domingo, 25 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo IX - Amor y Sexo)

¿Tan fuerte era el recuerdo de ella que creí lo iba a encontrar en esta imagen?. Signo inequívoco de que me había calado muy hondo en mi sentimiento. Pensé que no iba a poder renunciar nunca a ella y en realidad no puedo, no quiero. Hacía unas horas que la dejé con el taxista y ya la echaba de menos. ¡Dios mío!, con qué fuerza la deseaba en estos momentos. Nunca creí volver a enamorarme con tanta intensidad. La necesitaba, quería verla otra vez. Miré de nuevo el rostro de la imagen mientras pensaba en ella, la otra divinidad. Y ese rostro me devolvió lágrimas en su mirada. Y yo comencé a hablarla con el pensamiento. Tu me comprendes porque eres mujer y madre, y sabes de cariños y de amores eternos. Pero quizás no comprendas con qué fuerza puede bombear mi corazón un “Te quiero” en cada latido. Quiero a mi bella desconocida, la necesito. Si ahora pudiera ella oír mi pensamiento la gritaría hasta quebrar mis sesos por el esfuerzo; te quiero, ven a mi lado, te quiero...

- Te quiero. Por favor, al menos dame el amor, te quiero.

Estaba hablando en voz alta sin darme cuenta y de repente un ruido a mis espaldas me hizo callar y volver la cabeza.

- Theo, yo también.

No lo pensé dos veces, con la emoción nublándome los ojos y ahogando mis palabras en mi paladar, eché a correr hacia ella y ambos nos fundimos en un fuerte abrazo y un beso demencial.

- No puedo creerlo, mi desconocida, me has escuchado, al fin me has escuchado.

- Calla por favor, calla. Abrázame y calla, el silencio siempre puede ser maravilloso.

- ¿Por qué me quieres tu también?.

- Eres el único que no me ha temido, el único que me ha amado y me ama con tanto cariño encendido.

- No me dejes nunca más. No me importa quién seas, pero no me dejes. Te acompañaré siempre donde quiera que vayas.

- Antes tienes que oírme, Theo.

- No, no quiero saber nada ahora. En estos momentos estoy contigo, me quieres y te quiero, no quiero saber nada mas.

- De eso se trata, es importante.

- ¿Qué puede ser más importante que esto?.

- Escúchame con atención. Si de verdad tanto me quieres mañana yo te busco y te vienes conmigo. No, no digas nada aún y escucha. Antes me tienes que prometer que vas a analizar y meditar profundamente sobre lo nuestro. Pero te doy un consejo; no te dejes llevar por tu corazón.

- Me parece que estás desvariando.

- Ve con cuidado y no te lo tomes a broma. Esto va en serio, muy en serio. Escucha, habla con Jesús el taxista, dice que va a romper el Diario. Yo he hablado con él y ha decidido olvidarme.

- ¿Y me deja a mi el campo libre contigo?.

- ¿Quieres escucharme?. Tuvimos una larga conversación, de vuelta del Hospital. Le dejé bien claro todo lo respecto a mi persona y entonces él, y solo él, decidió hacerse de tripas corazón, querer romper su querido Diario y empezar una nueva vida olvidando. No es un cobarde, no, sencillamente es una persona sensata, como tantas otras que me conocieron. A ti te diré lo mismo que a él y tu decidirás, no yo.

- Acaba de una vez, cariño.

- Theo, yo no puedo ocultarte que me gustas, me he enamorado de ti igual que de muchos otros, mucho antes. Digamos que casi soy la novia ideal de muchos de los que en algún momento pasaron en su vida por un rato delicado. Por eso mismo, solo a ti te daré a escoger entre tu vida en libertad o yo, tú decides.

- ¿Tan especial eres?.

- Yo soy, sencillamente yo.

- ¿Y tu quién eres?.

- No, aquí no. Acerquémonos a tu casa y lo hablaremos. Este no es el mejor sitio para decírtelo.

Salimos juntos de esa Iglesia y caminamos en silencio hasta mi casa. Sin acordarme de que ella podía leerme el pensamiento, empecé a divagar sobre la auténtica identidad de la chica. Por mi cabeza me pasaron ideas absurdas y no tan absurdas. Llegué a relacionarla con un mundo de espías, de vida intensa y peligrosa, de ciudad en ciudad. Pero tuve que descartarlo al mirarla y comprobar que se estaba riendo mientras me miraba. Su mirada parecía decirme frío, frío, igual que en los juegos infantiles de adivinanzas. La iba a resultar muy difícil cambiarme de opinión, ya que interiormente yo tenía decidido dejarlo todo por ella y seguirla al fin del mundo si ella me lo pidiese. Además, en esos momentos yo me encontraba en la gloria, camino de mi casa y llevando de la cintura a una semidiosa que seguramente despertaría envidias entre todos los que nos viesen. Pero no sucedía así. Estábamos pasando desapercibidos y eso no era posible.

Cuando llegamos a mi casa no había nadie y estaba desierta. El tablón de los avisos estaba lleno de llamadas telefónicas con recados, pero no me entretuve en leer ninguno, hoy no, ahora no. Ella, sin decir palabra se encaminó a mi habitación y yo detrás. Sin dejar de mirarme comenzó a quitarse los botones de su ajustado vestido y dejó que éste se deslizase hasta caer a sus pies. Envuelta solamente en su desnuda belleza se recostó sobre mi cama y mi mente se bloqueó del mundo que nos envolvía, anticipó imágenes de futuras caricias y llenó la estancia de un deseo animal de prisas por apagarlo. Nunca llegué a saber que deseaba más con tanta fuerza, si su amor o su cuerpo.

