la única que no me pasó todo esto fue con mi bella desconocida.

Seguían pasando los días del verano, calurosos todos, lentos y largos. Escribí algunos relatos mas, todos cortitos, pero mi novela no conseguía empezarla y se sucedían las llamadas de mi Editor que empezaba a ponerse nervioso. Un día en que estaba yo tomando algo parecido a una hamburguesa en un local, me encontré a un buen amigo que iba acompañado de una chica. Nos presentó y ella me comentó que era pintora, que tenía unos cuadros expuestos y que podía ir a verlos, a ver que me parecían. Yo la dije que encantado de ir a verlos y la hice una proposición; Si me gustaban sus cuadros yo la regalaría unos originales de mis relatos. Aceptó la propuesta y así quedó el asunto, gané otra amiga mas y además la chica, que se llama Laura, es bastante guapa.

Pasados unos días me acerqué a ver la exposición de Laura y me entretuve mas de lo previsto en cada cuadro. Me gustó mucho su pintura, su forma de expresión y los tonos adecuados para cada circunstancia. Hubo un cuadro, creo que titulado “Apagón” o algo así, que me dejó clavado en el sitio nada mas verlo. Primero me dio un escalofrío y continué mirando el cuadro siguiente, pero al rato no podía olvidarlo y volví para mirarlo mas detenidamente. Dentro de su sencillez ese cuadro me cautivó, pude ver a través de él y comprendí que Laura era de mi “quinta”, porque, seguramente, Laura conocía también bastante a mi bella diosa.

Estuve mucho tiempo mirándolo, mucho, mucho tiempo. Y cada vez lo veía mas claro, corrí a casa, me encerré en mi habitación delante del ordenador y empecé a escribir mi novela. Ya me sentía motivado, inspirado, ya tenía un título también: “Laura”. Ella iba a ser el personaje principal. A partir de ese momento nos vimos con mas frecuencia, acabó el verano, regresó mi hija, pero yo seguía con la fiebre de mi libro. Cumplí lo prometido y a Laura la di algunos originales de relatos cortos y también, para mi propio asombro, la fui dando, poco a poco, cada capítulo que yo acababa de mi libro. Algo inusual porque nunca lo hago con nadie y hasta que no acabo un libro no lo dejo leer.

Aunque ella nunca lo supo, yo volví unas tres veces mas a contemplar aquel cuadro suyo. No había duda, Laura y mi bella desconocida se conocían, seguro, aunque jamás las llegué a comentar nada a ambas. Le di muchas vueltas al asunto, ¡Que demonios!, Laura era de carne y hueso y mi diosa no. Hasta un tonto se daría cuenta de que es mejor apreciar a una mortal. Al llegar el invierno acabé mi novela y la estuve leyendo unas cinco veces seguidas y a continuación la rompí.

Volví a escribirla de nuevo, de otra forma... y la volví a romper. Laura solo llegó a tener los dos capítulos primeros. Luego la empecé, otra vez, y me convenció un capítulo, dos, los tres primeros, aunque, el tercero no acababa de gustarme y acabé rompiéndolo también. No, mi novela “Laura” debía ser algo distinto a todo lo que he escrito. Así pues, comencé a escribirla de la única forma que yo nunca quiero, con el corazón. Y eso fue lo que me perdió. Decidí dejar de escribir mi novela durante una temporada, ya que empezaba a notar los síntomas. Pero era ya como una droga y al poco tiempo sucumbí de nuevo.

Y volví a romperla de nuevo. Luego, mi amigo Antonio me pidió que yo fuese el director de cine de uno de mis guiones y acepté. Con eso me mantuve olvidado del tema por una temporada. Un día llamé a Angélica y se lo conté por teléfono. No pudo quedar conmigo porque andaba muy liada y desde entonces nos vemos con menos frecuencia. Ha encontrado su equilibrio sentimental, de lo cual me alegro.

Otro día me llamó Laura y quedamos a tomar café. Estuvimos comentando mis guiones de cine y aproveché para decírselo.

- Laura, tengo que decirte algo que lo mismo no te va a gustar.

- Dime.

- A partir de hoy no te daré mas capítulos de mi novela. Pienso dejar de escribirla temporalmente y reanudarla dentro de algún tiempo.

- ¿Sucede algo?.

- Pues si y no. Con esto del cine ando muy liado, pero, también hay algo mas.

- ¡Suéltalo ya!.

Opté por decirla una mentira piadosa por toda contestación.

- Laura, empiezo a tener miedo al personaje. Me absorbe de tal manera que no me deja pensar en otra cosa.

Pero no la dije que yo estaba cogiendo cariño al personaje.

- Pero, ¿Piensas acabarla, verdad?.

- Por supuesto, nunca dejo un libro sin terminar.

No se si quedó conforme porque lo sabe disimular muy bien. Yo por mi parte no me quedé a gusto conmigo mismo y me sentí ruin y despreciable. Al fin y al cabo mi novela era prácticamente “su” novela.

Una noche daban un concierto de órgano en la Catedral y me fui a escucharlo. Aunque había mucho público no tuve dificultad en encontrar un hueco en uno de los bancos laterales. El día era frío de invierno, cercano ya a la Navidad y en el templo hacía un frío glaciar y la penumbra oscura de la noche y la poca iluminación le daban un escenario perfecto para el concierto. A mitad del concierto me sorprendí absorto en las notas musicales majestuosas, pero pensando en mi novela. Una vez que acabó, salí de la Catedral y me senté en un banco de piedra de la muralla lateral del edificio, sollozando, congelándome lágrimas nada mas que salían de mis ojos. Estaba comprendiendo muchas cosas. Estuve allí mucho, mucho rato.

Rápidamente me levanté y me fui a otro templo que yo conocía muy bien, demasiado. Llegué en un momento y vi que estaba abierto, entré deprisa, no había nadie, ni siquiera el viejo cura. Me quedé en la penumbra, cerca de la imagen de la otra diosa sonriente, pero dándola la espalda. Y grité:

- ¡Sé que me estás escuchando!, necesito hablar contigo, ¡Ahora mismo!.

No me hizo falta repetirlo porque, casi al instante, la conocida figura de mi bella desconocida apareció en la puerta y se me acercó despacio y sin apartar sus ojos de los míos.

- Theo, se lo que vas a decirme.

- ¿Qué puedo hacer?.

- Tienes que decidirlo tu solito.

- ¡Ayúdame!, ¡Por favor!.

- Mira, la Navidad está aquí mismo y no te ayuda, al contrario, por ese motivo estás pasando por una de tus depresiones sentimentales, ten cuidado.

- No se que hacer, no consigo centrarme.

- Primero espérate a diferenciar el vacío del amor y luego espera un poco mas, en estas fechas estás desorientado, aguanta un poco.

- Lo intentaré, gracias. De todas formas te quiero pedir un enorme favor. Lo he pensado mucho antes de hablarlo contigo.

- Te vuelvo a repetir que ya se lo que quieres. Pobrecito mío, pareces un bebé desprotegido.

- ¿Y...?.

- Mi respuesta es si. Dejaremos de vernos tu y yo durante muchos años.

- ¿Así de fácil?.

- Exacto. Escucha Theo, he comprendido que aunque llevo mucho teimpo sola, para mi tu vida es solo un insignificante segundo de mi tiempo. Prefiero dejarte en manos de las mortales para luego tenerte yo solita para la eternidad.

- ¿Podrás tu esperar?.

- Sé esperar, siempre hago solo eso, esperar.

- Gracias, bonita. Al final va a resultar que tú si que sabes sonreír.

- Porque he aprendido de ti a ser tu amiga. Y ahora dame un beso y hasta siempre, que tengas mucha suerte.

Y la besé con fuerza y luego ella despareció. De todas formas me quedé con un vacío interior difícil de describir. Marché a casa y me encerré en mi habitación durante dos largos días, escribiendo. Rompí otras tantas veces otros capítulos de “Laura” y me tuve que dar por vencido. En un reloj escuché dar las doce de la noche y cinco minutos después sonó el teléfono. Estaba yo solo en casa porque mis compañeros de piso, incluida Marta, se fueron a sus hogares paternos a pasar la Navidad. Descolgué el auricular y era mi hija.

- ¡Feliz Año Nuevo!.

- Igualmente hija.

- ¿Te lo estás pasando bien?.

- Si, como un enano, aquí con todos.

- ¿Sois muchos?.

- Pues todos los personajes de todos mis libros y yo.

Afuera, en la calle, empezó a resonar una gran traca de petardos y de fuegos artificiales anunciando el nuevo año. Dentro de casa mi tocadiscos se puso en marcha él solo y la música de discoteca inundó todas las habitaciones.

- Que bromista eres. Felicita a todos los que estén contigo. Mañana nos veremos.

- Igualmente hija, hasta mañana, besos a todos.

Me acerqué al sofá y me derrumbé como un muñeco. El salón se encontraba lleno de los personajes de mis libros y todos bailaban y reían celebrando con mi soledad la Navidad. Estaban todos menos “Laura” y al rato lo comprendí. “Laura” estaba incompleta y debía acabarla para que se uniera a nosotros en la fiesta. Me fui hasta mi ordenador, encendí el editor de textos y al rato ya estaba yo tecleando como un loco. Casi al amanecer, cuando puse la palabra “Fin”, aún no era demasiado tarde y a mis espaldas la protagonista de “Laura” me dio las gracias, me acompañó a la cama y me arropó para que descansara. Luego se unió a la fiesta con los demás.

Mi Editor se puso muy contento y la novela fue otro éxito total. Mi amiga Laura. La auténtica, nunca llegó a saber todas las vicisitudes que pasé. Algún día, si llego a conocerla mejor, se lo contaré. Puedo estar seguro de que ella sí que me va a creer.

