domingo, 21 de diciembre de 2008

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo III - La Coincidencia)

Menos mal que el taxista no me oyó la opinión que se merecían esos expertos. O la oyó pero la ignoró.

- ¿Cómo dices?.

- Nada, taxista, cosas mías.

- Pues si que me has caído raro.

- Creo que ambos tenemos hoy mal día.

Como un milagro, de repente, un silencio nos retiene y durante largo rato ninguno de los dos acierta a decir palabra alguna. Uno de esos mágicos momentos, sublimes y tranquilos, relajantes para la mente y que los entendidos dicen con acertada expresión: “Está pasando un ángel”. Miro borrosamente a través del cristal de la ventanilla, salpicado con multitud de gotitas de lluvia y mi pensamiento se me va lejos, no sé donde, amodorrado con el calorcito de la calefacción y el suave ronroneo del motor.

- Si no molesto, me gustaría hablar contigo.

La sacudida es impresionante y mi cerebro vuelve, con tremendo ruido de absorción, al interior del coche, con mil veces la velocidad de la luz. Le contesto.

- La verdad es que casi lo prefiero, porque empezaba a aburrirme.

- Se trata de mi problema que antes hemos comentado.

- Perdona, pero, creo que no habíamos comentado aún nada.

- Si, de antes, cuando te comenté de mis problemas amorosos.

- Ya, tu iniciaste el tema pero no llegamos a comentarlo. No obstante, puedes hablarme cuanto quieras. Soy todo oídos.

- Verás, estoy en una etapa muy mala. Me enamoré y sigo enamorado y resulta que no sé que hacer.

- Eso tiene fácil solución si ella también lo está de ti.

- Es que no sé siquiera si ella lo sabe.

- Bueno, pues díselo.

- No puedo, no la conozco.

- Esta sí que es buena. ¿Te estás quedando conmigo?.

- No, esto va muy en serio.

- Entonces es una actriz de cine o algún amor platónico.

- No, pero no la conozco, tan solo he oído hablar de ella.

- Veamos, empieza por orden desde un principio y baja un poco la velocidad de ésta máquina que no me concentro.

- ¿Y si mejor paramos un rato?. Vamos, si a ti no te importa, dentro del coche nadie nos molestará. Además te voy a parar el taxímetro y esta carrera no te la cobro. Me has caído simpático y yo necesito, también, hablarlo con alguien tranquilamente o me volverá loco este asunto.

- De acuerdo, tenemos todo el tiempo que tú quieras por delante, por cierto, ya te he dicho que soy escritor, pero no mi nombre. Me llamo Theo.

- El mío es Jesús y soy taxista.

- Ya lo veo. Y empieza de una vez, Jesús.

- Está bien.

Con gran pericia detuvo el coche junto a la acera en una calle de esas que te parecen que nunca has estado en ella y que por supuesto no conoces. Era una calle tranquila y el momento se daba al diálogo. Jesús apagó el motor, se revolvió en su asiento para verme mejor en mi asiento posterior y empezó.

- Oyemé, Theo, ¿No eres maricón, verdad?.

- Descuida, me gustan mucho las faldas pero de la forma que a todo hombre. Es decir, envolviendo un cuerpo femenino.

- Es por que mi caso quiero que lo analices como hombre. Prefiero digamos, comentarlo con otro hombre y así saber si soy yo solo o si es normal esta situación.

- Suéltalo ya, Jesús.

- De acuerdo, de acuerdo... Yo soy, o al menos me considero, una persona feliz. Estoy soltero, salgo con chicas, me divierto con mis amigos y mi oficio me favorece para conocer a mucha gente. Hace poco tiempo y estando con unos compañeros del Taxi, de charla, hablando de todo un poco y sobre todo de clientes, me comentaron, no se muy bien quién, que se sabía de cierta señorita que usaba los servicios del Taxi con cierta regularidad y sobre ella circulaban ciertos rumores.

- ¿Qué clase de rumores?.

- Pues, ya sabes, de su persona, su físico. Dicen que es preciosa, una monada de mujer. Se rumorea que cuando monta en tu coche se te vuelve el mundo maravilloso. Que todo en ella es maravilloso, su elegancia, su belleza, su sencillez al hablar. Sus palabras son como música y sus ojos tienen esa mirada capaz de transportarte a un mundo de placer sin necesidad de contacto físico con ella.

- Parece tal que me hablaras de una Diosa.

- Algo de eso debe tener. El caso es que se habla de ella y no se para. Se ha extendido el rumor entre los compañeros y todos deseamos conocerla. Lo curioso de ello es que a todos los que pregunto lo saben, lo han oído, pero aun no encuentro a ninguno que la haya tenido de pasajera y no la conocen. Se dice, también, que siempre va sola y que usa los Taxis sin un horario fijo.

- Algún cachondo mental de tus compañeros se ha inventado esa mujer o la ha soñado, estando dormitando en alguna parada, al volante de su coche.

- Que no, Theo, que no. Sabemos a ciencia cierta que ella existe. Bueno, digamos que sé a ciencia cierta que es real, que es algo más que un rumor, aunque nadie la conozca.