Debí quedarme dormido, sin darme cuenta, hasta que el insistente timbreteo del teléfono me sacó de mi sopor. Ella no estaba a mi lado, ni en la ducha, ni en el resto de la casa. A juzgar por las inequívocas señales hacía rato que ella se había largado. Descolgué el teléfono y era Jesús, el taxista.

- Theo, tengo que hablarte.

- Yo también. Me ha sucedido algo extraordinario.

- Entonces baja aprisa que te espero. Estoy aquí en el Bar de la esquina de tu calle.

Comencé a vestirme sin dejar de pensar en ella. Me parecía irreal que esa chica hubiese estado conmigo. Que extraño me estaba resultando todo ahora. Al abrir la puerta de la calle casi me di de cara con Angélica, una chica estupenda, buena amiga mía y que nos une una curiosa historia. Digamos que Angélica para mi es algo así como mi Diario secreto y a su vez yo lo soy para ella.

- ¿Y que son esas prisas, Theo?.

- Hola, cielo. Baja conmigo y te lo explico, me está esperando alguien abajo.

Mi vida y la de Angélica se cruzaron hace un tiempo porque ambos estábamos buscando un piso compartido, cuando ambos nos dolíamos de un amor que no pudo ser y necesitábamos de una mano amiga. Posteriormente a aquello, si alguna vez alguno de nosotros se notaba desfallecer, con una llamada y una cita en algún coqueto Bar, ambos nos devolvíamos las fuerzas. Gracias a ella me conseguí superar de una época en la cuál comencé a escribir solo para mí y me negaba a dar a conocer mis trabajos. Pero Angélica tiene una fuerza increíble en personalidad. Consiguió convencerme para publicar esos trabajos y me hizo ver mis valores como persona. Estúpido de mí que, últimamente, no había acudido a ella cegado por completo en esta historia. Y ahora, cruzando nuestras miradas, me arrepentí seriamente de no haberlo hablado mucho antes con Angélica.

- Angélica, estoy muy confuso.

- ¿No puedes anular esta cita?. Podemos irnos a algún sitio y lo hablamos.

- Imposible. Ven conmigo a ver a esta persona y me das tu opinión sobre este asunto. Me vas a decir que llegas demasiado tarde, pero creo que he tomado un camino sin señalizar, no se donde va y además hace rato que dejé atrás la parte asfaltada.

Llegamos al Bar y la presenté al taxista. En un momento Angélica estuvo al hilo de la historia y también se enteró, conmigo, de la última parte que yo aún no conocía. Jesús nos lo contó con pelos y señales, me dejó pálido, mi estómago dio un vuelco y salí corriendo a los servicios. En ellos dejé mi asco y mis fuerzas, pero no pude dejar el amor.

De vuelta a la mesa del Bar observé que ninguno de los dos hablaba. Me senté y Angélica tapó con su mano la mía, que descansaba sobre la mesa. En un gesto cariñoso y con una mirada de ternura oprimió levemente mi mano. Aún no se la intención de su gesto, pero yo lo interpreté como si Angélica prefiriese sacrificarse ella por mí, dándome a entender que me amaba, veladamente, más que a nada, que olvidase mi Diosa y marchase con ella. Empezaba a anochecer, el día había pasado demasiado rápido para mí y el día siguiente era decisivo, muy decisivo. Yo no encontré palabras y me levanté decidido a irme a casa. Ni Angélica ni Jesús dijeron nada, pero ella retuvo, dolorosamente, mi mano hasta que la tensión de la separación la hizo soltarla. Pero como gran mujer que es no dijo nada y consiguió dejarme un buen recuerdo de la escena.

De regreso a mi casa, al entrar, seguía el piso casi vacío. Sobre el sofá del salón descansaba, su menuda figura, nuestra compañera de piso Marta. La saludé al pasar y me fui a mi habitación. Allí estaba el Diario del taxista. Lo cogí con rabia y comencé a partirlo con furia, con desesperación. El ruido atrajo a Marta a mi cuarto que, se quedó apoyada en el marco de la puerta, observándome.

- Theo, ¿Estaría feo si te dijese que me apetece irme de copas contigo esta noche?.

- ¿Hay algo que celebrar?.

- Nada en absoluto. En serio, no me interpretes mal. Dos compañeros de piso pueden salir a tomar unas copas, supongo.

- ¿Esta noche, ahora?.

- ¿Por qué no?, nunca hemos salido juntos, siempre estás muy ocupado de aquí para allá.

- Marta, llévame contigo. Quiero hoy desahogarme de algo y no se de qué.

Marchamos juntos y ella me llevó a una Discoteca de esas que suelen estar abiertas hasta el amanecer. Bebimos unos cubatas y nos contamos mutuamente nuestras vidas. Es curioso, vivir tanto tiempo junto a unas personas y no conocerlas. Quiero decir, que no sabes de su vida personal, de sus problemas, de sus anhelos, de su trabajo. Y son personas, vidas humanas a tu lado, tan cerca de ti, compartiendo el mismo techo. Creo que debo dedicarme, de ahora en adelante, a conocer más y mejor a las personas que tengo más cerca de mí todos los días.

domingo, 18 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo VIII - El Amor)

Como una bala Jesús sacó sus llaves del coche y corrió a abrir las puertezuelas. Tras él echó a andar la bella desconocida y luego les seguí yo. El morbo me hizo contemplarla más detenidamente de espaldas. Por detrás se la veía tan bonita como por el resto de sus ángulos. Sé que es absurdo pero, secretamente escudriñé cada rincón de su anatomía por ver si la descubría algo parecido a una tapadera de caja o algo así. Lo gracioso podría ser si me encontraba con alguna inscripción “Made in Japan”.

