domingo, 1 de febrero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo X - La Noche)

Esa noche no me divertía y Marta tampoco. La noté aliada, indirectamente, de Angélica, de Jesús, de todos los que parecía que se habían puesto de acuerdo en ese día para ponerme los pies en tierra. Es la famosa solidaridad común de diversas personas, desconocidas entre sí, ante un problema o causa concreta de alguien conocido. Marta y yo nos dedicamos luego a contemplar los rostros de las personas que nos rodeaban, la mayor parte de ellos ya con el límite etílico en los ojos y en sus gestos. Coincidimos en la opinión de cuán ridícula es la gente y que es lo que harían si se vieran, ellos mismos, seriamente, así de ridículos. Ella también me dejó caer, durante la espaciada conversación, que posiblemente yo fuese haciendo el ridículo cuando estaba junto a mi Diosa.

- ¿Cómo se llama ella?.

- No lo sé, no debe tener un nombre. Pero creo que se la llama de diversas formas en diversos sitios.

- Eso es que tú ya sabes mucho sobre ella.

- Demasiado. También sé de ella lo que no debería saber nunca.

- ¿Es algo malo?.

- Si Marta, si. Es algo demasiado horrible para todos.

- ¿Quieres contármelo?.

- No, aquí y ahora no. Tu procura divertirte lo que puedas. ¿Ves?, hoy no es mi noche. Sales conmigo y no te diviertes. Y mañana yo me lo voy a jugar a una sola carta.

- ¿Qué es lo que te vas a jugar?.

- Mañana cambiaré mi vida por su amor. Lo tengo ya decidido.

- ¿No suena eso muy trágico?. Theo, de verdad que me estás asustando.

Recogí mi cubata y me fui hasta la pista de baile. Me encontré con muchos conocidos y conocidas. A todos fui saludando con gestos impersonales, vacíos. Una admiradora mía, después de plantarme dos besos con carmín, me pidió uno de mis libros dedicado. El alcohol me empezaba a hacer efecto y yo la decía que si a todo. Luego, avanzando desde un rincón de la sala, se me acercó, sonriendo, mira tú por donde, la conocida figura de mi Editor. Creo que él venía de buenas intenciones.

- Theo, muchacho, que pocas veces se te ve de juerga.

Por toda contestación mía, concentré mis fuerzas y lancé mi puño directamente a su nariz, se la rompí limpiamente, me salpicó de su sangre y empezó a tambalearse y girar como una peonza. Cayó a continuación, cuan largo era, en medio de la pista, entre la multitud. Rápidamente me sujetaron por todas partes y en un segundo, el guarda de seguridad de la Discoteca, me acompañó duramente hasta la salida, me puso de patitas en la calle con un empujón y se quedó tan tranquilo de la facilidad con que yo me había dejado, sin darle complicaciones serias. Tras nosotros salió Marta, por su propio pié. Vio que yo me había sentado en el bordillo de la acera e hizo lo mismo, a mi lado.

- ¿A que no te encuentras mucho mejor?. ¿Por qué lo hiciste?.

- Es otra idiotez mía, otra más para añadir a mi ya larga lista. Lo siento, he hecho el ridículo entre mis conocidos y lo peor, que a ti te he dejado en ridículo también.

- Vámonos a casa.

Nos levantamos lentamente y nos fuimos caminando despacio. Durante el trayecto hasta casa no nos dirigimos ni una palabra y ambos nos fuimos dedicando a beber la noche y a respirar el silencio de la ciudad y sus vacías, tranquilas y descontaminadas calles. Deberíamos vivir siempre de noche y dormir de día. Aunque, si todo el mundo lo hiciese, se llenarían también las oscuras calles de vida y todos añoraríamos nuevamente el día.

Llegando al portal de nuestra casa, Marta quiso poner una nota de humor para acabar bien la velada de esta maltrecha noche.

- Theo, ¿Te das cuenta de que eres el primer hombre que subo a dormir a mi casa?.

- Bueno, si, pero si abro con mis llaves, entonces seré yo quien te suba a dormir a mi casa.

Entramos al hogar y los demás dormían profundamente. Casi parecía un sacrilegio encender las luces. Cada cual nos fuimos a nuestras habitaciones.

- Buenas noches. Y descansa que te hace falta.

- Tú también, Marta. ¡Ah!, oye... Y gracias por todo.

- Idiota, no entiendes nunca nada.

Y desapareció en su cuarto. Antes de entrar yo en el mío eché un vistazo a mis recados del tablón de anuncios, arranqué todos, los hice una bola y los tiré a la papelera, sin apenas leerlos. Después entré en mi habitación, mi celda como suelo llamarla, y me tumbé vestido sobre mi cama. Me quedé dormido al instante y tuve unos misteriosos sueños, rozando las pesadillas, tenebrosos. Soñé con mi bella desconocida, con Jesús el taxista, con Marta, con Angélica, con mi hija. Íbamos en un extraño avión que yo pilotaba y en el cual todos iban de pasajeros involuntarios. Y el avión comenzó a caer, a caer y todos imaginaban lo que se les avecinaba y cundió el pánico. Yo, por mi parte, trataba de calmarles a todos. Tranquilos, tranquilos, no pasa nada, vamos a caer blandamente sobre el agua y este aparato flota. Que cantidad de tonterías se sueña.


Como casi nunca despierto tranquilamente de mis sueñecitos, un fuerte sobresalto me disparó fuera de la cama y aterricé, pero yo solito, sin los demás pasajeros, en el duro suelo de mi habitación. Me incorporé como pude y comprobé que ya era completamente de día. A lo mejor me pongo un cinturón de seguridad en mi cama para poder dormir a gusto. Para colmo de todo descubrí que no había cambiado las sábanas del día anterior, cuando ella estuvo conmigo. Y el mágico olor de ella impregnaba todo, absolutamente todo, trayéndome a cada instante recuerdos y sensaciones, hasta embotarme los sentidos. Mi Diosa, mi tenebrosa amiga, la única que podía perderme. Y lo estaba haciendo. Miré el reloj. Era ya tarde pero, sentí como si no tuviese prisa alguna. Las próximas horas las dedicaría a hacer algunas llamadas de despedida y a dejar todo en regla. Después me iría a esa Iglesia donde, seguramente, me sería mas fácil encontrarme si ella me buscara.

2 comentarios:

Su dijo...

Profundo relato, me ha encantado..Besos dulces..

BIGARIATO dijo...

Amiga.... pues aún quedan muchos capítulos por publicar. Besos.

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