- Bueno, pues que me lo expliquen. ¿Cómo se llama?.

- No sabemos tan siquiera su nombre.

- Esta si que es buena.

- Lo que yo te diga. Nadie la ha visto y todos la conocen y mientras, el rumor, cada vez es más fuerte.

- Y tú vas y te enamoras de un rumor, de una misteriosa mujer bella entre bellas y que dudosamente es real y física.

- Que no. Ya te digo que yo sé que es real. Pero por qué me parece que yo debo ser el único que la conoce. Creo que alguna vez la he llevado en mi coche.

- Acláramelo, Jesús, que ya me tienes con la “mosca” detrás de la oreja.

- Está bien. Hace un tiempo, en un día de mucho trabajo y de lluvia, como hoy. A veces llega un momento en el cual circulas mecánicamente y los clientes que van montando y pasando se te antojan personas sin rostro y hablas con unos de algo, con otros de nada. Se te adormecen los pies con los pedales y en poco tiempo te recorres los cuatro puntos cardinales de esta Ciudad varias veces. Ese día, conociendo ya los rumores, me sucedió que me quedé “ensimismado” y casi me pego la bofetada por un semáforo en rojo. Pisé a fondo el pedal del freno, con todas mis fuerzas y mis ojos volaron al retrovisor esperando que el coche de atrás frenase a tiempo, cosa que hizo, aparte del susto. Y solo entonces caí en la cuenta de que tenía a alguien en el asiento de atrás. Te juro que allí estaba ella, había una mujer y yo veía su perfil. Ella estaba mirando a través de la ventanilla lateral, hacia la calle y parecía como ausente. Cuando yo iba a preguntarla a dónde me había dicho que la llevara, me miró repentinamente, me pagó el importe de la carrera que marcaba este aparato y allí mismo, en el mismo semáforo, se bajó del coche y se perdió entre la gente.

- Y dices que era ella.

- Estoy absolutamente seguro, ahora, de que fácilmente podría ser ella. Y si no era ella, otra muy parecida a la descrita. Todo concordaba, su pelo su físico sus ojos, su mirada. Pero lo más extraño fue la enorme sensación de vacío que dejó en mi coche. Cuando pude reaccionar me pasé el resto del día circulando por las calles de esa zona, como un autómata, por ver si la podía ver otra vez. Cosa que no sucedió hasta ahora.

- Pero si dices que nadie la conoce y que tú tampoco...

- Es que se me hace raro pensarlo. Quizás no era ella, quizás si. Estoy seguro de que era ella y no otra, pero algo raro dentro de mi parece dudar a veces. Por eso quiero verla otra vez, para fijarme mejor en ella y así salir de esta duda que me corroe.

- Y te enamoraste como un loco colegial de una sombra de mujer.

- Si, y no me da vergüenza decirlo, completamente loco por ella, por esa sombra, sea quien sea esa mujer. Lo peor ha sido después, que he tenido sueños o visiones, casi reales, en las cuales yo estaba en sus brazos y ella me hablaba con voz armoniosa y me decía que me quería llevar con ella, para ella.

- Esto es nuevo. ¿A dónde te quiere llevar?.

- No lo sé, pero soy capaz de seguir a esa mujer hasta la muerte.

- Pues sí que te ha dado fuerte este asunto.

- Y tanto, hasta escribo algo en unos papeles, es un Diario personal, donde pongo todo lo que siento.

- ¿Un confidente neutro?.

- Si, hasta hoy no había confiado a nadie mi secreto y temo hablarlo con mis compañeros por temor a que se rían de mí o peor aún, a que me quiten a esa mujer.

- Pues te confieso que a mi ya me están dando ganas de conocerla.

- Hablo en serio, Theo. No todos pueden tener esa sensibilidad que teneis los escritores para estas cosas. Mira, ya es Mediodía, te propongo que entremos a comer por ahí, en algún lugar aquí cerca. Y si prometes no reírte, ni sacar conclusiones tontas, puede que te deje leer mi Diario.

- Hecho, la verdad es que tengo hambre y tu propuesta me fascina. Puede que tu historia me sirva como base de argumento para escribir algún libro.


Salir del viciado aire del interior del Taxi fue, por un segundo, un soplo de aire fresco, sensato. En un momento Jesús cerró puertas y ambos, en silencio, caminamos hasta un local sugerente y que ya empezaba a atraernos con sus vapores de olor a comida, que comenzaban a trabajarnos las glándulas salivares. Entrar y sentarnos no fue dificultad alguna. El local estaba casi vacío por lo pronto de la hora y aún andaban camareros colocando mesas y sillas para el comienzo del ritual diario que mantiene el ser humano desde el principio de sus tiempos. Un televisor a todo color escupía, como siempre a la misma hora, noticias cruentas, sangrientas, como preludio de una buena digestión, como queriendo caer dentro de los pucheros, para ser cocinados, como si de carne cruda se tratase, las cruentas imágenes de desastres y cadáveres. Pero es que, hoy en día, solo la sangre es noticia y comemos y cenamos con ella todos los días.

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