- Escritor, ¿Por qué no empleas tu humor en cosas mejores?.

Esta vez si que me pude quedar helado. Y si no reacciono a tiempo, el taxista arranca con su suave costumbre y me arrastra por tierra, agarrado a mi portezuela.

- ¿Tienes el don de la telepatía?.

- No quieras saber demasiado.

Y me regaló una sonrisa. ¡Madre mía!, era la primera vez que la vi sonreírse. Y me había sonreído a mí. Abandonó por un instante su gélido semblante para sonreírme a mí.

- Venga ya, Theo, decidme de qué va el chiste.

Jesús se había molestado, o, ¿Parecían celos?. Yo estaba sentado delante, a su lado, y la chica iba sola en el asiento posterior.

- No es nada, Jesús, si lo comparas con el global de lo que está ocurriéndonos últimamente. Nos ha resultado que podemos comunicarnos con ella por el pensamiento.

- Algo de eso ya he notado yo antes. ¿Puedes realmente leernos el pensamiento?.

- Hace un rato te diste cuenta de que no has ido a por ese neumático que dejaste arreglando en el taller.

- ¡Asombroso!, es cierto, me acordé antes del puñetero neumático. Chica eres un fenómeno.

- Y además es bonita, ¿Verdad?.

- Estoy muy contento, Theo. Ayer mismo me deshacía en penas por esta mujer y ya empezaba a dudar de mi mismo y de los rumores. Y ahora, aquí estoy, llevo toda la mañana en su compañía y me gusta, me gusta, que carajo, Theo, estoy feliz.

Al volverme a mirar al asiento de ella tuve que borrar mi sonrisa. Ella le estaba mirando a Jesús y su bonito rostro reflejaba pena y amargura. No quise comentar nada, que extraño fenómeno.

- Ya estamos llegando.

Y como suele suceder en las ciudades pequeñas, el trayecto era corto y no daba para más. Entramos con el Taxi hasta la rampa principal y Jesús aparcó en un reservado cerca de la entrada.

- Ahora podéis marcharos.

- Ni hablar, aquí te esperamos preciosa. Ya te dije esta mañana que hoy voy a ser tu sombra hasta que no averigüe algo más sobre ti y no acepto tus negativas.

- Jesús, deberías dejarla que...

- Bien, tu lo has querido. Espérame aquí que no tardo nada.

Y acto seguido se bajó del coche y la vimos entrar, como dos tontos, por la puerta del Hospital.

- Theo, has estado a punto de estropearme el plan. ¿Qué te propones?, ¿Quedártela para ti solito?. Es mía, comprendes lo que te digo, la conoces gracias a mí y no voy a consentir que me la quites. Amigos o no quédate con mi maldito Diario, ya no me hace falta para nada. Ni tú tampoco, quédate al margen de esto.

- Mira Jesús, razona un poco. A mi me gusta también la chica, caramba. Pero no te enfades tanto, olvida tus celos y escucha, escúchame primero un rato. Esta mujer es muy extraña, bastante. ¿No has notado algo raro en ella cuando entraba ahí, en el edificio?.

- ¿Y que tenía que notar?, la he observado ya muy detenidamente y he notado lo que ya sabía yo desde un principio, que está buenísima, imponente.

- Ahí es donde quiero ir a parar. Este monumento de mujer, capaz de dejar las braguetas masculinas en pié de guerra allí por donde pasa, acaba de cruzar esa puerta. Antes de entrar ha visto un señor de mediana edad, dos enfermeros de esa Ambulancia, un jubilado y al celador de la puerta.

- ¿Si?, y qué.

- Pues bien, todos ellos la han mirado y la han ignorado. Vamos, que yo me cruzo con un bombón así y me notan todos la cara de tonto que pongo al verla.

- ¿Y ellos la han ignorado?. ¿Por qué?.

- Jesús, antes me decías del miedo, del terror que te producía esa chica. Yo también tengo es misma sensación a su lado.

- ¿De ahí provienen esas preguntas tontas en tu portal?.

- Es parte de eso, de mis sospechas. Y cada vez tengo más sospechas. Y estas me sugieren una teoría.

- Explícamelo, me gustan las novelas esas que escriben de misterio.

- Jesús, creo que cada hombre la mira de la forma que ella quiere que la vean. Dicho en otras palabras. Yo soy muy detallista y debido a ese, llamémoslo don, escribo mis libros. Veamos pues uno de los detalles. ¿Por qué en tu Diario la describes físicamente como a una mujer rubia?.

- Anda, mira este. Porque salta a la vista que tiene unos cabellos rubio platino de estrella de cine.

- Jesús, apúntame un tanto. Si llego a diez puntos prométeme que nos largamos corriendo de aquí. Mira, para mi, para que te enteres, tiene una preciosa melena negra de ébano. Y sus ojos son dos preciosos dardos de color gris acero.

- Son azules, Theo, azules como el cielo de una hermosa tarde de verano.

- Apúntame otro tanto. Y van dos. Voy a por el tercero. Su tez es morena, casi de gitana, pero muy brillante.

- Su tez es blanca, algo sonrosada, con unas graciosas pecas diminutas a ambos lados de su nariz y su cara parece fruta madura de melocotón.

- Ya me apuntas cinco y voy por la mitad. No tiene pecas, tan solo un gracioso lunar diminuto cerca de su boca. Y en cuanto a su cara, no tiene melocotón, pero está igual de rica. ¿Te rindes?.

- Entonces, según tu teoría, mismamente esos la habrán visto como a una anciana, quizás.

