miércoles, 24 de diciembre de 2008

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo IV - El Diario)

Apenas hablamos durante la comida, cada cual con sus pensamientos. En la mesa de al lado dos camioneros hablaban a voces y hacían comentarios soeces sobre la anatomía de Fulanita, mezclado con experiencias propias de pistones y bielas de sus máquinas de trabajo. Afuera parecía dejar de llover y los hogares absorbieron a la gente corriente alrededor de cada mesa para quedar las calles desérticas. Jesús y yo comimos verdaderamente bien y barato, todo hay que decirlo, y decidimos rematar con un buen café. Bendito ritual de cada día.

- ¿Theo?.

- Dime.

- No, nada.

- ¿Lo hemos hablado todo?.

- Que va, aún nos falta mucho que decir.

- Pues tu dirás.

Pero volvió la vista y no dijo nada de momento. Le miré fijamente y me dio la sensación de que él estaba luchando interiormente por algo, quizás por tomar una decisión. Le noté inquieto y algo indeciso. Pensé en mi mismo, sentado, a esas horas de la tarde, en un restaurante de un barrio cualquiera delante de un tal Jesús, una persona a la que acababa de conocer y que, sin embargo ya me parecía que fuésemos amigos de toda la vida.

- ¿Theo?.

- Vamos, suéltalo ya, Jesús.

- Esa mujer no puede existir.

- ¿En qué quedamos?.

- Theo, yo... no sé explicarme bien, no he nacido buen orador. Lo que quiero darte a entender es la facilidad con que se piensa en ella. Mira, punto por punto. Se piensa fácilmente en ella, quiero decir, se piensa fácilmente en la existencia de ella, pero se hace difícil el saberla ser en la realidad.

- Una de dos, Jesús, o me he perdido o creo entenderte.

- Explícamelo mejor tu, por favor.

- Bien, dime si me equivoco. Antes debo aclararte algo que tienes muy confuso. Jesús, estas enamorado y una persona enamorada siempre ve todo a través de un cristal propio, que siempre te da una imagen bonita de ello. Si la chica es fea, la ves como la mas hermosa. Si tiene un defecto físico, tartamudea, etc., para ti siempre ella tendrá una buena figura y su voz será suave y melodiosa. Con ello no pretendo desilusionarte, yo creo en el amor, en el amor puro, en el autentico. Fíjate si te creeré en lo que me dices que pienso escribir tu historia y darle con ella en las narices a mi editor, que piensa que el amor ha muerto, quizás porque a el la vida le ha tratado de otra forma distinta. Espera..., no digas nada aun, déjame terminar a mi. Se supone que tu estas mentalizado primordialmente en que existe el rumor de que ella vive, que es real. Posteriormente la idealizas en tu cabeza y das rienda suelta a tu amor, quizás mucho tiempo oculto, escondido en tu profundidad. Un día crees ver en una cliente a la susodicha chica y zás..., le das la imagen, la forma, a todas tus fantasías. Señores ya teníamos el patrón base, a partir de ahora ya podemos dar forma al tejido hasta conseguir el traje a medida.

- Por ahí van los tiros.

- Entonces, tu problema es sencillo darle solución. Y como siempre debe existir un “pero”, el tuyo resulta ser el que no la has vuelto a ver, ni la conoces bien. Así nunca podrás declararla tu amor por ella. ¿Y si te resulta casada, o monja?.

- Te burlas de mi, pero estas en lo cierto en todo cuanto me dices. Y no me importa que esté casada o monja.

- Y cambiando un poco de tema, Jesús, que te parece si nos vamos ya de aquí. Tengo la cabeza demasiado cargada y somos los únicos que aquí quedamos y los camareros llevan un buen rato mirándonos.

- Si, son las cinco de la tarde, se nos ha pasado el tiempo volando. Vámonos fuera.

