domingo, 15 de febrero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XII - Su Trabajo)

Años después, pocos para mi gusto, las cosas de la vida parecían irme muy bien. Tuve la suerte de encontrar una buena Editorial que se hizo cargo de mi nuevo libro y volví otra vez a figurar en las listas de éxito, entre los cinco escritores mas leídos. La verdad es que todo el mérito era del taxista puesto que mi libro trataba de su Diario, o de la mayor parte de él que yo pude recordar, modificar y ponerle un final bonito.

A mi bella desconocida, ahora también conocida, tuve ocasión de encontrármela varias veces y en los sitios mas variopintos, cumpliendo con su trabajo, con ese trabajo suyo que muy poco la gustaba, pero que siempre tiene que cumplir. Y aún siento un no se qué cada vez que la veo, esa mezcla de amor por ella y ese miedo de ella. La única diferencia que la noté fue, a mi parecer, ese nuevo interés suyo por mí, por mis asuntos. Creo que los papeles se han invertido y últimamente es ella la que me busca y me desea. La última vez que la vi tuvimos una patética conversación.

- ¿Qué tal te va, Theo?.

- No me puedo quejar.

- ¿Aún no te vienes conmigo?.

- No lo se, cielo. Sigo indeciso.

- ¿Tanto tiempo indeciso?.

- Todo el tiempo que duren mis amigos.

- No te van a durar siempre.

- Espero que si, tengo mucha fe en ello.

- ¿Tu solo te mueves en base a tu fe?.

- Solo. Mira, sigo pensando que algo me falta aún por hacer y no se el qué.

- Ten cuidado, no me gustaría tener que venir a por ti sin que tu me hayas llamado.

- No te daré motivos, aunque me gusta verte de vez en cuando.

- Por mi, todas las veces que quieras. Me tengo ya que marchar, Theo. Cuídate.

- ¿No me das un beso?.

- Por supuesto que si.

Y es que no es fácil, para un hombre como yo, olvidar ese melocotón de mujer. En una ocasión fue ella la que me buscó a mi. Pero aún se lo estoy agradeciendo. Yo me había comprado un coche recientemente, harto de buscar siempre algún transporte público bajo la lluvia. Me lo compré un día lluvioso (en mi ciudad llueve mucho), lo vi al pasar por el concesionario y entré a protegerme de la lluvia. El amable vendedor me convenció y a los pocos días me entregaron el coche. Bueno, pues ya hacía otros pocos días mas que yo tenía el coche y con él entré, una noche, en un parking público. De pronto me sucedió como una especie de ramalazo por mi cabeza, una nueva idea fenomenal para escribir un nuevo libro. Busqué un sitio vacío, aparqué y me quedé al volante pensando y dejando volar mi imaginación. Pasado un buen rato llegó mi bella desconocida, abrió la portezuela del coche y se sentó a mi lado.

- Theo, ¿Tienes un rato para mí?.

- Pues claro, cielo.

- Escucha, quiero respetar nuestro pacto.

- ¿Y hay algún problema?.

- Que no me has llamado ahora, por eso estoy aquí. Apaga el motor de tu coche que te vas a asfixiar con los gases del escape.

- ¡Ah!, gracias. De verdad, no me había dado cuenta. Hace poco que lo tengo y aún no me acostumbro a él.

- Lo se.

- Y también sabes que no te he llamado.

- También lo se.

- A veces me gustaría que fueses una mortal.

- Déjalo así. Ahora he de irme. Hasta pronto.

Suena paradójico que ella precisamente quiera, se empeñe, en salvar mi vida. Pero la sigo teniendo miedo. Sobre todo desde que un día la vi como era su trabajo. Sucedió hará casi un año y ese capítulo nunca se me borrará de la mente. Yo salía de una tienda de papelería, de comprarme un paquete de folios para escribir y casi me tropecé con ella, que estaba apoyada en la pared, al lado de la tienda.

- ¡Hola!. Que sorpresa. ¿Qué haces tú por aquí?.

- Theo, márchate, te lo ruego.

- ¿Hoy no quieres hablar conmigo?.

- No es eso, de verdad. Por favor, márchate ahora mismo.

- ¿Qué te sucede?.

Pero antes de que ella me dijese nada lo pude ver con mis propios ojos. Un muchacho, casi un niño, bajaba por la calle montado en su bici, con demasiada velocidad. Una anciana se disponía a cruzar esa misma calle en ese momento y el muchacho no pudo esquivarla y la alcanzó de pleno. Ambos cayeron al suelo y rodaron juntos. Finalmente el chico acabó golpeándose la cabeza contra el duro bordillo de la acera. Corrí a ellos mientras observaba como el chico se convulsionaba unos instantes para quedarse rígido después. Cuando me acerqué, el muchacho había dejado de existir. Un montón de gente se acercó también y al levantar la vista y mirar ya no la vi a ella en el mismo sitio, ni entre la gente que allí se agolpaba.


Ella no podía haberse esfumado tan rápidamente. Corrí a la siguiente bocacalle y llegué justo a tiempo para verla doblar otra esquina y desaparecer de mi vista. Y juraría que era ella porque ya la conozco tan bien que podría diferenciarla entre un millón de mujeres. Pero dudé de ello porque me pareció que esa mujer llevaba a su lado a un muchacho, de la mano. Y al otro lado la acompañaba una anciana. Un terrible presentimiento me invadió y volví al lugar del accidente. Allí me enteré de que la anciana atropellada por la bicicleta también había fallecido. Y me entraron unos sudores fríos, la vista se me comenzó a nublar y tuve que sentarme en el bordillo de la acera. Cuando se me pasó el mareo y dejaron de zumbarme los oídos descubrí, de pié a mi lado, a un policía, libreta en mano, observándome para luego tomarme declaración. Se lo dije todo. Todo menos lo relativo a mi bella desconocida.

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