- Exacto, Jesús, has dado en el clavo.

- ¿Y quién es ella?. En tu portal la hiciste ciertas preguntas... ¡Claro!, piensas que es una marciana.

- Tu ríete, pero la situación puede resultar tan grave como ella mismo dice. No se por qué me salieron esas preguntas. Ahora estoy convencido de que esa chica es de la estratosfera para abajo.

- Una Diosa, una vidente, una bruja. Algo de eso me comentabas ayer en el Taxi. Si, me preguntabas que te parecía que me hubiese enamorado de una Diosa. ¿Puede ser eso, una Diosa?.

- No. Tiene cuerpo de Diosa, pero no creo que lo sea. Ni bruja, ni vidente.

- Entonces, ¿Qué nos queda, lo sobrenatural?, ¿Un espíritu burlón o algo así parecido?.

- No, tampoco creo eso. Y no te rías que esto va muy en serio.

- ¿Sabes lo que te digo?, que mires, allí viene otra vez. Ahora, Theo, vas a ser bueno y nos vas a decir que tienes que hacer una visita a un amigo enfermo y te bajas del coche, te excusas y hasta pronto, nos dejas a ella y a mi solitos. Ya te contaré a qué sabe su melocotón de Diosa.

- De acuerdo, señor grosero. Tu sabrás lo que haces y ya me contarás, pues claro que me lo tienes que contar. No olvides que me dejaste tu Diario, tengo una historia para un libro, pero me debes un final que no tengo, para el libro, me lo debes, engreído. Y por si acaso estábamos equivocados, me debes al menos el favor de ser tu padrino de boda.

- ¿El padrino?, ¿Qué coño de padrino?.

- Si, porque es el segundo en besar a la novia después del novio.

- ¿Sí?, pues acuérdate, escritorcillo de mierda, que en nuestro sueño tu te llevabas la peor parte.

Ese comentario suyo pareció volvernos a la realidad. Nos quedamos observándonos en silencio. Ninguno dijo nada, las pruebas de que algo raro nos pasaba eran irrefutables. Unos segundos después ella llegó, abrió la puerta del coche y se sentó, pero no llegó a decir nada. Jesús y yo nos volvimos a mirarla y ambos comprobamos que su semblante era triste.

- Chicos, no me gusta mi trabajo. Vámonos.

- Ahora mismo nos vamos.

- Espera Jesús, me parece que yo me quedo, he de hacer una visita importante.

Ninguno dijo nada, pero pude ver en el taxista algo parecido a una súplica en su rostro. Realmente en su interior él no deseaba que yo me fuese. Me bajé del Taxi, cerré la puerta y les vi marchar. Ella me contempló durante unos instantes a través de la ventanilla trasera. Se despedía de mi con la mirada. Al rato comenzó a llover. Miré el reloj y vi que era tarde para comer y mi estómago protestaba. Decidí entrar en algún Bar y picar de algo sólido que me sirviera como de comida y merienda. Pero los únicos que vi por esa zona estaban sirviendo ya el café y la copa a sus clientes y de comer no tenían ya nada por la barra. Pedí un café, por todo alimento, en uno de ellos.

Mis pensamientos divagaron y por un largo rato me desconecté del mundo de alrededor. Allí estaba yo, sentado solo, reflexionando sobre todo lo sucedido anteriormente durante poco mas de 24 horas, contemplando el sucio despojo de una taza vacía de café. Entonces empecé a valorarme, era mi yo cuerpo en discordia con mi yo razón. Descubrí que seguía enamorado de esa endiablada mujer. Analicé profundamente mi existencia, mi vida. Estaba en paz con mi trabajo, tan solo debía un libro a mi Editor, nada mas. Suelo regalar cariño, pero ahora ni me lo deben, ni lo debo, ni tengo a quién regalarlo. Vivo en casa acompañado de mucha gente, pero estoy solo. Tengo demasiados amigos, pero sigo solo. Dejo mi solitaria huella allí por donde paso y tengo la mala costumbre de mirar mas hacia atrás que hacia delante. Quizás porque dejo un camino con luz y ante mi solo diviso la entrada de un oscuro túnel. No se lo que hay al otro lado, ni tan siquiera lo intuyo. No hago planes para ese futuro. A mi edad se que puedo llegar perfectamente al año 2000 en la plenitud de mi vida y sin embargo aún se me antoja una fecha de Ciencia Ficción. Quizás mi obra póstuma e importante sea, tan solo, un epitafio sobre mi tumba.


Al final decidí salir a la lluvia porque mi cabeza ya se estaba llenando de imágenes de mi funeral. Caminé largo rato y me mojé bastante. De pronto, sin saber donde me encontraba, empezó a darme la sensación de que ese momento ya lo había vivido una vez en mi vida o en sueños. Recordaba cada detalle, la calle, la acera, la lluvia, pero no la tarde. Giré sobre mis talones buscando un local o portal de referencia y contemplé extasiado una fachada que no me era desconocida. Inmediatamente reconocí la Iglesia y la escena. Tan solo faltaba el Taxi de Jesús a la puerta. Igual que un autómata me encaminé a la puerta principal y penetré en su interior. La misma nave, el mismo olor, el mismo viejo cura. Y al fondo, sobre el altar, la misma imagen que me contemplaba. Me acerqué observándola detenidamente, con una corazonada en mi pecho. Pero no era ella. La imagen era muy hermosa, si, pero no era mi bella desconocida, ni sus ojos. Me senté frente a ella y el viejo cura me observó. Debí resultarle conocido porque no me dijo nada y se fue a su sacristía envuelto en el mismo eco de bisagras

domingo, 11 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo VII - La Pesadilla Sigue)

Y cuando pude articular una palabra procuré que mi voz la llegase lo más natural posible. Algo difícil en esos momentos.