Recogimos todo y nos marchamos de aquel local, no sin antes pagar la cuenta. Y salir al exterior fue como bajarse en un pinar después de cuatrocientos kilómetros de autopista. Agradecí sobremanera el aire fresco con el suave y siempre embriagador olor a tierra mojada de lluvia. Había dejado de llover hacia bastante rato porque el Taxi estaba ya completamente seco.

- ¿Dónde quieres que te lleve?.

- Lo primero sácame de este barrio y me dejas en cualquier lugar del centro que a ti te venga bien. Ya te has molestado mucho conmigo y creo que hoy tu negocio será ruinoso. Deberías aprovechar lo que te queda del día para trabajar un poco.

- Tienes razón, monta y te acerco al centro de la Ciudad. Luego me trabajaré unas cuantas “carreritas”, pero debo confesarte que, a mi entender, hoy no he perdido el tiempo. El hablar contigo ha sido muy relajante, como si me hubiese quitado un peso de encima. Además, espero haber ganado un amigo y que nos sigamos viendo con más frecuencia.

- Eso, por supuesto, Jesús, por supuesto.

La vuelta a mis calles conocidas fue como una competición de Fórmula Uno. Este chico no tiene remedio y se notaba que el acelerador era como su especie de droga, que le servía de desahogo. Por desgracia hay demasiados como él que al volante desprecian su propia vida y por si fuese poco también la vida de los demás. La llegada fue apoteósica con un saldo de tres semáforos en rojo, cuatro frenazos muy justitos, veinte improperios peatoniles, mil exabruptos de taxista, un Municipal echando mano al talonario rosa y una abuelita inscrita en los Juegos Olímpicos en la modalidad de carrera y salto.

- ¿Siempre vas así, Jesús?.

- No siempre. La verdad, lo hago inconscientemente, mi mente está en otro sitio y mi cuerpo se convierte en un autómata.

- Pues para otra vez dime donde tiene el enchufe ese autómata.

- Lo siento, venia tratando de decidirme y creo haber tomado una buena decisión. Theo, toma mi Diario, léelo, por favor, objetivamente y mañana quedamos, nos vemos de nuevo y me das tu opinión. ¿Vale?. Y ahora déjame, tengo algo que hacer.

- Veo que para ti es muy importante. Bien, acepto esa enorme responsabilidad. Vale, Jesús, mañana a la misma hora, en la misma Iglesia de esta mañana.

- De acuerdo, allí estaré. Recuerda, léelo a tu modo, pero objetivamente, confío en ti. Solo a una persona de tu sensibilidad se la puede confiar algo semejante. Noventa y nueve de cada cien se reirán de lo que aquí llevo escrito en estos últimos meses.

Nos despedimos con una mirada que todo lo decía por si misma. En el fondo parecía un buen chico este Jesús. Le vi alejarse, a toda velocidad por supuesto. Entonces miré por primera vez lo que me había entregado. Era una bolsa de plástico plegada, de unos grandes almacenes conocidos. En su interior se podía apreciar algo parecido a un cuaderno escolar, rayado y con una espiral de alambre. Decidí no hojearlo aun y me encaminé a casa. El buzón del portal me lo habían hinchado de propaganda y cuando me disponía a tirarla, un pequeño papel se deslizó hasta el suelo. Desde mi altura, antes de agacharme a recogerlo ya sabia lo que era.

¡Cielo Santo!, es la letra de mi hija!. Maldita cabeza la mía, había quedado con ella para comer juntos en mi casa, entre clase y clase de su colegio. Recogí el papel en cuestión. La nota era bastante clara: “Papi, veo que no estas en casa, he comido en el Bar de al lado que me conoce el dueño. Pasa luego a pagarle la cuenta. Besos...”.

