domingo, 29 de marzo de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (y Capitulo XVIII - Otra Amiga)

Me habían hablado de que los escritores tenemos una maldición y que es la de estar condenados a estar solos el resto de sus días. Empecé a creerlo, aunque, en raras ocasiones no sea del todo cierto si que se dan mayoría con esa maldición. Y no es porque yo no ponga empeño en no estar solo y no lo consiga. Lo que me pasa es que tengo un miedo horrible a las mujeres, bueno, me gusta tener mujeres amigas y esas no me dan miedo. Pero cuando alguna mujer me habla de amor entonces saco mi coraza hecha del miedo a querer y ser querido. No es que eso sea malo, al contrario, lo cierto es que mi miedo es a que ese cariño se la acabe y me dejen otra vez tirado a la basura. Ese miedo es tan fuerte porque se que yo no podría soportarlo de nuevo y por eso me pongo la coraza al mas mínimo atisbo de amor. Lo mismo me pasa si soy yo el que se enamora y el miedo a no ser correspondido me hace silenciarlo. Con la única que no me pasó todo esto fue con mi bella desconocida.

Seguían pasando los días del verano, calurosos todos, lentos y largos. Escribí algunos relatos mas, todos cortitos, pero mi novela no conseguía empezarla y se sucedían las llamadas de mi Editor que empezaba a ponerse nervioso. Un día en que estaba yo tomando algo parecido a una hamburguesa en un local, me encontré a un buen amigo que iba acompañado de una chica. Nos presentó y ella me comentó que era pintora, que tenía unos cuadros expuestos y que podía ir a verlos, a ver que me parecían. Yo la dije que encantado de ir a verlos y la hice una proposición; Si me gustaban sus cuadros yo la regalaría unos originales de mis relatos. Aceptó la propuesta y así quedó el asunto, gané otra amiga mas y además la chica, que se llama Laura, es bastante guapa.

Pasados unos días me acerqué a ver la exposición de Laura y me entretuve mas de lo previsto en cada cuadro. Me gustó mucho su pintura, su forma de expresión y los tonos adecuados para cada circunstancia. Hubo un cuadro, creo que titulado “Apagón” o algo así, que me dejó clavado en el sitio nada mas verlo. Primero me dio un escalofrío y continué mirando el cuadro siguiente, pero al rato no podía olvidarlo y volví para mirarlo mas detenidamente. Dentro de su sencillez ese cuadro me cautivó, pude ver a través de él y comprendí que Laura era de mi “quinta”, porque, seguramente, Laura conocía también bastante a mi bella diosa.

Estuve mucho tiempo mirándolo, mucho, mucho tiempo. Y cada vez lo veía mas claro, corrí a casa, me encerré en mi habitación delante del ordenador y empecé a escribir mi novela. Ya me sentía motivado, inspirado, ya tenía un título también: “Laura”. Ella iba a ser el personaje principal. A partir de ese momento nos vimos con mas frecuencia, acabó el verano, regresó mi hija, pero yo seguía con la fiebre de mi libro. Cumplí lo prometido y a Laura la di algunos originales de relatos cortos y también, para mi propio asombro, la fui dando, poco a poco, cada capítulo que yo acababa de mi libro. Algo inusual porque nunca lo hago con nadie y hasta que no acabo un libro no lo dejo leer.

Aunque ella nunca lo supo, yo volví unas tres veces mas a contemplar aquel cuadro suyo. No había duda, Laura y mi bella desconocida se conocían, seguro, aunque jamás las llegué a comentar nada a ambas. Le di muchas vueltas al asunto, ¡Que demonios!, Laura era de carne y hueso y mi diosa no. Hasta un tonto se daría cuenta de que es mejor apreciar a una mortal. Al llegar el invierno acabé mi novela y la estuve leyendo unas cinco veces seguidas y a continuación la rompí.

Volví a escribirla de nuevo, de otra forma... y la volví a romper. Laura solo llegó a tener los dos capítulos primeros. Luego la empecé, otra vez, y me convenció un capítulo, dos, los tres primeros, aunque, el tercero no acababa de gustarme y acabé rompiéndolo también. No, mi novela “Laura” debía ser algo distinto a todo lo que he escrito. Así pues, comencé a escribirla de la única forma que yo nunca quiero, con el corazón. Y eso fue lo que me perdió. Decidí dejar de escribir mi novela durante una temporada, ya que empezaba a notar los síntomas. Pero era ya como una droga y al poco tiempo sucumbí de nuevo.

Y volví a romperla de nuevo. Luego, mi amigo Antonio me pidió que yo fuese el director de cine de uno de mis guiones y acepté. Con eso me mantuve olvidado del tema por una temporada. Un día llamé a Angélica y se lo conté por teléfono. No pudo quedar conmigo porque andaba muy liada y desde entonces nos vemos con menos frecuencia. Ha encontrado su equilibrio sentimental, de lo cual me alegro.

Otro día me llamó Laura y quedamos a tomar café. Estuvimos comentando mis guiones de cine y aproveché para decírselo.

- Laura, tengo que decirte algo que lo mismo no te va a gustar.

- Dime.

- A partir de hoy no te daré mas capítulos de mi novela. Pienso dejar de escribirla temporalmente y reanudarla dentro de algún tiempo.

- ¿Sucede algo?.

- Pues si y no. Con esto del cine ando muy liado, pero, también hay algo mas.

- ¡Suéltalo ya!.

Opté por decirla una mentira piadosa por toda contestación.