- Bien ya estás a gusto. Aquí estoy yo en mi casa, hablando tranquilamente contigo, no me ha pasado nada y tu anoche tuviste una sesión continua de pesadilla. Lo que debes hacer es no cenar tanto nunca antes de acostarte.

- Pues cené lo normal, como todos los días. ¿Sabes una cosa?. Es que si no te lo digo reviento.

- Hija, dímela.

- Mi madre tiene hoy un enfado, de los de morro que se lo rasca a distancia.

- ¿Qué la pasa?. ¿Lo sabes?.

- La he preguntado y dice que no es nada, tan solo que ha pasado una mala noche. Que también ha tenido pesadillas... contigo.

- Mira hija, luego te llamo yo. Han llamado a la puerta y no estoy muy presentable. Hasta luego.

- Hasta luego, llámame. Y... Papi, cuídate mucho, por favor.

- Descuida hija, adiós.

Mentira trapera, no habían llamado a la puerta. Pero si no cuelgo rápido hubiese hecho aguas menores encima. Del sudor frío había pasado a la piel de gallina, conforme iba la niña explicándose. Y de repente, como guinda del pastel, al decirme lo de su madre, me entró una tremenda necesidad del bajo vientre y me abalancé dentro del cuarto de baño. Mi sexto sentido ya para entonces tenía los fusibles a punto de estallar. Esto no es nada normal pero no me hacía falta preguntar a su madre qué tipo de pesadilla tuvo esta noche. Como digo, mi sexto sentido y mi séptimo y mi octavo, todos, todos, me decían que, algo había hecho alguien para que tres personas tuviesen el mismo sueño.

Claro que podía suceder que su madre hubiese tenido otra clase de pesadillas. Incluso yo aún las tengo de ella. Una que se me repetía mucho y que ahora ya voy olvidando, tiene que ver con un viaje que me resultó sonado. A mi siempre me ha gustado el campismo y, desde pequeño que me iba con mis padres, en cuanto tengo la ocasión agarro la “Canadiense” y me voy de acampada. Incluso, ya en nuestra Luna de Miel enganché una “Roulotte” y nos fuimos a la Costa Mediterránea. Pero esa fue otra pesadilla. La actual es otra algo parecida. Ya en el Verano de 1989, en un intento de salvar el matrimonio, decidimos irnos de vacaciones. Digo decidimos por algo decir. Es realidad siempre ella me dejaba a mi las decisiones, pero, al final, como quién no quiere la cosa, ella se salía siempre con la suya. Aunque los dos somos del mismo signo Tauro zodiacal y algo cabezotas, como digo, ella siempre se salía con la suya. Es una mujer que no la debe gustar la responsabilidad de tomar decisiones. Siempre que la preguntaba, al salir de paseo, o al ir a comprar algo, para cualquier cosa, siempre me contestaba lo mismo: “Lo que tú digas, lo que tú quieras, donde tú digas”. Al final, aquí el mortal humano se equivocaba, como siempre nos equivocamos los hombres. Y luego venían las frases de ella: “Tú lo decidiste, no yo”, “Es culpa tuya”, “Tú lo quisiste”. Es parecido a lo de ordenar el tirar una piedra y una vez roto el escaparate el pagano es siempre el propietario de la mano que la lanzó.

Pero es curioso. Yo terminaba decidiendo, me equivocaba y acabamos haciendo lo que ella quería y así nunca se equivocaba. De todas formas ella tiene un poder de fuerza de voluntad increíble. Cuando se la mete algo entre ceja y ceja los demás sobramos, si no somos de su utilidad y entonces tenemos que apartarnos. Muy fría y calculadora y muy querida de sí misma. Solo cariñosa cuando no hay problemas económicos por medio. A ella no la vale el dicho ese de “Contigo pan y cebolla”. Amiga de subirse a caballo de los demás cuando algo se propone y una vez llegado a su destino deja al caballo extenuado y ella se baja tan fresca. Es que solo se quiere a sí misma.

Pues aquél verano puse un enganche al coche. Mi padre nos dejó su “Roulotte” y empezó el viaje a la pesadilla. La primera preocupación surgió de ella y era, como no: “¿Tienes suficiente dinero para irnos de vacaciones?”. Mi respuesta: “Es igual, llevo doce años sin unas largas vacaciones de Verano, me quiero ir a la costa, respirar o reviento en la Ciudad”. La segunda preocupación era el lugar. Se presentaba un Verano muy caluroso y me apetecía ir al Norte, me gusta más el Norte, me gusta mucho, más fresquito, a la orillita del Mar, cerca de esas verdes costas. Ella deseaba ir al Sur que no conocía y también, a la orilla del Mar. Al Sur en pleno Verano Español, que locura. ¡Ah!, pero es que el coche tiene Aire Acondicionado. ¡Leches!, pero la “Roulotte” no. Ni que decir tiene que me senté al volante y me enfrenté al duro recorrido de la Carretera Nacional del Sur. ¡Que viaje!.

Ya puestos me apetecía ir a Huelva, a un Camping tranquilo cerca del Parque Nacional del Coto de Doñana. ¡Oye!, si el Presidente del Gobierno va allí en sus vacaciones, ¿Por qué yo no?. Nada, que acabamos en el Puerto de Santamaría, en Cádiz, en un Camping Municipal y con un montón de kilómetros en mi cuerpecito serrano. Ese Verano me quedé sin ver Huelva y Doñana y juré regresar a verlo al año siguiente. ¿Por qué acabamos en Cádiz?, porque a ella la apetecía. El resultado no fue el reflote de nuestro matrimonio, sino, el naufragio. Tampoco sirvió de nada el alto que habíamos hecho en el camino, en Sevilla, la Ciudad Romántica, Perla del Guadalquivir.

