domingo, 14 de diciembre de 2008

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo I - La Presentación)

Dos horas. Dos horas esperando en la antesala del despacho del editor. Hundido en mis recuerdos. La calefacción demasiado alta para mi gusto, pero agradable, reconfortante. Todo el edificio es agradable, muy moderno, buen estilo. Le deben ir bien los negocios a esta Editorial. ¿Quién dijo que se leen pocos libros en este País?. Me acerco ala ventana. ¡Impresionante!, que vistas tan maravillosas desde aquí arriba. Toda la ciudad a mis pies. Pero encuentro un poco lento éste ascensor, ó, ¿Debería llamarlo descensor?.

¡Pero que hijo de su madre!. Dos horas preciosas vacías, esperando, recordando. Cuanta prisa en acabar mi libro, solo porque él me lo pidió y luego... un fracaso. Si, eso me acaba de decir, un rotundo fracaso. Algo me ocurre y él lo sabe, no soy el mismo desde la primera vez. Aquel libro primero, ¡Que maravilla!, ¿Pero, cómo pude escribirlo yo mismo?. Tampoco se lo explica mi propio editor. Mis amigos, mi familia, todo el mundo conocido diciéndome que ese era un libro muy bueno y que debería dedicarme al oficio de escritor. Me animé y se lo llevé a una Editorial y resultó todo un éxito, premiado, agotado en librerías y vuelto a editar una y varias veces.

Luego me han pedido que escriba otro libro, deprisa, porque el público quiere más obras del escritor. Mi segundo libro, el libro de las prisas, de los argumentos rebuscados, sin musas, vacío. Y tan vacío que, luego de leérselo y de hacerme esperar en su maldita antesala dos horas, su rostro apareció en la puerta muy encendido, demasiado. No quiere un libro de amor. Dice que en pleno siglo XX a nadie le interesan ya las historias de amor, ni de romances tiernos, ni nada por el estilo, que las historias color-de-rosa solo son ya resultonas en las quinceañeras y que, hoy en día, en alguna quinceañeras.

Pero, ¿Se puede leer un libro en tan solo dos horas?, que record tan estúpido. Para mí que solo lo ha leído muy por encima. ¡Toma claro!, porque un editor siempre está muy ocupado y algunos son tan avispados que te huelen un buen libro con solo leerse el principio y parte del resto, ó, a veces, solo con el título. Y que le voy ha hacer si a mí solo me gustan las historias de amor. Pero prometo no volver a escribir ninguna más, ya está, a partir de ahora buscaré buenos argumentos y me pensaré muy despacito mi próximo libro. Aunque tarde mil años en escribirlo. Me tienen que reconocer como lo que soy, un escritor. Ahora solo necesito tiempo, irme a un lugar tranquilo en el campo, un buen argumento y..., vamos, que no soy tan tonto de engañarme a mí mismo, seguro que lo del primer libro fue como la flauta esa que sonó de “casualidad”.

¿Y cómo es que este ascensor-descensor va tan despacio?, lo que me faltaba para añadir a mis crecientes depresiones. Porque yo me deprimo fácilmente. Creo que ya soy sueldo fijo para los médicos. Me hacen ya poco caso y me dicen que soy un tipo de esos que se derrumban fácilmente. Y...

¡Cielo Santo!, esto se mueve, se ha puesto en marcha él solito, entonces qué... Tranquilizate Theo, acabarás volviéndote loco de un momento a otro. Piensa un poco chico. Esto solo quiere decir que yo no he tocado ni un solo botón de éste ascensor desde que entré en él y ahora, seguramente alguien, lo ha llamado desde otra planta. Estos “lapsus” de mi memoria al comienzo de mis depresiones me van a causar un serio disgusto algún día. Lo que ahora tengo que hacer es controlarme, relajarme y... Bien, buena suerte, mira tú por donde acabo de llegar a la planta de la calle...

- ¡Buenos días!, señora, disculpe...

- No deberían dejar fumar en los ascensores. ¡Vaya peste!.

Sí, un asco. Mi peste es fumar como un carretero, mi único vicio además de los cafés. Y eso me sugiere que me apetece tomarme un cafecito ahora mismo. Me largo al primer Bar que encuentre y puede que lo mismo pida alcohol y me emborrache. Otra bobada más. Se muy bien que no bebo absolutamente nada de alcohol, que más de una vez he intentado emborracharme, pero no puedo, es superior a mis fuerzas y mi estómago. Es que en cuanto lo huelo me suben las náuseas a la lengua. Y así me voy destrozando despacito, con mis nervios mal contenidos, el cuerpo saturado de cafeína and nicotina. El día menos pensado mis cables nerviosos me pueden jugar una mala pasada.

¡Lo que me faltaba!, el colmo de hoy, está lloviendo afuera y no he traído paraguas. Tendré que tomar un taxi.

Que gran invento, el paraguas, siempre me he preguntado si su inventor lo patentó para cobrar derechos, porque, si es así deben ser millonarios sus herederos. Porque, que yo sepa, nadie ha inventado otra cosa mejor para circular bajo la lluvia y que al mismo tiempo no tenga ruedas. Si señor, un buen invento, el paraguas, usado mundialmente por millones de personas, tan popular. Pero no existen los Paraguas-Taxi, con un señor, o señora, incluido. Muy divertido ver pasar uno de esos de vacío, llamarlo, arrimarte a él o ella y “Lléveme a la calle...” . La lógica me pide a gritos que deje de desvariar y busque un Taxi de ruedas. Y eso hago.

1 comentarios:

VIVIR dijo...

¡¡arte!!! de verdad...

Ya sabes que no hay dos libros iguales ¡ni dos gachós iguales!...

La vida es así... ni los libros... ni las editoriales... ni los taxis... ni ... los domingos son los de antes.... jajajajaja y es que desde que inventarón los vidés y el corta jamón.... ya nada sabe igual... ¡que antes! jajajajajajaja

Un abrazo ¡campeón!

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