domingo, 8 de febrero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo XI - La Decision)

Como siempre, cuando quiero que no me molesten, empezó a sonar el teléfono. Dudé bastante entre descolgarlo o ignorarlo. Al final me venció la curiosidad. Era mi bella desconocida.

- Sí, dígame.

- Theo, ¿Estás preparado?.

- Lo estoy.

- ¿Me amas?.

- Demasiado.

- ¿Voy a buscarte?.

- No, espera, mas tarde. Antes tengo que arreglar unas cosillas. Luego te esperaré en la Iglesia que ya conoces.

- De acuerdo. Te concedo unas horas más para que te lo pienses.

- No hay nada que pensar sino que hacer.

- De todas formas piénsatelo, te doy el privilegio de arrepentirte, hasta el último segundo.

- Gracias.

Una vez que ella colgó, yo marqué un número conocido. Pregunté por mi Editor. Su secretaria me mandó a la mierda, de parte de él. Eso si, muy respetuosamente, que para eso tenía la moza todo un curso hecho de relaciones sociales. Marqué otro número y al otro lado me dio línea ocupada. Era el de mi hija. Seguramente estará hablando con alguna de sus amigas. Volví a marcar otro y en este si me contestaron.

- ¿Si?.

- Hola, cielo.

- Theo, tengo que verte, ahora. Yo sé, bueno, me imagino, lo que estás tramando y no me gusta nada.

- Verás, Angélica, hay cosas que deben estar predestinadas, suceden y no gustan a veces, pero, no las podemos cambiar.

- Dentro de un rato paso a buscarte.

- No estoy en casa.

- No tardaré nada, tengo mi coche a la puerta de mi casa.

- Cuando llegues ya no estaré.

- Voy para allá. Hasta luego.

Y colgó. Calculé que aún podía concederme unos minutos y volví a marcar otro número.

- Taxi-Servicios. Dígame.

- ¿Puede pasarle un aviso a uno de los taxistas?. Se llama Jesús y es joven.

- ¿Jesús?, si, digo... no. Ese coche descansa hoy precisamente.

- Entonces, por favor, deme su teléfono de casa.

- Lo siento, no nos está permitido.

- Gracias de todos modos.

Hoy no es mi día de teléfonos. He perdido ya más tiempo de lo que calculé y Angélica estará al llegar. He de darme prisa. Me asomo a la ventana y la temperatura exterior está bastante fresca. Decidí ponerme una de mis cazadoras y me precipité escaleras abajo, sin esperarme al ascensor. Al llegar a la calle me camuflé entre la gente, recorrí varias manzanas de casas y llegué a la Iglesia.

Al entrar en su interior todo ya me resultaba muy familiar. Me acomodo en el primer banco, delante mismo de la imagen y me siento a esperar, a meditar, a terminar. Nuevamente miré a los ojos de la imagen, pero hoy allí no había nadie, era tan solo una figura en la penumbra del templo. Para las horas que son que poca luz penetra desde el exterior. Comencé a darle vueltas a todo este asunto. Jesús se había vuelto atrás y decidió olvidarla. Mis ánimos no iban por ese camino. ¿Qué nos dijo él en el Bar?. Si, que él aún tenía unos ideales y unas metas a largo plazo y que este asunto nunca se lo había planteado ni de remota casualidad. Creo que Angélica entonces le dijo que a lo suyo se le llamaba esperanza y no lo confundiese con ideales y metas. Que gran amiga esta Angélica. Y Marta, con su velada amistad. Parece como si ahora a todos les diese por practicar la amistad. La verdad es que la mayoría de las veces no nos parece que alguien la practique. Y en cambio, ahí está, latente unas veces, agazapada otras, derramada las menos. ¿Y mi hija?, ¿Cariño, amistad, amor filial?.