Como digo, ese Verano prometía ser muy caluroso y lo fue. Se registraron las mayores temperaturas del Siglo XX. Yo agarré una insolación tremenda paseando por las calles de Cádiz y para colmo un corte de digestión por culpa de unos huevos con tomate en uno de sus restaurantes. Y allí me encontraba yo, a cientos de kilómetros de casa, con 39 de fiebre, una diarrea impresionante, vómitos de angustia, dentro de una “Roulotte” a pleno sol, con 40 grados de temperatura en el exterior y unos 70 en el interior, en un Camping que sufría cortes de agua todos los días a partir de las nueve de la noche por la sequía de los pantanos.

No llegué a morirme, pero no me acuerdo de nada, ni del tiempo que pasé en ese estado febril. Solo recuerdo vagamente mis continuos paseos a los retretes y que nunca encontraba ninguno limpio y sin moscas. Pasados unos días mi primer alimento recomendado por un camarero, consistió en un Gazpacho Andaluz, muy bueno, fresquito, que me quitó todos los males y me puso el estómago en su sitio, o sea, de la boca para abajo. No así el trasero, pura herida ya, que pedía a gritos “polvitos de talco”, como a los niños pequeños escociditos.

Pero la vuelta al hogar no fue mejor que la ida. La temperatura exterior, cruzando Sevilla y Extremadura, iba en aumento, y a pesar del Acondicionado se pasaba mucho calor en ese infierno. Me pasé todo el camino rezando sin quitar la vista del indicador de temperatura de motor del coche, que se obstinaba en sobrepasar la zona crítica. Si hervía el agua del radiador no era por el esfuerzo del coche arrastrando el remolque. Era porque afuera la temperatura del aire estaba fundiendo el asfalto.

Posteriormente a aquél Verano, concretamente a primeros de 1990, en Invierno, la siguiente decisión obstinada que ella tomó fue pedirme la separación. Y aún hoy sigo creyendo que fue la única en la que ella acertó, por una vez en su vida.

Mientras me acuerdo de todo esto descargo mi vejiga y me hago de cruces pensando en la coincidencia de tantos sueños. ¿Y que hacía el taxista en los sueños de personas que si siquiera le conocen?. Vete tú a saber. A ver si resulta que en vez de una novela de amor voy a encontrar material suficiente para escribir una de Ciencia-Ficción. Ahora voy a cambiarme que ya he perdido demasiado tiempo.

Casi no oí que llamaban a la puerta. Y yo continuaba en pijama. Y como pasa el tiempo últimamente. Corrí a abrir y me topé cara a cara con el taxista.

- Si, no me lo digas, aún estoy sin arreglar y no te lo tomo en serio.

- Pues date prisa que ya está bien contigo. Los demás nos molestamos y tu tan ricamente.

- ¿Dónde está la chica, decías que venía contigo?.

- Ha quedado abajo y no quiere subir. Temo que se nos escape. Venga, corre a vestirte.

- Bien, siéntate ahí y me esperas. En seguida me cambio y bajamos rápido.

Corrí a mi habitación, me vestí en un instante y pasé al cuarto de baño. Mientras tanto, Jesús se había sentado en la sala de estar y curioseaba todo. Traté de imaginarme otra vez, cuál sería el final de esta rocambolesca historia. Se me antojaban varios finales que siempre les ponemos los autores de novela, que, al fin, la chica se casaba con el escritor y que además resultaba ser una hermana del taxista que emigró de pequeñita con unos tíos suyos y que ahora se habían reencontrado. Muy bonito, ojalá fuera así mismo de fácil.

Cuando entré en la sala de estar, el taxista se estaba mordiendo las uñas.

- Dime Jesús, ¿Nos daría tiempo a charlar tu y yo un ratito antes de bajar?.

- No quiero arriesgarme a llegar abajo y que ella se haya perdido de nuevo.

- Está bien, te advierto que ya ardo en deseos de conocerla. Vámonos, levanta de ahí.

- Podemos ir hablando mientras bajamos. Especialmente sobre ese sueño de anoche y que tu y yo conocemos bien.

Intenté quedarme helado, pero no fui capaz. En vez de eso abrí, como un tonto nervioso, la puerta de la calle y acto seguido salimos ambos de casa. Mientras esperábamos al ascensor noté que él se había dado cuenta de que acababa de dar en la diana. Pero no añadió ningún comentario más.

- Jesús, ¿Qué está pasando realmente?.

- Hablé con ella, Theo, es extraordinaria. La encontré por la calle esta mañana, la llamé y al principio me rehuyó. Pero luego la acorralé y acabó cediendo... un poco nada más. Me habló de ti y de mí. Theo, ¡Sabía que la buscábamos!, ¡Dios mío!, ¿Te das cuenta?. Me dijo lo mismo que antes a ti por teléfono, que la olvidáramos. Y mientras me hablaba, frente a mí, yo la deseaba aún más, la miraba y la deseaba. Y sé que después de mi historia, mi Diario y de todo esto, tú también la quieres, me lo ha dicho ella misma. Y yo te partiría tu cabeza, por ella, por celos simplemente. Tranquilo, no lo voy ha hacer. Pero solo me detiene un motivo.

Yo le miraba boquiabierto y no le quise preguntar nada. Entonces él prosiguió.