Pocas palabras y mucho significado, así es mi pequeña, lista y paciente. Aunque por el tono de la frase “que me conoce el dueño” adivino que estaba algo enfadada, ya me conoce bien, pero, no tengo remedio. La llamaré esta noche, la pediré disculpas y la insinuaré otra vez más que me regale la Agenda en el Día del Padre. Esta niña casi mujer, a sus doce años, demasiado tiene con lo que está pasando en su interior. Ella aún tiene reciente el día en que su madre me pidió la separación conyugal y que yo acepté, no sin antes hablarlo ambos con nuestra hija. Por entonces ella pareció entender, pero, como es muy callada, la procesión iba por dentro. Creo que aún hoy en día no entiende por qué tiene que tener a sus padres en dos casas distintas. Por supuesto ella prefiere tenernos juntos, pero eso pasó y bien que a mí me duele. No por mi exmujer, que ya lo tengo casi superado, sino por la niña, una inocente entre dos fuegos. Ahora debo ocuparme más de ella puesto que es la única persona en el mundo que quiero más que a mi vida. Antes eran ellas dos, madre e hija.

Pero, aún enamorado de mi mujer, ya he desistido de una reconciliación y entonces solo me queda mi hija. También es la única que sabe de mis penas y de mi vida, mis confidencias y mi mejor amiga. A veces me pregunto que estará pasando por su cabecita, pero siempre choco con su mentalidad reservada. Es un amor.

Casi tiro también la bolsa de plástico con el Diario de Jesús. Ello me volvió al actual y nuevo problema. Subí a mi ático en ascensor y entré en casa. Mi casa. Da gusto regresar al hogar. Como siempre digo al llegar a él: “Hogar dulce hogar, te quiero”. Nada más entrar ya se percibe el olor a tabaco por todas las habitaciones. En la mía tengo un potente ambientador de limón, pero siempre dejo el cenicero con un montón de colillas y un día tras otro, el ambientador pierde su aroma, ante el rancio olor, su batalla particular. Alguien, posiblemente alguno de mis compañeros, ha revuelto mis libros para buscarse algo de lectura.

Comer, lo que se dice comer, se come poco en esta casa, pero se devoran libros para leer. Es lo malo de estos pisos compartidos, aunque, también tienen su lado bueno. Después de que mi mujer me pidiese la separación y en mis condiciones sentimentales, yo tenia claro entonces que no me apetecía vivir solo. Y lo más sensato era alquilar un pisito céntrico, de cuatro habitaciones, entre cuatro amigos, tres chicos y una chica, unidos por el mismo problema. Y entonces encontramos este ático, bonito, luminoso, tranquilo. Este es el lado bueno de él, y lo contrario es cuando deja de ser bonito con los muebles que cada cuál aporta y que forman una mezcolanza de maderas y colores variados y con formas determinadas. Deja de ser tranquilo cuando cada cual está a su “rollo”, unos con música, otros con televisión y las largas charlas hasta altas horas de la noche. Y deja de ser luminoso cuando últimamente solo lo habitas de noche, porque te pasas el día durmiendo como consecuencia de esas largas charlas nocturnas. El resultado llega a ser un horario marcado por ojeras, cenas rápidas a base de bocadillos y un fregadero de cocina que solo conoce, de la vajilla, los vasos, todos pegajosos de las “sanas” bebidas que se liban.


En el capítulo concerniente a lo femenino es otro cantar. Aparte de la compañera que vive con nosotros, normalmente algunas nos visitan, en estos porcentajes, casi siempre: Tres de cada diez son de la familia. Otras tres son compañeras intelectuales literatas, que nos amenizan las veladas con hermosas tertulias. Otras tres son amigas de las primeras y de las segundas, digamos entre dos aguas. Y por último, una de cada diez es un “plan” ocasional, y desde mi punto de vista con algo de masoquistas, porque, no solo nos aguanta una noche o más, sino que, compadecida o avergonzada ataca, mandil y guantes, la montaña de vidrio que rezuma del fregadero. Y no es porque nuestra compañera sea descuidada, sino que ella no tiene por qué hacer lo nuestro y no lo hace.

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