Fin de la Segunda Parte. Diciembre de 1990

FIN DE LA NOVELA

domingo, 22 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XVII - La Verdad)

Prácticamente pasamos toda la tarde hablando del mismo tema. Mónica me hacía mil preguntas y se mostraba claramente incrédula sobre mi bella diosa. Cayó la noche, nos preparamos algo de cenar y a los postres fue cuando ella ya no se pudo aguantar mas y me soltó de golpe lo que pensaba de todo esto.

- Theo, creo que me estás utilizando de conejillo de indias.

- ¿Por qué lo dices?.

- Te voy a ser franca. Todo esto que me has contado yo creo que es tu próxima novela y me lo cuentas como si fuera algo serio para ver como reacciono a ello.

- ¿Y bien?.

- Así como yo me lo tome sabrás si a tus lectores les va a gustar o no tu novela. Bueno, ¿Qué quieres que te diga?, a mi me gusta ese tema y te digo sinceramente que les va a gustar bastante. Empieza a escribirlo porque es un buen tema, muy bueno.

- Creo que no has entendido nada Mónica.

Ella me miró con extrañeza pero no la dio tiempo a contestarme. En esos momentos llamaron a la puerta, fui a abrir y me encontré con Dora y Andrés que me traían a Marta.

- ¿Molestamos?.

- En absoluto, vosotros nunca molestáis.

- Es que tu amiga Marta llegó al pueblo y a pesar de que quisimos retenerla se empeñó en que la acercásemos hasta aquí.

- No importa, pasad. Hola Marta, encantado de volverte a ver, pequeña cabezota.

- Theo, eres un sinvergüenza, un día nos vas a dar un disgusto.

- Lo se, pero mi forma de ser es así, no quería preocuparos a nadie y menuda la que he armado.

- Desde luego que si.

- Mira Marta, esta es Mónica, una nueva amiga mía.

- Hola Mónica.

- Hola Marta. Este Theo es alucinante, llevamos horas y horas hablando de su nuevo libro, un tema interesante y bonito.

- Pues tienes mucha suerte porque nadie conoce el tema de su nuevo libro. Theo es de los que no comentan nada hasta que no lo tiene acabado.

- Bueno, vosotros podéis quedaros si queréis. Andrés y yo nos volvemos al pueblo, que ya es tardísimo.

- Esperad, yo me voy con vosotros, creo que Theo y yo ya lo hemos hablado todo.

- ¿Mónica, no te quedas?.

- No, me voy con vosotros.

- Bien, pues vamos.

Yo no dije nada y dejé que Mónica se marchara con Dora y Andrés. Cuando Mónica tomó la decisión de irse lo dijo mirando fijamente a Marta y esta la devolvió la mirada. Creo que Mónica creía ver en Marta a una difícil rival y por eso decidió irse ella. Pero. Antes de cerrar la puerta, aún se volvió Mónica a preguntarme.

- Theo, tan solo una pregunta mas. Pero quiero que me la contestes sinceramente.

- Tu dirás.

- ¿Existe de verdad esa mujer que dices?.

- Mónica..., si, de verdad existe.

Y Mónica cerró la puerta tras de si sin dejar de mirarme. Mi respuesta la había asustado y se la notaba. Volvieron los tres al pueblo y Marta se apresuró a entrar en una de la habitaciones.

- ¿Es en esta donde voy a dormir?, vengo muy cansada y necesito varias horas de cama.

- No, no pases a esa. Es muy pequeña e incómoda. Vete mejor a aquella que es mas espaciosa. En el armario encontrarás sábanas limpias y mantas, que aquí las noches son frías.

- De acuerdo Don Señor, hasta mañana. Me acuesto porque ya no puedo mas.

- Hasta mañana Marta, que descanses.

Y entró en la habitación y cerró la puerta. Me quedé solo, al lado de la chimenea y reavivé un poco mas el fuego. Ya era tarde, yo también tenía sueño y me fui a dormir. Por supuesto esa noche tampoco escribí nada de mi nuevo libro. Estaba visto que no iba a comenzarlo nunca.

Una vez en la cama me acordé de mi bella diosa. Me preguntaba por donde andaría ella que no la había visto en las últimas horas. Además me había amenazado con no dejar llegar a Marta hasta aquí y en cambio no la había pasado nada. Mientras pensaba en ello, mi bella de melocotón apareció sentada a los pies de mi cama. Ya estoy acostumbrado y por eso no me sobresalté. Me miró fijamente y yo a ella.

- Creo que ya lo has visto todo, chica. Para una vez que se me ocurre contar todo nuestro secreto a otra persona, resulta que no me creen.

- Te equivocas Theo, Mónica si que te ha creído, pero la ha dado tanto miedo reconocerlo que no creo que se sienta con ganas de volverte a ver y hablarlo de nuevo.

- La política del avestruz.

- Exacto, se esconde y lo olvida para no tener que enfrentarse a la realidad. Y ahora, ¿Qué vas a hacer?.

- No lo se, supongo que me quedaré un par de días mas en este pueblo y si no consigo empezar mi novela me vuelvo a la ciudad, con Marta.

- A Marta tampoco la digas nada porque tampoco te va a creer. ¿Tienes algún nuevo argumento ya para tu libro?.

- Ninguno, no tengo ninguno. Creo que se me han ido todas mis musas.

- Puedes escribir nuestra historia, continuación de la de Jesús, tu amigo taxista.

- ¿Para que?, ¿Para incitar a la gente a que se enamore de ti?, ¿Incitación al suicidio?.

- No lo creo. Era una alternativa, si no tienes tema, ese puede servirte.

- Nada me atrae en absoluto.

- Lo que tienes encima es un tremendo bajón sentimental y se te nota muy afectado.

- Es cierto, pero nadie tengo para ayudarme. Ni siquiera tu puedes.

- Lo se, por eso hoy no te quiero molestar. Me marcharé dentro de un rato.

- ¿Tanto has cambiado?.

- No, he descubierto que si te acorralo y te obligo luego tu me odias en vez de amarme.

- Cierto, lo has comprendido. No puedes apabullarme a cada momento, ni doblegarme por la fuerza a tu voluntad, porque acabaré cogiéndote tedio e intentando esquivarte.

- ¿Me echas de menos en mi ausencia?.

- Creo que si, hay muchos momentos en que si.

- Entonces eso es señal de que te estoy ganando para mi. Adiós Theo, duerme y cuídate.

- Adiós guapa.

Nada mas marchar ella me entró un agradable sopor y me quedé dormido profundamente. Soñé con mucha gente conocida. Estaban todos de pié, en una gran sala, como espectadores de algo que no pude ver. Eran todos mis amigos. Al rato empecé a notar algo extraño, que empezaban a haber mas huecos entre esos espectadores. Poco tardé en comprenderlo, era que uno a uno iban desapareciendo al azar. Mas tarde apenas quedaban media docena y posteriormente no quedaba ninguno. El silencio de esa sala era espeluznante y solo roto por los compases de una melodía al piano. Entonces aparecí yo por una de las puertas, vi la sala vacía y miré hacia el escenario y pude ver, por fin, lo que en él sucedía. Estaba allí mi bella diosa, sentada tranquilamente, tocando una bonita pieza musical en un piano grande, negro, de cola. Ella acabó su concierto y me miró fijamente, como solo ella sabe hacerlo, y yo aplaudí con fuerza. Mis aplausos resonaron con eco en la inmensa sala vacía.

Por la mañana me levanté descansado, pero tremendamente preocupado por mi sueño. Cuando salí de mi habitación vi que Marta ya se había levantado y había desayunado, pero ella no estaba en la casa. Me di una ducha, me arreglé y tomé un ligero desayuno. Al mirar por una de las ventanas descubrí, a lo lejos, a Marta paseando por la playa. Me pareció buena idea y salí yo también a pasear. Cuando llegué a su altura me saludó muy sonriente, estaba claro que ella también había descansado muy bien. Seguimos andando juntos y nos llegamos hasta unas rocas y nos sentamos un rato a charlar.

- Esto si que es vida y no la ciudad. Theo, cuando he visto esta playa con las luces de la mañana me entraron ganas de pasear por ella. Esta paz, este arrullo de las olas. ¿Sabes?, anoche las oía desde mi cama y me quedé dormida contándolas.

- Si, esto es muy bonito, merece la pena disfrutarlo. A mi no me importaría pasarme aquí el resto de mi vida.

- ¿Y por qué no lo haces?, tu, que puedes, te quedas aquí a vivir y disfrutas.

- Tienes razón, pero tengo un pequeño inconveniente. Esto es hermoso para disfrutarlo en compañía y no en soledad. No, debo volver a la ciudad, que allí estoy muy bien acompañado por todos vosotros. Por cierto, mañana o pasado mañana quiero volver allí. Si vienes conmigo me llevas y si no te apetece marcharte pues cojo un tren y la digo a dora que te quedas aquí y todo el tiempo que quieras.

- Creo que me voy contigo. Aquí yo sola no me encontraría bien. Me gusta demasiado el bullicio y la gente.

Reanudamos nuestro paseo y volvimos a la cabaña. Descansamos otro par de días y dábamos nuestro paseo matutino por la playa. Pero no empecé mi libro, no me sentía motivado en ninguna forma. El día de nuestra marcha fue triste para Dora y Andrés, aunque les prometí volver pronto a pasar unos días con ellos. A la salida del pueblo paramos un ratito en la oficina de correos y me despedí de Mónica y de su madre. Después todo fueron kilómetros y kilómetros de carretera, hasta llegar a la ciudad. Durante el camino apenas hablamos y me dediqué a contemplar el paisaje y oír música de la que me gusta. No pude evitar que algo dentro de mi se revolviera cuando pasamos por el lugar donde yo tuve mi accidente. Marta me lo notó, pero no comentamos nada. Por cierto, tengo que llamar al taller, a ver si se puede salvar algo de mi pobre coche.