A partir de aquí sucumbí en profundos pensamientos filosóficos. Primero situé el valor amor y luego el valor amistad. Amor a la izquierda y amistad a la derecha. Con ello conseguí dos listas y a cada una le apliqué otros valores para ver hacia donde se inclinaba la estadística de la balanza. Iba perdiendo la lista del amor con partes tan negativas como celos, abandono, hastío, conformismo, contrato de por vida, sexualidad fingida, sociedad de consumo, traiciones, engaños. Y en la lista de la amistad me desdoblé en dos caminos: sincera e interesada. Adonde la sinceridad perdía puntos de forma alarmante. Pero en mi caso concreto, en mi vida, la amistad sincera me sobrepasó el listón de puntos y se colocó en cabeza de lista. Por supuesto el amor ni siquiera pudo entrar en la lista al acumular tantos negativos.

Bueno, yo tengo un trasero, como todo el mundo. Y ahí me han dado todos su puntapié. ¿Qué pasaría si yo ahora me pongo mis botas nuevas con punteras y me lío a dar patadas?. Pensé en nuevos proyectos de libros. A partir de ahora podría escribir buenos libros color-de-rosa, pero en base a la amistad sincera. Y dejaría que otros escribiesen libros de ciencia-ficción en base de amor. Al final resulta que voy darle la razón a mi editor. Pero por culpa de las experiencias adquiridas en mi propia carne. En clave de amor, si un día no estás cariñosos, “es que ya no me quieres”. En amistad, en el mismo caso, te cogen de la mano y te dan un abrazo. En amor, si estás triste, se enfadan contigo. En amistad, te cuentan un chiste.

Y yo aquí, como un tonto, esperando a mi Diosa, por amor. ¿seré más feliz con ella?. Posiblemente no. Entonces es que también me atrae su cuerpo, si, pero no es el único melocotón del mundo. Levanté la vista y volví a mirar la imagen, esta vez de nuevo con vida en sus ojos. La pregunté si ella, antes de imagen, qué había sido más, si melocotón o amiga. Y sus ojos sonrieron. Y me hicieron sonreír. Acababa de ganarme otra velada amistad.

De repente un ruido procedente del portón de entrada y un ligero tintineo de la luz de las velas me dieron a entender que ella había llegado ya a buscarme. Esperé un tiempo sin volverme, pero ella no dijo nada. Después de bastante rato ambos seguíamos en la misma posición, sin dirigirnos ni una palabra, ni una mirada. A juzgar por el cosquilleo que yo sentía en la nuca, supuse que ella tenía sus ojos clavados en mí, esperándome. Pero yo ahora, precisamente, no tenía prisa alguna.

Es curioso, además ahora ya ni me acordaba de su rostro tantas veces soñado, ni de su cuerpo, a pesar de haberla tenido, horas antes, entre mis brazos. Mi mente seguía llena de rostros mas familiares, mas conocidos, sin cuerpos, solo rostros, pero rostros queridos al fin y al cabo. La imagen seguía regalándome sonrisas con su mirada, sin importarla si yo se las devolvía. Me pasaba igual que una vez, recordando de cuando yo era pequeño. Había un mendigo en la calle al que le faltaban las dos piernas y tenía delante de sí, extendido sobre los baldosines de la acera, un pañuelo mugriento donde iba poniendo las monedas que le daban los caritativos transeúntes. Yo iba camino del Kiosco con mi moneda de Peseta en la mano y me relamía de gusto de solo pensar en la barra de regaliz que iba a comprarme. Al pasar junto al mendigo me paré en seco. Nunca había visto que un señor pudiese vivir sin las dos piernas. El me miró a mi altura, porque no levantaba más del suelo, y entonces yo alargué la mano y le di mi Peseta. Luego marché a mi casa sin acordarme ya para nada de la barra de regaliz. Lo que yo tardé, varios años después, en comprender, era, el por qué, mientras a mi se me escapaba una lágrima de pena al darle la Peseta, el mendigo me sonreía con su imperturbable rostro de felicidad. ¿No debía ser al revés?, él debía llorar su desgracia y yo reír mi suerte. Y tardé mucho en comprenderlo, mucho.

