domingo, 15 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XVI - Otra Mujer)

Por supuesto, a la mañana siguiente ella ya no estaba a mi lado. Desaparecía al amanecer, satisfecha de haber permanecido conmigo. Me levanté pronto y me puse el desayuno, la mañana estaba fría pero me apetecía estirar mis huesos por la playa. Después del desayuno opté por ponerme algo de abrigo y salí a pasear. El sol brillaba limpio pero sin calentar y el frío se hacía notar en la brisa. Un montón de gaviotas picoteaban la marea baja en busca de alimento y me fui por el lado contrario para no espantarlas. Al cabo de un rato llegué hasta una escollera y pude distinguir una figura entre las rocas. Al acercarme comprobé que era una mujer, una muchacha de unos veinte y muchos años.

- ¡Hola!, ¿Cómo estás?, me llamo...

Y la muchacha al oírme y verme se dio media vuelta y echó a correr hacia el pueblo.

- Espera, no quiero hacerte nada.

Pero no me oyó o no quiso oírme. Me encogí de hombros y volví sobre mis pasos, quizás las gaviotas me hagan mas caso. Luego me acordé de que debía llamar por teléfono a la ciudad y me encaminé hasta el pueblo. La marcha fue larga y largo el recorrido aunque disfruté enormemente con el paisaje que la naturaleza le regalaba a mis ojos. De todas formas no calculé yo bien la distancia hasta el pueblo, debería pensarme algún medio de transporte si quería trasladarme muchas veces durante mi estancia. Y por primera vez empecé a echar de menos mi destrozado coche. Nada mas llegar pregunté al primer lugareño que vi.

- ¡Buenos días!.

- ¡Buenos días tenga usted!.

- Quiero llamar por teléfono, ¿Existe alguna centralita en este pueblo?.

- Si señor, mire usted, al lado mismo de esa casona la tiene. También es la oficina de correos, tiene un letrero a la puerta.

- Muchas gracias.

Lo que yo no quería era molestar mucho a mis amigos Andrés y Dora. Ellos tenían teléfono, pero no me gusta abusar en mis conferencias. Así, de paso, me enteraba un poco de cómo funcionaba lo del cartero para con mi correspondencia. Al entrar en la oficina me topé de cara con Dora que se extrañó primero y se enfadó después.

- Eres como un niño, no nos importa que uses nuestro teléfono y además te consideramos como nuestro invitado.

- Ya, pero yo me quedo mas tranquilo.

- Pues tu verás. Mira Encarna, este es Theo, el amigo nuestro del que te hablaba. Esta es Encarna, encargada de la oficina y aquella en Mónica, su hija.

- Encantado de conocerlas. A su hija ya la conozco, pero solo de vista. Me la encontré antes, en la playa, cerca de mi casa, pero huyó de mi presencia sin decirme nada.

- Debe usted perdonarla, es que generalmente no habla ya con nadie.

- Ya te lo contaré luego Theo, si ibas a llamar te espero y te vienes luego conmigo a mi casa.

- De acuerdo. Mire Encarna, marque este prefijo y este número y me pasa la comunicación.

- Ahora mismo, a ver si hoy están bien las líneas y no tenemos problemas.

- ¿Y que haces aquí Dora?.

- He venido a por una carta certificada que me mandan de Madrid, del Ministerio.

- ¿Aún sigues con ese problema de antaño?.

- Sigo con lo mismo, pero parece ser que está a punto de solucionarse. Sabes que mi ilusión es dar clases en el colegio de este pueblo y siempre hay una vacante que no son capaces de cubrir todo un año entero. Los que vienen duran muy poco, se aburren aquí, son muy jóvenes y acaban marchándose.

- Y se agarran a que tu hace tiempo que no ejerces.

- No es eso, es que ahora lo hacen por no se que convocatorias y una no está al día en esas modernidades. Yo tengo un título que quiero aprovechar y quiero hacerlo en mi pueblo, porque me gusta. Y ellos no saben de nadie que quiera quedarse aquí.

- ¿Y se te va solucionando?.