Una vez en la ciudad, el consabido disgusto de mi Editor y el verano, que se nos vino encima, me lo pasé vegetando, salí algunas noches, la mayor parte de las veces con Marta, pero no empecé mi libro. Nada me apetecía y caí en picado en una profunda depresión sentimental.

.
Un día me llamó mi amigo Antonio, que se dedica al cine amateur, para pedirme unos guiones. Quedamos en vernos y empecé y termine algunos, muy cortitos, pero que le gustaron y a mi me sirvieron para irme distrayendo con lo del cine. Empecé a tener mas nuevos amigos y amigas, la mayoría actores, pero cada vez me encontraba mas solo. Mi único consuelo era estar con mi hija un día entero a la semana y que yo siempre esperaba con impaciencia. Pero ese verano la dejamos irse de campamento con sus amigas y me quedé mas solo que nadie. Así la vida es mucho mas dura y no te quedan ganas de luchar por algo.

domingo, 15 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XVI - Otra Mujer)

Por supuesto, a la mañana siguiente ella ya no estaba a mi lado. Desaparecía al amanecer, satisfecha de haber permanecido conmigo. Me levanté pronto y me puse el desayuno, la mañana estaba fría pero me apetecía estirar mis huesos por la playa. Después del desayuno opté por ponerme algo de abrigo y salí a pasear. El sol brillaba limpio pero sin calentar y el frío se hacía notar en la brisa. Un montón de gaviotas picoteaban la marea baja en busca de alimento y me fui por el lado contrario para no espantarlas. Al cabo de un rato llegué hasta una escollera y pude distinguir una figura entre las rocas. Al acercarme comprobé que era una mujer, una muchacha de unos veinte y muchos años.

- ¡Hola!, ¿Cómo estás?, me llamo...

Y la muchacha al oírme y verme se dio media vuelta y echó a correr hacia el pueblo.

- Espera, no quiero hacerte nada.

Pero no me oyó o no quiso oírme. Me encogí de hombros y volví sobre mis pasos, quizás las gaviotas me hagan mas caso. Luego me acordé de que debía llamar por teléfono a la ciudad y me encaminé hasta el pueblo. La marcha fue larga y largo el recorrido aunque disfruté enormemente con el paisaje que la naturaleza le regalaba a mis ojos. De todas formas no calculé yo bien la distancia hasta el pueblo, debería pensarme algún medio de transporte si quería trasladarme muchas veces durante mi estancia. Y por primera vez empecé a echar de menos mi destrozado coche. Nada mas llegar pregunté al primer lugareño que vi.

- ¡Buenos días!.

- ¡Buenos días tenga usted!.

- Quiero llamar por teléfono, ¿Existe alguna centralita en este pueblo?.

- Si señor, mire usted, al lado mismo de esa casona la tiene. También es la oficina de correos, tiene un letrero a la puerta.

- Muchas gracias.

Lo que yo no quería era molestar mucho a mis amigos Andrés y Dora. Ellos tenían teléfono, pero no me gusta abusar en mis conferencias. Así, de paso, me enteraba un poco de cómo funcionaba lo del cartero para con mi correspondencia. Al entrar en la oficina me topé de cara con Dora que se extrañó primero y se enfadó después.

- Eres como un niño, no nos importa que uses nuestro teléfono y además te consideramos como nuestro invitado.

- Ya, pero yo me quedo mas tranquilo.

- Pues tu verás. Mira Encarna, este es Theo, el amigo nuestro del que te hablaba. Esta es Encarna, encargada de la oficina y aquella en Mónica, su hija.

- Encantado de conocerlas. A su hija ya la conozco, pero solo de vista. Me la encontré antes, en la playa, cerca de mi casa, pero huyó de mi presencia sin decirme nada.

- Debe usted perdonarla, es que generalmente no habla ya con nadie.

- Ya te lo contaré luego Theo, si ibas a llamar te espero y te vienes luego conmigo a mi casa.

- De acuerdo. Mire Encarna, marque este prefijo y este número y me pasa la comunicación.

- Ahora mismo, a ver si hoy están bien las líneas y no tenemos problemas.

- ¿Y que haces aquí Dora?.

- He venido a por una carta certificada que me mandan de Madrid, del Ministerio.

- ¿Aún sigues con ese problema de antaño?.

- Sigo con lo mismo, pero parece ser que está a punto de solucionarse. Sabes que mi ilusión es dar clases en el colegio de este pueblo y siempre hay una vacante que no son capaces de cubrir todo un año entero. Los que vienen duran muy poco, se aburren aquí, son muy jóvenes y acaban marchándose.

- Y se agarran a que tu hace tiempo que no ejerces.

- No es eso, es que ahora lo hacen por no se que convocatorias y una no está al día en esas modernidades. Yo tengo un título que quiero aprovechar y quiero hacerlo en mi pueblo, porque me gusta. Y ellos no saben de nadie que quiera quedarse aquí.

- ¿Y se te va solucionando?.

- Tuve que ir con Andrés a Madrid y hablar con uno de los altos cargos. Ese me prometió que lo llevaría él personalmente y ahora recibo una carta para que les envíe unas documentaciones que necesitan.

- Al menos ya es algo.

- Tiene usted su conferencia, coja ese teléfono de ahí, en la pared.

- Muchas gracias Encarna. Luego seguimos con esto Dora, si quieres me esperas o voy luego a tu casa.

- No importa Theo, te espero.

- ¡Hola!, ¿Con quién hablo?, soy Theo.

- ¿Qué tal te lo estás pasando?, soy Alberto.

- Hola Alberto, me lo estoy pasando muy bien, por eso os llamo, para daros envidia.

- Nos tienes preocupados, llevas diez días fuera y no nos has llamado. Dame tu teléfono y así te llamamos nosotros.

- Ni hablar, no tengo teléfono y llamo desde una centralita. ¿Estás tu solo?, me gustaría saludar a alguien mas.

- Ahora estoy yo solo, los demás están con sus cosas y Marta ha hecho las maletas y se nos ha ido de vacaciones esta misma mañana.

- ¿Te ha dicho donde ha ido?.

- No se lo ha dicho a nadie, ya sabes como es, un día piensa una cosa y luego hace otra distinta. Ya no nos extraña nada.

- Bueno, pues corto ya. Les das recuerdos y ya os mandaré una postal.

- ¿Cuándo volverás a llamar?.

- No lo se, un día de estos. Hasta luego.

- Hasta luego y pásatelo bien.

- ¿Ha terminado ya, señor?.

- Si, dígame el importe. Luego volveré a llamar a mi hija, aún es pronto y no estará en casa.

- Theo, pareces enfadado.

- Si Dora, resulta que Marta ya está en camino para acá.

- Cuanto lo siento, fue por lo de anoche, además no nos dijiste nada y la dimos nuestras señas.

- Ya me extrañaba a mi que ella se viniese tan decidida. Hubiese tardado mucho en averiguar a que localidad pertenecía el número de vuestro teléfono que yo la dejé.

- Aquí tiene el recibo, señor.

- Gracias Encarna, tome, ya nos veremos. Si tengo alguna carta désela a mis amigos que ellos me la harán llegar. De todas formas nadie tiene estas señas, pero uno nunca sabe.

- No se preocupe, así lo haré.

- Vamos Theo, haremos antes unas compras de camino a mi casa.

- De acuerdo, vamos. ¿Qué me ibas a contar de esa chica, la hija de Encarna?.

- ¿De Mónica?, primero dime tu si de verdad la conociste como has dicho.

- Pues eso mismo, nada importante, salí de la cabaña a pasear por la playa y la vi por allí cerca, la saludé, me vio y echó a correr al pueblo sin decirme ni una palabra.

- Verás, antes Mónica no vivía en el pueblo, se quedó en la capital después de acabar su carrera de farmacia. Dicen que estaba viviendo con un chico desde hace años y que ahora rompieron y que ella se ha venido al pueblo con su madre, para olvidar.

- Eso no es excusa para ser tan maleducada.

- Aquí si lo es. Date cuenta que en el pueblo se llegó a decir que Mónica era una fulana por vivir con alguien sin casarse. Ahora que vuelve al pueblo las mujeres no la hablan y los hombres la hacen proposiciones deshonestas.

- Por eso ella huye de los hombres.

- Exactamente.

- ¿Pero aún estáis en la Edad Media?.

- Si Theo, en estos pueblecitos solo ven normal lo que sale por televisión, la vida real la ven de otra forma.

- Pues es muy triste.

- Si que lo es, con la única que ella suele hablar es conmigo, tal vez porque ve que yo tengo las ideas mas modernas.

- Yo no me explico como puedes aguantar todo el año en un pueblo así. Tu naciste para ser ciudadana de asfalto.

- La vida es así, a mi me gusta y Andrés es un buen hombre, trabajador y cariñoso. Y ¿A ti que tal te va con lo tu separación?.

- Lo voy superando, peor lo lleva mi hija pero el tiempo lo cura todo.

- Vamos Theo, que yo perdí una oportunidad al no casarme contigo. Yo nunca te hubiera dejado siendo ya mi marido.

- Eso no lo sabremos nunca. Además yo no te pedí que te casaras conmigo, tuvimos nuestro romance aquel verano y solo tenemos ese pequeño y maravilloso recuerdo. Luego lo dejamos mutuamente, conociste a Andrés el verano siguiente y aquí estás, feliz y casada.

- Cierto, no te conocía lo suficiente por entonces. Pero ahora que te conozco mejor siempre tendré esa duda.

- Dora, es mas bonito una vieja amistad.

- También es verdad, te quiero así, tan amigo.