- Laura, empiezo a tener miedo al personaje. Me absorbe de tal manera que no me deja pensar en otra cosa.

Pero no la dije que yo estaba cogiendo cariño al personaje.

- Pero, ¿Piensas acabarla, verdad?.

- Por supuesto, nunca dejo un libro sin terminar.

No se si quedó conforme porque lo sabe disimular muy bien. Yo por mi parte no me quedé a gusto conmigo mismo y me sentí ruin y despreciable. Al fin y al cabo mi novela era prácticamente “su” novela.

Una noche daban un concierto de órgano en la Catedral y me fui a escucharlo. Aunque había mucho público no tuve dificultad en encontrar un hueco en uno de los bancos laterales. El día era frío de invierno, cercano ya a la Navidad y en el templo hacía un frío glaciar y la penumbra oscura de la noche y la poca iluminación le daban un escenario perfecto para el concierto. A mitad del concierto me sorprendí absorto en las notas musicales majestuosas, pero pensando en mi novela. Una vez que acabó, salí de la Catedral y me senté en un banco de piedra de la muralla lateral del edificio, sollozando, congelándome lágrimas nada mas que salían de mis ojos. Estaba comprendiendo muchas cosas. Estuve allí mucho, mucho rato.

Rápidamente me levanté y me fui a otro templo que yo conocía muy bien, demasiado. Llegué en un momento y vi que estaba abierto, entré deprisa, no había nadie, ni siquiera el viejo cura. Me quedé en la penumbra, cerca de la imagen de la otra diosa sonriente, pero dándola la espalda. Y grité:

- ¡Sé que me estás escuchando!, necesito hablar contigo, ¡Ahora mismo!.

No me hizo falta repetirlo porque, casi al instante, la conocida figura de mi bella desconocida apareció en la puerta y se me acercó despacio y sin apartar sus ojos de los míos.

- Theo, se lo que vas a decirme.

- ¿Qué puedo hacer?.

- Tienes que decidirlo tu solito.

- ¡Ayúdame!, ¡Por favor!.

- Mira, la Navidad está aquí mismo y no te ayuda, al contrario, por ese motivo estás pasando por una de tus depresiones sentimentales, ten cuidado.

- No se que hacer, no consigo centrarme.

- Primero espérate a diferenciar el vacío del amor y luego espera un poco mas, en estas fechas estás desorientado, aguanta un poco.

- Lo intentaré, gracias. De todas formas te quiero pedir un enorme favor. Lo he pensado mucho antes de hablarlo contigo.

- Te vuelvo a repetir que ya se lo que quieres. Pobrecito mío, pareces un bebé desprotegido.

- ¿Y...?.

- Mi respuesta es si. Dejaremos de vernos tu y yo durante muchos años.

- ¿Así de fácil?.

- Exacto. Escucha Theo, he comprendido que aunque llevo mucho teimpo sola, para mi tu vida es solo un insignificante segundo de mi tiempo. Prefiero dejarte en manos de las mortales para luego tenerte yo solita para la eternidad.

- ¿Podrás tu esperar?.

- Sé esperar, siempre hago solo eso, esperar.

- Gracias, bonita. Al final va a resultar que tú si que sabes sonreír.

- Porque he aprendido de ti a ser tu amiga. Y ahora dame un beso y hasta siempre, que tengas mucha suerte.

Y la besé con fuerza y luego ella despareció. De todas formas me quedé con un vacío interior difícil de describir. Marché a casa y me encerré en mi habitación durante dos largos días, escribiendo. Rompí otras tantas veces otros capítulos de “Laura” y me tuve que dar por vencido. En un reloj escuché dar las doce de la noche y cinco minutos después sonó el teléfono. Estaba yo solo en casa porque mis compañeros de piso, incluida Marta, se fueron a sus hogares paternos a pasar la Navidad. Descolgué el auricular y era mi hija.

- ¡Feliz Año Nuevo!.

- Igualmente hija.

- ¿Te lo estás pasando bien?.

- Si, como un enano, aquí con todos.

- ¿Sois muchos?.

- Pues todos los personajes de todos mis libros y yo.

Afuera, en la calle, empezó a resonar una gran traca de petardos y de fuegos artificiales anunciando el nuevo año. Dentro de casa mi tocadiscos se puso en marcha él solo y la música de discoteca inundó todas las habitaciones.

- Que bromista eres. Felicita a todos los que estén contigo. Mañana nos veremos.

- Igualmente hija, hasta mañana, besos a todos.

Me acerqué al sofá y me derrumbé como un muñeco. El salón se encontraba lleno de los personajes de mis libros y todos bailaban y reían celebrando con mi soledad la Navidad. Estaban todos menos “Laura” y al rato lo comprendí. “Laura” estaba incompleta y debía acabarla para que se uniera a nosotros en la fiesta. Me fui hasta mi ordenador, encendí el editor de textos y al rato ya estaba yo tecleando como un loco. Casi al amanecer, cuando puse la palabra “Fin”, aún no era demasiado tarde y a mis espaldas la protagonista de “Laura” me dio las gracias, me acompañó a la cama y me arropó para que descansara. Luego se unió a la fiesta con los demás.

Mi Editor se puso muy contento y la novela fue otro éxito total. Mi amiga Laura. La auténtica, nunca llegó a saber todas las vicisitudes que pasé. Algún día, si llego a conocerla mejor, se lo contaré. Puedo estar seguro de que ella sí que me va a creer.

Fin de la Segunda Parte. Diciembre de 1990

FIN DE LA NOVELA

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