- Mira Theo, la quiero, sabes que la quiero con toda mi alma. Paro cuando la tengo frente a mí, tan hermosa y deseable, al alcance de mi mano, tengo miedo. No es miedo tímido, no. Simplemente que la misma atracción que ella me produce, me repele al mismo tiempo, se me erizan los cabellos, tengo miedo, Theo, miedo no, terror, sí eso es, siento terror.

Antes de que pudiese contestarle la puerta del ascensor se abrió y me quedé fascinado. Al fondo del portal, al trasluz de la puerta había una figura. Era ella, con toda su magnitud de belleza. Tal y como la había deseado. Ella me miró y entonces nuestros ojos se encontraron y creí morirme. Me pareció como si me fuese a zambullir en esos dos preciosos estanques cristalinos y entonces la fuerte sensación de vértigo me invadió y a punto estuve de perder el conocimiento. Me recuperé inmediatamente porque cerré mis ojos y esa misteriosa fuerza desapareció. Volví a abrirlos y procurando no mirarla fijamente empecé a interesarme por ese fenómeno.

- Mujer, ¿Quién eres?.

- Nadie.

¡Dios mío!, hasta su voz era perfecta.

- ¿Qué quieres de mí?.

- Vosotros me habéis llamado, no yo.

- ¿Eres de ésta Ciudad?.

- Soy del Mundo.

La situación era ridícula, una entrevista de locos en un portal. Para acabar de rematarlo una idea surcó mi cabeza.

- ¿Eres una extraterrestre?, ya sabes visitante del espacio exterior, enviada para alguna misión.

- Nadie me envía. Solo soy yo misma.

- ¿Eres algún robot humano, hecho con alguna especie nueva de energía, quizá?.

- Todos somos energía, él, tu y yo.

- ¿Qué te trae a ésta Ciudad?.

- La vida es así.

- ¿Por qué nos conoces tan bien?.

- Vosotros me hacéis perder el tiempo. Ahora que me habéis visto alejaros de mi. Aún no estáis preparados, no os convengo.

La situación se me escapaba de las manos. La había preguntado pero no me había dicho nada, absolutamente nada. Como empecé a intuir una buena historia, rápidamente me puse a pensar en cómo convencerla para seguir a su lado. Antes de que algo ocurrente se me viniese a la cabeza Jesús se me adelantó.

- ¿Cómo te llamas?.

- Tengo muchos nombres.

- Mira, preciosidad, como te llames. Antes no me lo has querido decir y ahora tampoco. ¿Qué te parece, si tienes de verdad tanta prisa, que te lleve en mi taxi y así ganas tiempo?. Y no me digas un no porque no te lo acepto.

- Bien, llévame. Peor para ti.

- Esperad un momento, un momento. Que yo también voy con vosotros.

- Tú eres más listo que él. Vuelve arriba, a tu casa. Aún estás a tiempo.

- Ni hablar. Donde vaya Jesús voy yo. Eso lo tengo más que súper decidido, preciosa.

- Y yo estoy de acuerdo con Theo.

- Escucha, escritor. De mi puedes que saques una buena historia, nada más, pero no vivirás para escribirla.

- ¿Tan peligrosa eres?.

- Dicho está que no te conviene mi presencia a tu lado.

- Venga ya, vámonos los tres, me dices donde te llevo y todo esto lo vamos hablando por el camino, si tanta prisa tienes.

- Sois muy testarudos. Bien, taxista, llévame al Hospital Clínico, que tengo algo que recoger allí.

martes, 6 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo VI - La Pesadilla)

Volver a mi cuarto y cerrar la puerta se me antojó otra dimensión. Ese maldito Diario me atraía con fuerza. Una vez acostado en mi cama volví a sucumbir a su magnetismo al abrir sus hojas, como drogado, robándome mi voluntad. Ya no se trataba de curiosidad, ni de una simple lectura. Prácticamente me estaba devorando de página en página, y algo, posiblemente alguien, empezaba a tomar una especie de determinada forma en mi cabeza, adaptándose como un gorro interior. Había algo mas, algo muy superior, presente en cada palabra escrita, escondido tras los sucesivos puntos y comas de cada frase.

Llegado un momento de la lectura me descubrí a mi mismo casi dormido y como si alguien me fuese recitando cada palabra. Y parecía voz de mujer. Con un respingo me reincorporé en mi cama, encendí el resto de las luces y me llevé las manos a la cara. Me estaba dejando llevar por un miedo infantil con la luz apagada. Tranquilízate, Theo, aquí no hay nadie más, solamente estás tú y estás cansado y con sueño, nada más. Mis amigos tienen razón, últimamente te cuidas poco y la debilidad suele traer mareos y alucinaciones. Pero acabé dejando encendidas todas las luces.

Comencé a meditar sobre todo esto y sobre nada. Contemplé el reloj, demasiado tarde, casi es la hora en la cual hasta Drácula se va a dormir. El Diario estaba casi ya agotado y tan solo quedaban algunas páginas más que presentían el final. Había alguien más pero ahora ya debía estar dentro de mi. En el siguiente momento no supe lo que era y atraído, una vez más, por el cuaderno, me propuse acabar de leerlo de una vez. Como dice esa canción de un grupo conocido: “El amante de fuego; siento alguien dentro que me quema y me da miedo, que me habla y me dice que viva, que le tengo que ser fiel, que mi amor es de él”.

Total, unas hojas más, además ardía en deseos por saber el final de tanta maravilla que me estaba dejando un cierto regusto como el de los vinos malos, falsificados con etiquetas de vinos de calidad; Te llenan los ojos, te llenan la boca, pero el sabor que te dejan al final, delatan su triste origen.