- Gracias, yo también os quiero a los dos así.

- Entra conmigo en esta tienda, quiero comprar algo.

- De acuerdo.

Dora compró algunas cosas y de paso también un pequeño regalo para mi hija. Yo compré algunos recuerdos para todos y unas cuantas postales para enviarlas sin remite. Seguidamente nos fuimos a su casa, llamé por teléfono a mi hija y hablé con ella largamente, una conversación maravillosa que me llenó de nuevos ánimos. Todo lo que me contó eran cosas suyas y del colegio, cosas importantes para ella pero que yo debía escuchar como buen padre, que para eso estamos los padres.

Andrés volvió a casa un rato después y se alegró al verme. Me quedé a comer con ellos y hablamos de todo un poco y posteriormente del contenido del libro que yo pensaba escribir. También salió a relucir lo de mi accidente y las secuelas del mismo durante mi estancia en aquel hospital. Por raro que parezca, estando allí con ellos dos, en su casa, tan en familia, me encontraba yo muy a gusto y se veía que ellos también. Luego llamaron a la puerta y Dora se levantó a abrir. Al rato volvió a la sala con media sonrisa enigmática en su boca.

- Theo, quieren hablar contigo.

- ¿Quién es?.

- Sal fuera y lo verás, te espera en el recibidor porque la da apuro entrar hasta aquí.

- Iré a ver. Luego vuelvo un rato mas antes de volver a mi casa.

- Como quieras. ¿Qué las das, Theo?.

- ¿Cómo dices?.

- Nada, que no hace falta que vuelvas luego por aquí, ya nos veremos en otra ocasión.

Salí al recibidor con la imagen de Marta en mi cabeza. Pero era absurdo que fuese ella y que tardase tan poco tiempo en recorrer toda esa distancia desde mi ciudad hasta aquí. Mi sorpresa fue mayúscula, era Mónica.

- Hola Theo.

- Vaya, pero si sabes hablar.

- Perdona por lo esta mañana, no te conocía y no sabía que fueses tan amigo de Dora.

- ¿Es que eso cambia las cosas?.

- Bastante, hay amigos en los que sí puedes confiar y en ella confío. Y por lo que dicen ellos de ti, se que también acabaré confiando en ti.

- Gracias por el halago y te perdono el desplante. ¿Hay algún sitio donde podamos charlar mas tranquilos, aquí, en el pueblo?.

- No, ninguno. Mejor vamos a tu casa, bueno, eso si tenías intención de ir ahora. Y si no lo dejamos para mas tarde.

- No te sientas obligada, no me debes nada por lo del desplante.

- Ya, pero me apetece hablar contigo, bien, si tu quieres, claro.

- Pues claro que quiero. Venga, vamos andando hasta mi casa, te invito allí a algo y así hablamos durante el camino.

- Gracias, vamos.

- Por cierto Mónica, ¿No tienes miedo de que los del pueblo murmuren por esto?.

- Allá ellos, ya mas de lo que murmuran no creo que les quede.

Y marchamos andando juntos. Ella me contó su historia al completo y yo la conté mi vida al completo. Intenté eludí la parte correspondiente a mi bella diosa desconocida, pero no se la podía ocultar. Algo dentro de mi me decía que se lo contase todo, quizás porque yo necesitaba hablarlo ya con alguien. Así pues, como la persona y el momento eran propicios, empecé a hablarla de ello.

domingo, 8 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XV - Mi LLegada

Unas horas después ese tren me dejaba justo en la pequeña Estación del pueblecito marinero que yo quería. Con un retraso de diez días sobre lo que yo había previsto me presenté en casa de unos conocidos, buenos amigos míos, que no me habían echado de menos porque yo no les había avisado de mis intenciones de viajar. Después de los saludos y abrazos de rigor, me dieron las llaves de una casita, al borde de una playa, en una recogida y pequeña cala preciosa. Me acompañaron hasta ella y me ayudaron a instalarme. Por supuesto no les conté lo de mi accidente y después de alegar que me encontraba cansado del viaje, me dejaron solo y se marcharon, de vuelta al pueblo, llevando una larga lista de todo lo que me iba a hacer falta.

Sus nombres son Andrés y Dora. Son aún jóvenes pero Dios no les da hijos y eso que se los merecen por lo cariñosos que son. Todo el mundo que les conoce los aprecia, son sencillos, trabajadores y les gusta vivir donde viven. Son de la clase de gente que casi no se encuentran ya, que se desviven en ayudara los demás y se preocupan poco de sí mismos. Esta cabaña, como ellos la llaman, perteneció al padre de Andrés, que fue marinero de toda la vida. Y dista del pueblo como cinco kilómetros, aproximadamente.

El resto del día lo dediqué a pasear por la pequeña playa, dejando que las olas mojaran mis pies y cogiendo algunas cosas que las mareas habían depositado. Por la noche refrescaba un poco y permanecí en el interior de la casa. En realidad era tan solo una casita, tenía su cocina, su saloncito con chimenea y unas habitaciones. También un retrete, con agua de un depósito elevado y los vertidos iban a parar en un pozo negro. Una casita, en madera, pero con auténtico sabor marinero. En el exterior tiene un porche cubierto que viene bien en el verano para respirar la brisa y en un lateral, recostada, una pequeña barca de remos.

Intenté encender la chimenea pero no había leños en el interior de la casa y los de fuera estaban empapados por la llovizna que cayó durante todo el día. Resignado me puse un fuerte jersey de lana y me dispuse a preparar la cena. Mientras acababa de cenar divisé los faros de un coche que se acercaba por el camino de tierra. Salí al porche, eran Andrés y Dora.

- Theo amigo, ¿Qué tal estás descansando?.

- Bastante bien. Esto es vida y no la ciudad.

- Deberías vivir siempre aquí, te conviene.

- No Dora, no. No me tientes que soy muy comodón y no tengo vocación de ermitaño.

- Pero puedes vivir con nosotros, en el pueblo. Esto está muy aislado y precisamente hablábamos, el otro día, de vender esta casa que no utilizamos y no nos vamos a venir a vivir aquí.

- No insistas, además solo os molestaré unos pocos días mas.

- No digas tonterías, para las pocas veces que te vemos tienes que quedarte aquí un mes, como mínimo.

- No Andrés, solo me quedaré unos veinte días, los suficientes para escribir mi libro, que voy con mucho retraso.

- Como quieras, pero nuestro deber de amigos es intentar convencerte de que te quedes con nosotros.

- Por cierto Theo, ha llamado una tal Marta, compañera tuya en el piso de la ciudad.

- Vaya, solo debía llamarme en caso de necesidad. ¿Y que se contaba?.

- Nos preguntó que tal estabas y de que había algunas novedades, cosas sin mucha importancia, en el piso.

- También nos preguntó que tal habías pasado estos diez días aquí, si tenías muy adelantado ya el libro y si habías llegado sin novedad con tu coche nuevo.

- Bien, tal como me miráis los dos, debo suponer que me tenéis cazado. Y la habréis dicho que tan solo llevo aquí un día. Creo que me voy a quedar mas tranquilo si os lo explico.

- Solo si tu quieres, Theo. Pero si es algo muy personal creo que hemos metido la pata. No sabíamos nada de tu coche y viniste en tren y hace diez días que saliste de allí. Y creo que la hemos dicho demasiado.

- No importa, no tenéis la culpa.

Y les expliqué todo al respecto de mi accidente y posterior hospitalización. Naturalmente omití todo lo concerniente a mi bella desconocida. Mas que nada porque es un secreto entre pocos y Andrés y Dora son gente sencilla y no lo entenderían o me tomarían por un loco.

- Podías haberte matado y nadie sabría nada de ti en diez días. Eres un poco inconsciente, Theo.

- Bueno, el hospital o la policía ya habrían avisado a mi familia si hubiese ocurrido lo peor. De momento estad tranquilos, la muerte me ronda pero me deja vivir por el momento. Es un privilegio suyo.

- ¡Dios mío!, no juegues con esas cosas tan serias. A mi me da mucho respeto hablar de ello.

- Y yo tengo miedo, cambiad inmediatamente de conversación, Theo, Andrés.

- Sería conveniente que llamaras un día a la ciudad para tranquilizar a los tuyos.

- Mañana me acercaré al pueblo y haré unas cuantas llamadas.

Charlamos durante dos horas mas de otras cosas y después Andrés y Dora volvieron al pueblo. Recogí la mesa y pasé a la habitación con la intención de descansar. Aún me encontraba resentido del accidente y la humedad del lugar me ayudaba poco. Si, me esperaban unos cuantos días iguales al de hoy, llovizna muy ligera durante todo el día y frío por las noches. Con suerte vería el sol algún día de estos. Pero el clima y el paisaje hacía juego con mi estado de ánimo y eso precisamente necesitaba yo para escribir mi nuevo libro. Y debía comenzar mañana mismo a escribirlo, el retraso que llevaba era alarmante.

Tal vez si empezaba ahora mismo... Las horas nocturnas son mi especialidad para escribir y cuando mas orden tengo en la cabeza. Pero hoy no me encuentro en condiciones, demasiado cansado. Me dispuse a prepararme la cama y algo, quizás mi sentido extra, me indicó que no me encontraba solo.

- Puedes hacerte visible, se que estás aquí.

- ¿Me presientes Theo?.

- Afirmativo, siempre sé cuando estás cerca. ¿Qué quieres ahora?.

- Nada en particular, solo hablar contigo.

- Suelta lo que tengas. Cuando me dices eso significa que tienes mucho que decirme.

- Me gustaría que volvieses a tu ciudad.

- Y a mi no me gustaría.

- Es que no te encuadro yo en otro sitio que no sea ese.

- Deberías estar contenta porque aquí me tienes para ti solita y allí siempre ando ocupado con todo el mundo.