La luz del templo comenzaba ya a palidecer aún más y calculé que debían de haber pasado ya muchas horas. Me dolía el trasero por culpa del duro banco de madera y los ojos de no apartarlos de la imagen. Al rato, con un familiar eco de bisagras oxidadas, el viejo cura salió de su sacristía. Hizo una reverencia al cruzar entre la imagen y yo, me miró y siguió caminando hasta la entrada del templo. Le oí hablar con ella en voz muy queda, como creo que solo saben hablar los curas. Pero la voz femenina que le contestaba también era inaudible.

Al rato, el viejo cura se acercó a mi y bajando mucho la voz me susurró al oído.

- Al lado de la puerta hay una señorita que pregunta por ti, hijo.

- Ya lo sé.

- Quiere saber si vas a tardar mucho.

- ¿Tiene mucha prisa?.

- Sí que debe tenerla.

- ¿Usted también sabe quién es ella?.

- Así es.

- Mire padre, por favor, dígala que yo no estoy ya tan seguro de acompañarla. Que aún la quiero, pero puedo tardar horas o incluso años en decidirme. Dígala que cuando eso suceda yo mismo la llamaré a mí.

- Así lo haré, hijo.

- Gracias.

- Es tu voluntad.

Nuevamente el viejo cura regresó a la entrada y volví a oír los susurros. Al instante noté cómo una especie de cálido beso en mi nuca y acto seguido el ruido del portón al cerrarse. El sacerdote regresó a su sacristía envuelto en su familiar eco de bisagras, no sin antes detenerse un rato a mi lado.

- La señorita no ha dejado dicho nada, pero se ha ido llorando.

Asentí con la cabeza como dándome por enterado de su observación. Y decidí quedarme un rato más. Había llegado a gustarme, desde el primer día, este rincón de la ciudad. Cada persona seguro que necesitamos alguna vez en la vida un rincón así de agradable y apacible. Pero terminé por levantarme y enfrentarme a la cotidiana ciudad.

Me pasé un buen rato caminando por las calles, abstraído aún en mis pensamientos. De una cosa ya estaba seguro, volvería a escribir, con más fuerza. Si conseguía recordarlo, podría comenzar con el famoso Diario que rompí, del taxista, que además ya tenía un final bonito y muy apropiado. En él yo quería resaltar palabra por palabra el triunfo de la amistad-velada-o-sincera sobre el amor-color-de-rosa. Y si no se contentaba mi Editor, pues me buscaría otro al que romper algún día su nariz.

Seguí caminando y al llegar a mi calle divisé a Angélica montada en su coche. Ella también me vio, bajó del auto y cerró las puertas. Cuando llegué a su altura me miraba sonriente y yo la devolví un gesto de resignación. Pero nunca, nunca, me llegó a preguntar nada de lo sucedido, cosa que yo la he agradecido siempre. Seguí mi camino y ella se me unió, a la par, a mi lado.

- Theo, me debes un café. La última vez te invité yo.

- A eso vamos, Angélica, a eso vamos. Aquí cerca, donde siempre.

Sonreí y la miré de reojo y ella seguía mirándome y sonriendo. Y me di cuenta de que me gustaban mas ese tipo de sonrisas que las de las Diosas. Porque, en confianza, las Diosas no saben sonreír.

Fin de la Primera Parte.
Mayo de 1990

6 comentarios:

Su dijo...

Vale , lo confieso, ME TIENES ENGANCHADA A TUS ESCRITOS.
Y ganó la amistad y los amigos nunca preguntan , simplemente están a tu lado cuando hacen falta..
Besos dulces..
Volveré...

BIGARIATO dijo...

Gracias, gracias... y yo seguiré escribiendo con mas ganas. Mil besos.

Elogio dijo...

QUE INTERESANTE...
Me he perpetuado a leerte.
Muy lindo.

BIGARIATO dijo...

Gracias a ti tambien por leerme.. Besos.

Elogio dijo...

Saludos, amigo!

que andes bien

BIGARIATO dijo...

Gracias y saludos a ti tambien.

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