- Tuve que ir con Andrés a Madrid y hablar con uno de los altos cargos. Ese me prometió que lo llevaría él personalmente y ahora recibo una carta para que les envíe unas documentaciones que necesitan.

- Al menos ya es algo.

- Tiene usted su conferencia, coja ese teléfono de ahí, en la pared.

- Muchas gracias Encarna. Luego seguimos con esto Dora, si quieres me esperas o voy luego a tu casa.

- No importa Theo, te espero.

- ¡Hola!, ¿Con quién hablo?, soy Theo.

- ¿Qué tal te lo estás pasando?, soy Alberto.

- Hola Alberto, me lo estoy pasando muy bien, por eso os llamo, para daros envidia.

- Nos tienes preocupados, llevas diez días fuera y no nos has llamado. Dame tu teléfono y así te llamamos nosotros.

- Ni hablar, no tengo teléfono y llamo desde una centralita. ¿Estás tu solo?, me gustaría saludar a alguien mas.

- Ahora estoy yo solo, los demás están con sus cosas y Marta ha hecho las maletas y se nos ha ido de vacaciones esta misma mañana.

- ¿Te ha dicho donde ha ido?.

- No se lo ha dicho a nadie, ya sabes como es, un día piensa una cosa y luego hace otra distinta. Ya no nos extraña nada.

- Bueno, pues corto ya. Les das recuerdos y ya os mandaré una postal.

- ¿Cuándo volverás a llamar?.

- No lo se, un día de estos. Hasta luego.

- Hasta luego y pásatelo bien.

- ¿Ha terminado ya, señor?.

- Si, dígame el importe. Luego volveré a llamar a mi hija, aún es pronto y no estará en casa.

- Theo, pareces enfadado.

- Si Dora, resulta que Marta ya está en camino para acá.

- Cuanto lo siento, fue por lo de anoche, además no nos dijiste nada y la dimos nuestras señas.

- Ya me extrañaba a mi que ella se viniese tan decidida. Hubiese tardado mucho en averiguar a que localidad pertenecía el número de vuestro teléfono que yo la dejé.

- Aquí tiene el recibo, señor.

- Gracias Encarna, tome, ya nos veremos. Si tengo alguna carta désela a mis amigos que ellos me la harán llegar. De todas formas nadie tiene estas señas, pero uno nunca sabe.

- No se preocupe, así lo haré.

- Vamos Theo, haremos antes unas compras de camino a mi casa.

- De acuerdo, vamos. ¿Qué me ibas a contar de esa chica, la hija de Encarna?.

- ¿De Mónica?, primero dime tu si de verdad la conociste como has dicho.

- Pues eso mismo, nada importante, salí de la cabaña a pasear por la playa y la vi por allí cerca, la saludé, me vio y echó a correr al pueblo sin decirme ni una palabra.

- Verás, antes Mónica no vivía en el pueblo, se quedó en la capital después de acabar su carrera de farmacia. Dicen que estaba viviendo con un chico desde hace años y que ahora rompieron y que ella se ha venido al pueblo con su madre, para olvidar.

- Eso no es excusa para ser tan maleducada.

- Aquí si lo es. Date cuenta que en el pueblo se llegó a decir que Mónica era una fulana por vivir con alguien sin casarse. Ahora que vuelve al pueblo las mujeres no la hablan y los hombres la hacen proposiciones deshonestas.

- Por eso ella huye de los hombres.

- Exactamente.

- ¿Pero aún estáis en la Edad Media?.

- Si Theo, en estos pueblecitos solo ven normal lo que sale por televisión, la vida real la ven de otra forma.

- Pues es muy triste.

- Si que lo es, con la única que ella suele hablar es conmigo, tal vez porque ve que yo tengo las ideas mas modernas.

- Yo no me explico como puedes aguantar todo el año en un pueblo así. Tu naciste para ser ciudadana de asfalto.

- La vida es así, a mi me gusta y Andrés es un buen hombre, trabajador y cariñoso. Y ¿A ti que tal te va con lo tu separación?.

- Lo voy superando, peor lo lleva mi hija pero el tiempo lo cura todo.

- Vamos Theo, que yo perdí una oportunidad al no casarme contigo. Yo nunca te hubiera dejado siendo ya mi marido.