- Pero mientras estás aquí todo el mundo allí anda preocupado y pensando en ti. Te echa mucho de menos mucha gente.

- Eso te parece a ti. No deberías preocuparte ni sentir celos. Tu puedes estar en muchos sitios a la vez y no existen distancias para ti.

- Pero prefiero tenerte en tu ciudad, no sabría como explicarlo.

- ¿Por qué aquí puedo pensar mas y mejor lo nuestro?.

- Algo así. Theo, debes volver allí.

- De eso nada, he venido a escribir y escribiré. Me haces perder diez días y me harás perder muchos mas, pero una cosa si te digo; Si para escribir este libro me tengo que quedar aquí un año entero, lo haré.

- ¿Nada te puede cambiar de opinión?.

- En absoluto.

- ¿Sabes que tu compañera Marta tiene pensado venir a verte este fin de semana?.

- No, no lo sabía.

- La tienes preocupada y va a venir. No lo haría si estuvieses allí.

- Mañana la llamo y la haré desistir de ello.

- No lo conseguirás, lo tiene muy decidido.

- Pues me pondré de acuerdo con Andrés y Dora para que la digan que no estoy, que me he ido a otro sitio.

- Deberías volver.

- Y dale, te pones a veces un poco pesada.

- Y tu te enfadas mucho últimamente.

- Es que siempre te apareces en el momento mas inoportuno. Ahora quiero descansar. ¿Te importa si seguimos mañana esta conversación?.

- Como quieras, pero déjame quedarme aquí contigo. Te prometo que no te quitaré tu descanso.

- ¿No tienes nada que hacer esta noche?.

- Si, pero estoy en varios sitios a la vez, ¿Recuerdas?.

- ¿Por qué te gusta tanto acompañarme en silencio?.

- Soy una solitaria, siempre lo he sido y nunca nadie me quiere por compañía. Luego vienes tu, después de tantísimo tiempo y me hablas, me comprendes un poco y me amas. Después de esto, ¿Cómo quieres que me vaya de tu lado?.

- Por eso tienes miedo de que me canse de ti.

- Exactamente.

- Pues a este paso y con el acoso al que me tienes sometido si que me puedo cansar de ti.

- Perdóname. ¿Hacemos las paces?.

- De acuerdo, hecho. Pero nada ya de venganzas y de acosos.

- ¿Tu no quieres volver ya a la ciudad?.

- Si quiero, pero en su día. Ahora no y vamos a dejar ya ese asunto que quiero descansar. Siéntate ahí y te quedas quietecita mientras duermo.

- Hemos hecho las paces, ¿Recuerdas?.

- Esta bien, duerme a mi lado, pero te vas a estar todo el tiempo quietecita.

- ¿Y un beso sería pedir mucho?.


Y por ese beso empezó todo lo que tenía que suceder. Yo me encontraba en malas condiciones físicas, pero a ella no debió importarla mucho. Creo que se conformó porque di todo lo que pude de mi en caricias y besos. La verdad es que esta mujer es capaz de resucitar a un muerto, con perdón de la expresión, pero ni aún tratándose de ella no se me ocurre otra mejor. Y que bonito, el darme la vuelta en la cama, completamente agotado y ella, llena de cariño, quedarse abrazada a mi durante toda la noche. Mañana la preguntaré si ella duerme y si no así, que paciencia, esperarme toda la noche despierta, a mi lado. En esta situación no me importaba no volver nunca a la ciudad, ni escribir ningún libro. Me hubiese gustado permanecer así siempre, con ella junto a mi. Pero como mortal que soy pienso que eso es imposible, que algún día esto tendrá que acabar, que ella seguirá siendo siempre un bombón de mujer y yo me iré haciendo viejo. Pensando en todo esto debí quedarme profundamente dormido, con sus hermosas curvas adaptadas a mi cuerpo.

domingo, 1 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XIV - La Convalecencia)

Tal y como ella dijo desperté en una cama de Hospital, rodeado de gente con bata blanca. Al fin y al cabo no había cumplido su amenaza, lo que me daba un alivio. O quizás me lo reservaba para mas tarde, lo que me daba miedo.

- ¿Qué tal se encuentra?.

- Muy poco bien, me disponía a besar a la muerte cuando ustedes me han despertado.

- ¿Recuerda quién es usted?.

- Pues si, lo recuerdo perfectamente.

- Ha tenido usted suerte. Su coche no tanta, ha quedado inservible.

- Y aún debo dinero por él.

- Pues esa marca de coche viene muy preparada y le ha salvado a usted la vida. Bueno, eso y a que llevaba puesto el cinturón de seguridad.

- Mentira, solo me ha salvado ella, nada mas que ella.

- ¿A quién se refiere?.

- Nada..., a la suerte.

- Procure descansar otro poco, mientras nos vamos a comprobar de nuevo sus análisis por si tiene algo roto por ahí dentro.

- ¿Ya es de día?.

- Ya es por la tarde. Cuando le encontraron ya había amanecido y debía llevar usted muchas horas en el fondo de aquél barranco. Menos mal que no tuvo ninguna hemorragia.

- Si, menos mal.

- ¿Quiere que avisemos a alguien?, ¿A su familia?.

- No, a nadie, a nadie.

- Se lo digo porque lleva usted aquí unas ocho horas y como no nos pareció grave nos hicimos cargo de usted y la Policía cerró el caso.

- Gracias, pero no avisen a nadie. Quiero dormir otro poco, solo eso. No me encuentro bien pero, durmiendo seguro que me recupero.

- Bien, hasta luego. Enfermera, baje esa persiana y deje en penumbra esta habitación.

Y así me dejaron, hecho polvo, sobre una cama cualquiera. Si, realmente iba a pasarme unos días muy tranquilo, alejado de todos, pero a muy mal precio. Hasta cierto punto yo había calibrado a mi bella desconocida, pero estaba visto que debía irme con cuidado a partir de ahora. Menos mal que ella creía que no me leía mi pensamiento en algunas ocasiones y no pude por menos que reírme un poco. Era sencillísimo porque, en realidad, yo no pensaba en nada. Dejaba mi mente en blanco y ella no me podía leer nada y entonces ella intuía que yo pensaba algo que ella no podía leerme, que bien. Pero no me puedo estar toda la vida quedándome la mente en blanco. ¿Y ella?, ¿Dónde se habrá metido ahora?. Seguro que anda por aquí, acechándome y preparando algo para mi, o contra mi. Eso nunca se sabe con ella.

Poco a poco fui cerrando los ojos y una agradable somnolencia se apoderaba de mi. Al cabo de lo que yo creí pocas horas desperté adormilado aún y repasé la habitación con la vista. Era una habitación vulgar igual a todas las habitaciones de los Hospitales. A los pies de mi cama había una butaca y una persona sentada en ella. No la pude distinguir bien en la penumbra y supuse que era la Enfermera. Volví a dormirme de nuevo durante otras horas mas, sin pensar en nada, o al menos no me acuerdo si pensaba en algo.

- Despierte, despierte.

Entreabrí los ojos al oír la voz y me fui espabilando poco a poco. Empecé a notar que me dolía todo el cuerpo. Era la Enfermera la que me llamaba y noté mas luz en mi habitación.

- Vamos, despierte solo un poquito, es por su bien, tiene que tomarse estos calmantes si no quiere que le duela todo el cuerpo.

- Ya me duele todo el cuerpo.

- Pues tómese esto e intente dormir de nuevo.

- ¿Qué hora es?.

- Querrá decir que día es hoy. Lleva dos días enteros durmiendo.

- Tengo hambre y me parece que tan solo haya dormido unas pocas horas.

- Ya ha comido antes.

- No me he enterado.

- Son los efectos de los calmantes.

- Gracias por velar mis sueños.

- No hay por qué darlas, ha estado usted la mayor parte del tiempo solo.

- Pues yo he visto una mujer ahí sentada.

- Estaría soñando, nosotras no éramos.

- ¿Es que no me va a dejar en paz?.

- ¿Le estoy molestando?.

- Usted no, perdone, lo digo por ella.

- Debe descansar otro rato mas, le vendrá bien.

Pero noté algo incómoda a la Enfermera. Cuando salió de la habitación la esperaba otra compañera y la oí comentar:

- Te digo que otra vez me ha parecido que había alguien mas en la habitación. También él ha debido ver algo y me ha preguntado.

- Aquí pasa algo raro, lo sé.

Cuando noté que se habían alejado eché otro vistazo por la habitación, pero no parecía haber nadie allí.

- Sé que estás por aquí. Ya te ha debido ver todo el mundo.

- Lo sé Theo, casi me pilla unas cuantas veces la Enfermera.

- Te has propuesto vengarte y me vas a fastidiar mis días de descanso y mi nuevo libro.

- No, aquello ya pasó, no estoy enfadada y de ti depende el que no me vuelva a enfadar. Te recuperarás pronto y empezarás a escribir de nuevo. Son solo unos cuantos días mas aquí.

- Y mi coche a hacer puñetas.

- Eso solo es algo material, lo importante es que estás vivo.

- Ya, pero casi estoy todo roto por tu culpa.

- Fue un repente que tuve, lo siento.

La puerta se abrió de golpe y entraron la Enfermera y el Doctor. Se miraron nerviosamente.

- ¿Con quién hablaba?.

- Con nadie, estoy ensayando mi nuevo libro.

- Nos pareció que había alguien mas con usted y no son horas de visitas.

- Bueno Doctor, pues ya ve que estoy yo solito y bastante aburrido. ¿Qué tal esas pruebas?.

- Bastante bien. Dentro de pocos días se le irán los dolores por completo y podrá abandonar el Hospital. Afortunadamente no tiene lesiones internas y nada roto por ahí.

- Estoy ansioso por irme.

- Pronto, muy pronto, tenga paciencia. Nosotros nos vamos ya, procure descansar un poco mas.

- De acuerdo, me aburriré otro poco.

- Hasta luego. ¡Ah! Y siga ensayando, le sale muy bien la voz de mujer.

Cuando ambos se iban pude comprobar la irónica sonrisa del Doctor y la asustada mirada que la Enfermera me dirigió. Y como yo no quería hablar mas con nadie procuré dormir de nuevo. Pero en mi cabeza resonaban aun todas y cada una de sus palabras y me di cuenta de que ellos no eran tontos y algo habrían visto. En fin, que ya tenían algo sorprendente que contar a sus nietos.

Unos días después me dieron el alta en el Hospital. Por supuesto no me había aburrido porque mi bella desconocida me visitó unas cuantas veces y tuvimos largas y amenas charlas. El Doctor y la Enfermera casi nos pillan otras tantas veces y al irme, cuando salía, no pudieron reprimirse.

- ¿Quiere hacer el favor de firmar aquí?. Puro trámite, es su historial clínico.

- Por supuesto que si, deme un bolígrafo.

- ¿Ha ensayado bien su libro?.

- Bastante, ya va por buen camino.

- ¿Practica usted el espiritismo?.

- No, pero casi. Algo parecido. Lo que pasa es que a ella la da vergüenza que la vean otros.

- Ya comprendo.

- Ustedes que van a comprender. Nunca lo entenderían.

- Está bien, usted sabrá lo que hace.

- Adiós Doctor y gracias por todo.

- Tenga mas cuidado para la próxima vez.

- Descuide, procuraré que no haya una próxima vez, empiezo a odiar los coches.

Llamé un Taxi y me llevó a la Estación de trenes. Allí miré en un panel muy grande los horarios y encontré el que me venía bien y que me dejaba justo en el pueblo adonde me dirigía.

domingo, 22 de febrero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XIII - Mi Golpe)

Mientras recuerdo estos años pasados voy por la autopista, al volante de mi coche nuevo. Necesito una especie de pausa en mi vida para ponerme en orden las ideas y además, para empezar a trabajar en mi nuevo libro. Y he decidido marcharme yo solo a la costa. A un adorable pueblecito del Norte que ya conozco, tranquilo, con buenas gentes y bellos paisajes. Atrás he dejado la ciudad, hace horas, a mis amigos, a mi familia y a mi bella desconocida. Antes de partir realicé algunas llamadas por teléfono para avisarles de mi decisión de unas minivacaciones.

- Dígame.

- Jesús, soy Theo, me voy unos días fuera, a un pueblecito de la costa.

- Estupendo chico, que envidia me das. Con gusto me iría contigo, pero el trabajo es el trabajo y en esta época del año tengo mucho y debo aprovecharlo. Si fuese en otras fechas...

- No, si yo lo que quiero es irme solo. Necesito concentrarme y empezar un nuevo libro. Tan solo te llamo para que lo sepas, que me voy.

- Que te diviertas. Ya me contarás a tu vuelta.

Mi hija me comprendió perfectamente cuando la llamé para decírselo.

- ¿Te vas a bañar en el mar?.

- No lo se, depende del clima. En esta época del año suele llover mucho por allí.

- Tráeme alguna caracola, o unas conchas de la playa. Las puedes coger mientras paseas por la playa. O algún recuerdo, bueno, lo que a ti te parezca. Me gustan las sorpresas.

- Descuida, no me olvidaré de ti.

- Y espero que sea muy bonito lo que escribas y me lo dejes leer a mi primero.

- Prometido, hija. Dila a tu madre que se ponga al teléfono un momento.

- No puede en estos momentos, está en la ducha. Si te esperas un poquito no tardará en salir.

- Déjala, no importa. Era para despedirme de ella simplemente. Cuando salga de la ducha la dices que he llamado, se lo cuentas y la das un beso.

- ¿De tu parte?.

- Si, pero no la digas que es de mi parte. Hasta la vista hija y pórtate bien.

Y Angélica tenía el día en clave de humor, como casi siempre.

- Pero mira que eres pendón. ¿Y a que pueblo dices que vas?.

- No te lo voy a decir porque quiero estar yo solo y eres capaz de ir a hacerme una visita.

- Oye, no te habrá cazado alguna cualquiera y os vais a daros la gran juerga.

- ¿Piensas eso en serio?.

- Que no, hombre, que no. Era una broma. Que poco me conoces Theo.

- Te conozco bastante bien... ¿Angélica?...

- ¿Si?.

- Te voy a echar de menos.

- Gracias, no esperaba menos de ti.

- Me debes una.

- Cuando regreses por aquí. Cuídate.

En casa no estaban mis compañeros y no aparecieron mientras estuve haciendo mi equipaje. Y les tuve que dejar una nota en el tablón de avisos. Por supuesto tampoco a ellos les dije el lugar adonde yo iba. Antes de salir de casa me lo pensé mejor y escribí en otra nota un número de teléfono por si había alguna emergencia y me tenían que localizar. Pero esta segunda nota no la puse junto a la primera. En vez de eso opté por deslizarla bajo la puerta de la habitación de Marta. Confiaba en ella.

Ya cerca de la costa tomé una pequeña desviación saliendo de la autopista que me llevaría, a través de una sinuosa carretera costera, hasta ese hermoso pueblecito. Ya era de noche cerrada y yo confiaba en encontrar a alguien despierto aún que me enseñara donde encontrar alojamiento.

- Theo, ¿Qué pretendes?.

La voz me sobresaltó tanto que a punto estuve de salirme de la carretera. A mi lado se había aparecido, de repente, mi bella desconocida.

- ¿Pero que demonios haces tu aquí?.

- Contéstame tu primero. ¿Qué pretendes largándote así, sin mas?.

- Yo no me largo de nadie. Me has dado un susto de muerte, perdón, quiero decir, me has dado un buen susto, que leches.

- Quieres alejarte de mi, lo presiento. Has avisado a todos de tu viaje, menos a mi.

- Mira guapa, si no te he dicho nada es porque supongo que tu lees mis pensamientos y esto hace tiempo que lo tengo decidido. Por eso deberías también saber que no pretendo alejarme de nadie, solo de la ciudad, que necesito una tranquila temporada.

Paré el coche en el arcén y me noté aún temblando de pies a cabeza.

- Yo todo eso no lo se. Te leo el pensamiento, es verdad y se que presiento que tu pretendes alejarte de mi lado. Lo otro que dices no lo veo por ningún sitio.

- ¿No estarás perdiendo poderes?.

- No te rías. Mira, voy a decirte un secreto. Contigo hay veces en que no puedo leer tus pensamientos.

- ¿Qué me dices?, ¿Tu?.

- Si, hay ratos que te bloqueas pensando en algo y no puedo acceder a ti.

- ¿Pensando en que?.

- Eso no te lo voy a decir. No lo se, solo lo supongo. Además podrías utilizarlo en mi contra.

- No seas absurda. Entonces, ¿Es cierto que no sabías nada de este viaje?.

- Nada, en absoluto.

- ¿Y vienes hasta aquí?, ¿Y te presentas así, de golpe?.

- Yo estoy en todas partes a la vez.

- Estás loca. Escucha, puede que buscar la tranquilidad sea para mi alejarme de todo y de todos. Pero siempre os llevo en mi pensamiento allí donde vaya.

- Eso es mentira, solo piensas en...

- Vamos dímelo, ¿En qué pienso?.

- No, vamos a dejarlo así. Dejémoslo en un malentendido nuestro.

- Nada de malentendidos, chica.

Puse de nuevo el coche en marcha y durante un buen rato mantuvimos silencio. Verdaderamente me había enfadado y ella lo sabía. Así fuimos durante varios kilómetros.

- Nunca creí que pudieras hacerme una cosa así.

- Escucha preciosa, o te vas, o te quedas, o te pierdes de una vez. Yo quiero tan solo tranquilidad. ¿Me entiendes?. Tan solo pido eso.

- Pero piensas todo lo contrario a lo que me dices.

- ¡Mierda!, ¿Quieres dejar en paz ya este asunto?.

- ¿Quieres que me vaya?, ¿Verdaderamente quieres que yo me vaya?.

- Vaya, pues si. Vete a tu maldito trabajo y déjame a mi con el mío.

- ¿Ves?, ahora no te puedo leer el pensamiento, Theo. ¿En que estás pensando?.

- ¿Ahora?. Ahora estoy pensando en..., no, ahora soy yo el que no te lo digo.

- Dímelo, Theo me estás enfadando.

- Me da igual, yo creí que ya lo estábamos hace rato.

Y antes de que yo pudiese reaccionar, ella agarró el volante con una mano y tiró de él hacia la derecha, hacia el barranco. Lo último que pude ver era que todo el interior del coche daba vueltas y mas vueltas. Ella ya no estaba a mi lado y cuando llegué al fondo de la pendiente tampoco apareció por allí.

Poco después todo a mi alrededor había desparecido y un negro vacío inundaba mi campo de visión. Todo era absoluta oscuridad hasta el horizonte. Poco a poco todo empezó a clarearse con una mortecina luz, hasta quedar en una penumbra sobrenatural. Ante mi pude divisar un montículo de piedra y sobre el montículo una especie de silla o trono, también de piedra. Una conocida figura apareció por mi izquierda y deslizándose lentamente, mas que caminar, tomó asiento frente a mi en ese trono.

- ¿Dónde me has traído?.

- Theo, ahora vamos a hablar seriamente tu y yo, pero en mi terreno.

- Primero dime una cosa. ¿He sobrevivido al accidente?.

- Sobrevivirás, aún no te he querido hacer mucho mal. Mañana por la mañana te encontrarán y despertarás al atardecer en la cama de un hospital.