- Eso no lo sabremos nunca. Además yo no te pedí que te casaras conmigo, tuvimos nuestro romance aquel verano y solo tenemos ese pequeño y maravilloso recuerdo. Luego lo dejamos mutuamente, conociste a Andrés el verano siguiente y aquí estás, feliz y casada.

- Cierto, no te conocía lo suficiente por entonces. Pero ahora que te conozco mejor siempre tendré esa duda.

- Dora, es mas bonito una vieja amistad.

- También es verdad, te quiero así, tan amigo.

- Gracias, yo también os quiero a los dos así.

- Entra conmigo en esta tienda, quiero comprar algo.

- De acuerdo.

Dora compró algunas cosas y de paso también un pequeño regalo para mi hija. Yo compré algunos recuerdos para todos y unas cuantas postales para enviarlas sin remite. Seguidamente nos fuimos a su casa, llamé por teléfono a mi hija y hablé con ella largamente, una conversación maravillosa que me llenó de nuevos ánimos. Todo lo que me contó eran cosas suyas y del colegio, cosas importantes para ella pero que yo debía escuchar como buen padre, que para eso estamos los padres.

Andrés volvió a casa un rato después y se alegró al verme. Me quedé a comer con ellos y hablamos de todo un poco y posteriormente del contenido del libro que yo pensaba escribir. También salió a relucir lo de mi accidente y las secuelas del mismo durante mi estancia en aquel hospital. Por raro que parezca, estando allí con ellos dos, en su casa, tan en familia, me encontraba yo muy a gusto y se veía que ellos también. Luego llamaron a la puerta y Dora se levantó a abrir. Al rato volvió a la sala con media sonrisa enigmática en su boca.

- Theo, quieren hablar contigo.

- ¿Quién es?.

- Sal fuera y lo verás, te espera en el recibidor porque la da apuro entrar hasta aquí.

- Iré a ver. Luego vuelvo un rato mas antes de volver a mi casa.

- Como quieras. ¿Qué las das, Theo?.

- ¿Cómo dices?.

- Nada, que no hace falta que vuelvas luego por aquí, ya nos veremos en otra ocasión.

Salí al recibidor con la imagen de Marta en mi cabeza. Pero era absurdo que fuese ella y que tardase tan poco tiempo en recorrer toda esa distancia desde mi ciudad hasta aquí. Mi sorpresa fue mayúscula, era Mónica.

- Hola Theo.

- Vaya, pero si sabes hablar.

- Perdona por lo esta mañana, no te conocía y no sabía que fueses tan amigo de Dora.

- ¿Es que eso cambia las cosas?.

- Bastante, hay amigos en los que sí puedes confiar y en ella confío. Y por lo que dicen ellos de ti, se que también acabaré confiando en ti.

- Gracias por el halago y te perdono el desplante. ¿Hay algún sitio donde podamos charlar mas tranquilos, aquí, en el pueblo?.

- No, ninguno. Mejor vamos a tu casa, bueno, eso si tenías intención de ir ahora. Y si no lo dejamos para mas tarde.

- No te sientas obligada, no me debes nada por lo del desplante.

- Ya, pero me apetece hablar contigo, bien, si tu quieres, claro.

- Pues claro que quiero. Venga, vamos andando hasta mi casa, te invito allí a algo y así hablamos durante el camino.

- Gracias, vamos.

- Por cierto Mónica, ¿No tienes miedo de que los del pueblo murmuren por esto?.

- Allá ellos, ya mas de lo que murmuran no creo que les quede.

Y marchamos andando juntos. Ella me contó su historia al completo y yo la conté mi vida al completo. Intenté eludí la parte correspondiente a mi bella diosa desconocida, pero no se la podía ocultar. Algo dentro de mi me decía que se lo contase todo, quizás porque yo necesitaba hablarlo ya con alguien. Así pues, como la persona y el momento eran propicios, empecé a hablarla de ello.

2 comentarios:

Su dijo...

Uhmmm. aqui sigo enganchada a tus escritos..
Besos dulces..

BIGARIATO dijo...

@Susy. Animo que ya quedan pocos capitulos... ;) Besos.

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