- Entonces, dame asiento y hablaremos cuanto quieras.

- No, te quedarás así. Ahora soy yo la que lleva la ventaja.

- Pero si siempre la llevas tu.

- No siempre. Acuérdate del taxista, o de nuestro pacto. Yo os di a escoger.

- Luego, eso, es una ventaja.

- Digamos que es un anticipo, nada mas.

- Habla pues, mujer, te escucho.

Calló durante unos instantes y me entretuve en observarla atentamente. Iba vestida tan solo con una túnica negra muy transparente y además evitaba mirarme a los ojos.

- Theo, lo que pasó entre nosotros no es normal.

- Pues según los libros de historia no es así.

- La historia miente. La historia la escribís los hombres a vuestra forma, no como sucede realmente.

- ¿Me quieres hacer creer que me concediste un privilegio único?.

- Así es. Créetelo.

- Y que me dices de Jesús, el taxista. ¿También te acostaste con él?.

- Con nadie.

- Entonces, ¿Cómo le convenciste?.

- Le traje aquí mismo.

- No me comentó nada de que le provocaras un accidente.

- No fue con el coche. Fuimos a tomar unas copas y bebió mas de la cuenta. Siempre creerá que fue un sueño de borrachera.

- Pero te cogió miedo.

- Tu también me tienes miedo.

- Al principio de conocerte me dijiste que como yo había habido otros.

- Exacto. Me salen muchos amantes siempre. Pero, créeme, solo a ti te hago caso.

- ¿Y por qué yo?.

- No lo se, tienes algo, no se. Debe ser que me hago vieja.

- Tu ya eres tan vieja como el mundo.

- Déjalo, me cogerás mas miedo.

- Pero, al menos yo se como combatirte.

- ¿Bromeas?, ¿Aquí y ahora?, ¿En mi terreno?.

- Aquí y ahora, bonita.

Y comencé a avanzar hacia ella. Noté como daba un respingo en su trono de piedra, me miraba a los ojos y juntaba nerviosa sus manos sobre su regazo.

- Theo, no lo hagas.

- ¿Ahora me tienes miedo tu a mi?.

- No lo hagas, por favor, no.

Llegué hasta ella y la acaricié el rostro con ambas manos. Cerró sus ojos, entreabrió sus labios y su hermoso pecho lo acercó hasta mi. Confieso que tuve que hacer un esfuerzo muy grande, pero logré dominarme.

- Tienes razón, aquí y ahora no. Otra vez será. Y en mi terreno, no en el tuyo.

- Miserable, te acordarás de ésta.


Y la vista se me nubló poco a poco.

domingo, 15 de febrero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XII - Su Trabajo)

Años después, pocos para mi gusto, las cosas de la vida parecían irme muy bien. Tuve la suerte de encontrar una buena Editorial que se hizo cargo de mi nuevo libro y volví otra vez a figurar en las listas de éxito, entre los cinco escritores mas leídos. La verdad es que todo el mérito era del taxista puesto que mi libro trataba de su Diario, o de la mayor parte de él que yo pude recordar, modificar y ponerle un final bonito.

A mi bella desconocida, ahora también conocida, tuve ocasión de encontrármela varias veces y en los sitios mas variopintos, cumpliendo con su trabajo, con ese trabajo suyo que muy poco la gustaba, pero que siempre tiene que cumplir. Y aún siento un no se qué cada vez que la veo, esa mezcla de amor por ella y ese miedo de ella. La única diferencia que la noté fue, a mi parecer, ese nuevo interés suyo por mí, por mis asuntos. Creo que los papeles se han invertido y últimamente es ella la que me busca y me desea. La última vez que la vi tuvimos una patética conversación.

- ¿Qué tal te va, Theo?.

- No me puedo quejar.

- ¿Aún no te vienes conmigo?.

- No lo se, cielo. Sigo indeciso.

- ¿Tanto tiempo indeciso?.

- Todo el tiempo que duren mis amigos.

- No te van a durar siempre.

- Espero que si, tengo mucha fe en ello.

- ¿Tu solo te mueves en base a tu fe?.

- Solo. Mira, sigo pensando que algo me falta aún por hacer y no se el qué.

- Ten cuidado, no me gustaría tener que venir a por ti sin que tu me hayas llamado.

- No te daré motivos, aunque me gusta verte de vez en cuando.

- Por mi, todas las veces que quieras. Me tengo ya que marchar, Theo. Cuídate.

- ¿No me das un beso?.

- Por supuesto que si.

Y es que no es fácil, para un hombre como yo, olvidar ese melocotón de mujer. En una ocasión fue ella la que me buscó a mi. Pero aún se lo estoy agradeciendo. Yo me había comprado un coche recientemente, harto de buscar siempre algún transporte público bajo la lluvia. Me lo compré un día lluvioso (en mi ciudad llueve mucho), lo vi al pasar por el concesionario y entré a protegerme de la lluvia. El amable vendedor me convenció y a los pocos días me entregaron el coche. Bueno, pues ya hacía otros pocos días mas que yo tenía el coche y con él entré, una noche, en un parking público. De pronto me sucedió como una especie de ramalazo por mi cabeza, una nueva idea fenomenal para escribir un nuevo libro. Busqué un sitio vacío, aparqué y me quedé al volante pensando y dejando volar mi imaginación. Pasado un buen rato llegó mi bella desconocida, abrió la portezuela del coche y se sentó a mi lado.

- Theo, ¿Tienes un rato para mí?.

- Pues claro, cielo.

- Escucha, quiero respetar nuestro pacto.

- ¿Y hay algún problema?.

- Que no me has llamado ahora, por eso estoy aquí. Apaga el motor de tu coche que te vas a asfixiar con los gases del escape.

- ¡Ah!, gracias. De verdad, no me había dado cuenta. Hace poco que lo tengo y aún no me acostumbro a él.

- Lo se.

- Y también sabes que no te he llamado.

- También lo se.

- A veces me gustaría que fueses una mortal.

- Déjalo así. Ahora he de irme. Hasta pronto.

Suena paradójico que ella precisamente quiera, se empeñe, en salvar mi vida. Pero la sigo teniendo miedo. Sobre todo desde que un día la vi como era su trabajo. Sucedió hará casi un año y ese capítulo nunca se me borrará de la mente. Yo salía de una tienda de papelería, de comprarme un paquete de folios para escribir y casi me tropecé con ella, que estaba apoyada en la pared, al lado de la tienda.

- ¡Hola!. Que sorpresa. ¿Qué haces tú por aquí?.

- Theo, márchate, te lo ruego.

- ¿Hoy no quieres hablar conmigo?.

- No es eso, de verdad. Por favor, márchate ahora mismo.

- ¿Qué te sucede?.

Pero antes de que ella me dijese nada lo pude ver con mis propios ojos. Un muchacho, casi un niño, bajaba por la calle montado en su bici, con demasiada velocidad. Una anciana se disponía a cruzar esa misma calle en ese momento y el muchacho no pudo esquivarla y la alcanzó de pleno. Ambos cayeron al suelo y rodaron juntos. Finalmente el chico acabó golpeándose la cabeza contra el duro bordillo de la acera. Corrí a ellos mientras observaba como el chico se convulsionaba unos instantes para quedarse rígido después. Cuando me acerqué, el muchacho había dejado de existir. Un montón de gente se acercó también y al levantar la vista y mirar ya no la vi a ella en el mismo sitio, ni entre la gente que allí se agolpaba.


Ella no podía haberse esfumado tan rápidamente. Corrí a la siguiente bocacalle y llegué justo a tiempo para verla doblar otra esquina y desaparecer de mi vista. Y juraría que era ella porque ya la conozco tan bien que podría diferenciarla entre un millón de mujeres. Pero dudé de ello porque me pareció que esa mujer llevaba a su lado a un muchacho, de la mano. Y al otro lado la acompañaba una anciana. Un terrible presentimiento me invadió y volví al lugar del accidente. Allí me enteré de que la anciana atropellada por la bicicleta también había fallecido. Y me entraron unos sudores fríos, la vista se me comenzó a nublar y tuve que sentarme en el bordillo de la acera. Cuando se me pasó el mareo y dejaron de zumbarme los oídos descubrí, de pié a mi lado, a un policía, libreta en mano, observándome para luego tomarme declaración. Se lo dije todo. Todo menos lo relativo a mi bella desconocida.

domingo, 8 de febrero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XI - La Decision)

Como siempre, cuando quiero que no me molesten, empezó a sonar el teléfono. Dudé bastante entre descolgarlo o ignorarlo. Al final me venció la curiosidad. Era mi bella desconocida.

- Sí, dígame.

- Theo, ¿Estás preparado?.

- Lo estoy.

- ¿Me amas?.

- Demasiado.

- ¿Voy a buscarte?.

- No, espera, mas tarde. Antes tengo que arreglar unas cosillas. Luego te esperaré en la Iglesia que ya conoces.

- De acuerdo. Te concedo unas horas más para que te lo pienses.

- No hay nada que pensar sino que hacer.

- De todas formas piénsatelo, te doy el privilegio de arrepentirte, hasta el último segundo.

- Gracias.

Una vez que ella colgó, yo marqué un número conocido. Pregunté por mi Editor. Su secretaria me mandó a la mierda, de parte de él. Eso si, muy respetuosamente, que para eso tenía la moza todo un curso hecho de relaciones sociales. Marqué otro número y al otro lado me dio línea ocupada. Era el de mi hija. Seguramente estará hablando con alguna de sus amigas. Volví a marcar otro y en este si me contestaron.

- ¿Si?.

- Hola, cielo.

- Theo, tengo que verte, ahora. Yo sé, bueno, me imagino, lo que estás tramando y no me gusta nada.

- Verás, Angélica, hay cosas que deben estar predestinadas, suceden y no gustan a veces, pero, no las podemos cambiar.

- Dentro de un rato paso a buscarte.

- No estoy en casa.

- No tardaré nada, tengo mi coche a la puerta de mi casa.

- Cuando llegues ya no estaré.

- Voy para allá. Hasta luego.

Y colgó. Calculé que aún podía concederme unos minutos y volví a marcar otro número.

- Taxi-Servicios. Dígame.

- ¿Puede pasarle un aviso a uno de los taxistas?. Se llama Jesús y es joven.

- ¿Jesús?, si, digo... no. Ese coche descansa hoy precisamente.

- Entonces, por favor, deme su teléfono de casa.

- Lo siento, no nos está permitido.

- Gracias de todos modos.

Hoy no es mi día de teléfonos. He perdido ya más tiempo de lo que calculé y Angélica estará al llegar. He de darme prisa. Me asomo a la ventana y la temperatura exterior está bastante fresca. Decidí ponerme una de mis cazadoras y me precipité escaleras abajo, sin esperarme al ascensor. Al llegar a la calle me camuflé entre la gente, recorrí varias manzanas de casas y llegué a la Iglesia.

Al entrar en su interior todo ya me resultaba muy familiar. Me acomodo en el primer banco, delante mismo de la imagen y me siento a esperar, a meditar, a terminar. Nuevamente miré a los ojos de la imagen, pero hoy allí no había nadie, era tan solo una figura en la penumbra del templo. Para las horas que son que poca luz penetra desde el exterior. Comencé a darle vueltas a todo este asunto. Jesús se había vuelto atrás y decidió olvidarla. Mis ánimos no iban por ese camino. ¿Qué nos dijo él en el Bar?. Si, que él aún tenía unos ideales y unas metas a largo plazo y que este asunto nunca se lo había planteado ni de remota casualidad. Creo que Angélica entonces le dijo que a lo suyo se le llamaba esperanza y no lo confundiese con ideales y metas. Que gran amiga esta Angélica. Y Marta, con su velada amistad. Parece como si ahora a todos les diese por practicar la amistad. La verdad es que la mayoría de las veces no nos parece que alguien la practique. Y en cambio, ahí está, latente unas veces, agazapada otras, derramada las menos. ¿Y mi hija?, ¿Cariño, amistad, amor filial?.

A partir de aquí sucumbí en profundos pensamientos filosóficos. Primero situé el valor amor y luego el valor amistad. Amor a la izquierda y amistad a la derecha. Con ello conseguí dos listas y a cada una le apliqué otros valores para ver hacia donde se inclinaba la estadística de la balanza. Iba perdiendo la lista del amor con partes tan negativas como celos, abandono, hastío, conformismo, contrato de por vida, sexualidad fingida, sociedad de consumo, traiciones, engaños. Y en la lista de la amistad me desdoblé en dos caminos: sincera e interesada. Adonde la sinceridad perdía puntos de forma alarmante. Pero en mi caso concreto, en mi vida, la amistad sincera me sobrepasó el listón de puntos y se colocó en cabeza de lista. Por supuesto el amor ni siquiera pudo entrar en la lista al acumular tantos negativos.

Bueno, yo tengo un trasero, como todo el mundo. Y ahí me han dado todos su puntapié. ¿Qué pasaría si yo ahora me pongo mis botas nuevas con punteras y me lío a dar patadas?. Pensé en nuevos proyectos de libros. A partir de ahora podría escribir buenos libros color-de-rosa, pero en base a la amistad sincera. Y dejaría que otros escribiesen libros de ciencia-ficción en base de amor. Al final resulta que voy darle la razón a mi editor. Pero por culpa de las experiencias adquiridas en mi propia carne. En clave de amor, si un día no estás cariñosos, “es que ya no me quieres”. En amistad, en el mismo caso, te cogen de la mano y te dan un abrazo. En amor, si estás triste, se enfadan contigo. En amistad, te cuentan un chiste.

Y yo aquí, como un tonto, esperando a mi Diosa, por amor. ¿seré más feliz con ella?. Posiblemente no. Entonces es que también me atrae su cuerpo, si, pero no es el único melocotón del mundo. Levanté la vista y volví a mirar la imagen, esta vez de nuevo con vida en sus ojos. La pregunté si ella, antes de imagen, qué había sido más, si melocotón o amiga. Y sus ojos sonrieron. Y me hicieron sonreír. Acababa de ganarme otra velada amistad.

De repente un ruido procedente del portón de entrada y un ligero tintineo de la luz de las velas me dieron a entender que ella había llegado ya a buscarme. Esperé un tiempo sin volverme, pero ella no dijo nada. Después de bastante rato ambos seguíamos en la misma posición, sin dirigirnos ni una palabra, ni una mirada. A juzgar por el cosquilleo que yo sentía en la nuca, supuse que ella tenía sus ojos clavados en mí, esperándome. Pero yo ahora, precisamente, no tenía prisa alguna.

Es curioso, además ahora ya ni me acordaba de su rostro tantas veces soñado, ni de su cuerpo, a pesar de haberla tenido, horas antes, entre mis brazos. Mi mente seguía llena de rostros mas familiares, mas conocidos, sin cuerpos, solo rostros, pero rostros queridos al fin y al cabo. La imagen seguía regalándome sonrisas con su mirada, sin importarla si yo se las devolvía. Me pasaba igual que una vez, recordando de cuando yo era pequeño. Había un mendigo en la calle al que le faltaban las dos piernas y tenía delante de sí, extendido sobre los baldosines de la acera, un pañuelo mugriento donde iba poniendo las monedas que le daban los caritativos transeúntes. Yo iba camino del Kiosco con mi moneda de Peseta en la mano y me relamía de gusto de solo pensar en la barra de regaliz que iba a comprarme. Al pasar junto al mendigo me paré en seco. Nunca había visto que un señor pudiese vivir sin las dos piernas. El me miró a mi altura, porque no levantaba más del suelo, y entonces yo alargué la mano y le di mi Peseta. Luego marché a mi casa sin acordarme ya para nada de la barra de regaliz. Lo que yo tardé, varios años después, en comprender, era, el por qué, mientras a mi se me escapaba una lágrima de pena al darle la Peseta, el mendigo me sonreía con su imperturbable rostro de felicidad. ¿No debía ser al revés?, él debía llorar su desgracia y yo reír mi suerte. Y tardé mucho en comprenderlo, mucho.

La luz del templo comenzaba ya a palidecer aún más y calculé que debían de haber pasado ya muchas horas. Me dolía el trasero por culpa del duro banco de madera y los ojos de no apartarlos de la imagen. Al rato, con un familiar eco de bisagras oxidadas, el viejo cura salió de su sacristía. Hizo una reverencia al cruzar entre la imagen y yo, me miró y siguió caminando hasta la entrada del templo. Le oí hablar con ella en voz muy queda, como creo que solo saben hablar los curas. Pero la voz femenina que le contestaba también era inaudible.

Al rato, el viejo cura se acercó a mi y bajando mucho la voz me susurró al oído.

- Al lado de la puerta hay una señorita que pregunta por ti, hijo.

- Ya lo sé.

- Quiere saber si vas a tardar mucho.

- ¿Tiene mucha prisa?.

- Sí que debe tenerla.

- ¿Usted también sabe quién es ella?.

- Así es.

- Mire padre, por favor, dígala que yo no estoy ya tan seguro de acompañarla. Que aún la quiero, pero puedo tardar horas o incluso años en decidirme. Dígala que cuando eso suceda yo mismo la llamaré a mí.

- Así lo haré, hijo.

- Gracias.

- Es tu voluntad.

Nuevamente el viejo cura regresó a la entrada y volví a oír los susurros. Al instante noté cómo una especie de cálido beso en mi nuca y acto seguido el ruido del portón al cerrarse. El sacerdote regresó a su sacristía envuelto en su familiar eco de bisagras, no sin antes detenerse un rato a mi lado.

- La señorita no ha dejado dicho nada, pero se ha ido llorando.

Asentí con la cabeza como dándome por enterado de su observación. Y decidí quedarme un rato más. Había llegado a gustarme, desde el primer día, este rincón de la ciudad. Cada persona seguro que necesitamos alguna vez en la vida un rincón así de agradable y apacible. Pero terminé por levantarme y enfrentarme a la cotidiana ciudad.

Me pasé un buen rato caminando por las calles, abstraído aún en mis pensamientos. De una cosa ya estaba seguro, volvería a escribir, con más fuerza. Si conseguía recordarlo, podría comenzar con el famoso Diario que rompí, del taxista, que además ya tenía un final bonito y muy apropiado. En él yo quería resaltar palabra por palabra el triunfo de la amistad-velada-o-sincera sobre el amor-color-de-rosa. Y si no se contentaba mi Editor, pues me buscaría otro al que romper algún día su nariz.

Seguí caminando y al llegar a mi calle divisé a Angélica montada en su coche. Ella también me vio, bajó del auto y cerró las puertas. Cuando llegué a su altura me miraba sonriente y yo la devolví un gesto de resignación. Pero nunca, nunca, me llegó a preguntar nada de lo sucedido, cosa que yo la he agradecido siempre. Seguí mi camino y ella se me unió, a la par, a mi lado.

- Theo, me debes un café. La última vez te invité yo.

- A eso vamos, Angélica, a eso vamos. Aquí cerca, donde siempre.

Sonreí y la miré de reojo y ella seguía mirándome y sonriendo. Y me di cuenta de que me gustaban mas ese tipo de sonrisas que las de las Diosas. Porque, en confianza, las Diosas no saben sonreír.

Fin de la Primera Parte.
Mayo de 1990

PATROCINADORES

Gif Imagen 468x60

CopyRight ©