Entonces, digo, reanudé la lectura y al pasar la siguiente hoja encontré el resto de ellas en blanco. No había final. Me sentía algo así como estafado. De pronto recordé que esto era un Diario, no un libro, por eso es lógico que esté inacabado. Pero, ¿Cuál sería el final?. Divagando en ello y clasificando mentalmente varios posibles finales, me quedé en los mismísimos brazos de Morfeo. Y soñé, vaya que si soñé. Nada más y nada menos que soñar intensamente, con escenarios reales, o casi reales y también... allí estaba Jesús y había alguien más con él. Cuando el taxista, en mi sueño, me vio puso cara de espanto y abriendo mucho su boca me hacia gestos, no, hablaba, pero yo no le oía, solo veía sus gestos de que me marchara, estaba él visiblemente muy preocupado. Y yo no le oía, no le oía. No es que yo no quisiera oírle aunque me esforzaba. Es que no existía ruido alguno. Yo solo veía un mogollón de muecas y ningún sonido. Para desesperación de él empecé a avanzar hacia la otra persona, que se encontraba situada de tal modo que me daba la espalda, aunque, por su porte y figura, se adivinaba en la corta distancia de que se trataba de una mujer. Lentamente ésta comenzó a dar la vuelta sobre sí misma, hasta quedarse cara a cara conmigo. Era ella, ella, la chica que el taxista me describió, si, la destinataria de las más hermosas frases que él vertió en su íntimo Diario, ella, en síntesis, una mujer, por qué no decirlo, excepcional, haciendo posible eso de que una imagen tenga más valor que mil palabras.

Cuando los ojos de ella chocaron con los míos hubo tal fulgor que boté sobre mi cama, derribé la mesita de noche con el despertador y demás objetos, casi me abrí la cabeza y con todo ese jaleo me desperté, bañado en sudor, bañado en agua del vasito, con mis narices pegadas a una de mis zapatillas y con un despiste tal cual un camello en un garaje. Una sola cosa llenaba mi mente y comprendí todo lo que sentía mientras había leído el Diario... Me había enamorado, yo mismo lentamente, de la misma dama en discordia. Había caído, como tantos otros quizás, en el deseo y amor de una mujer fabricada con letra y rumores.

Creerlo es imposible. Lentamente, ese maldito Diario había sido el vehículo, el tornillo que taladró mi dura corteza. Estaba en un compromiso. Debía decírselo a Jesús que me había ocurrido a mi también. Pero Jesús podía ser celoso, yo lo soy algo. Era una situación embarazosa. Comprobé alarmado que estaba a punto de amanecer y yo aún estaba agotado, con mucho sueño. Pero sentía mi corazón como a los veinte años. Tal vez pudiese conseguir dormir otro ratito. Entonces el miedo se apoderó de mi. Deseaba entender, querer saber, ¿Qué quería decirme, advertirme Jesús en mi sueño?. Recordaba su cara de espanto, no parecía la cara de un hombre celoso que ve acercarse a un posible competidor. Había algo más. Últimamente, mi sexto sentido estaba demasiado alerta y queriéndome decir algo. Pero... la cara, los ojos femeninos de ella aún me llenaban de nuevo y, mi amor, el corazón entero, se me volvía de una asquerosa ternura y... ¿Miedo?, si mucho miedo. Siempre era también ese maldito miedo.

Luego pude conciliar el sueño. Peri si soñé de nuevo no me acuerdo. Unas horas después, que se me pasaron solo segundos, el fuerte timbreteo del teléfono me despertó. Sobresaltado, (¿Por qué ando yo de sobresalto en sobresalto?), y con el corazón ya en plan locomotora exprés miré el reloj. Entraba demasiada luz solar en mi habitación. Rápidamente me incorporé, con un quejido ahogado en mi garganta. Era ya tarde, muy tarde, quizás Mediodía y seguro que el del teléfono era el taxista protestando por mi “plantón” en la Iglesia donde habíamos quedado. Pero él no tiene mi número de teléfono y en las guías yo no figuro con el nombre que él conoce. Aturdido, más aún, levanté el auricular...

- Sí, dígame.

- ¿Eres tú, Theo?.

Estupendo, era voz de mujer.

- El mismo, ¿Qué ocurre?, ¿Quién eres?.

- Eso no importa mucho, escucha, tu amigo, el taxista, te espera hace rato. Habla con él y abandonad inmediatamente esta locura.

- ¿Qué me dices?. ¿Pero quién eres?. ¿De qué locura me hablas?.

- No va a beneficiaros en nada. Es muy peligroso. La vida es corta, muy corta, aprovechadla.

- ¡Por Dios!, chica, ¿Quién eres?.

- No preguntes lo que tu ya sabes.

Clic.

- Espera, ¿Oye?...

Por el auricular ya solo se escuchaba el sonido de la estática. Era claro que mi interlocutora ya no estaba al otro lado del hilo. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. ¡Era ella!. ¿Pero, cómo?... ¿Cómo demonios sabía lo de nosotros y ella?. Me sentí más confuso aún y mi cabeza despejada ya al máximo, sin sueño. Pensé en darme una buena ducha y reflexionaría esta locura. Ni siquiera me dijo su nombre. ¿Por qué dijo eso de que debíamos aprovechar la corta vida?. Era una diosa, una bruja, una adivina. Tonterías, mi imaginación siempre sale a volar antes de tiempo. Esto debe ser una broma. Si, eso es, una broma. Porque, vamos por partes y en orden: Un taxista, al que no conozco de nada, me abre su corazón para ganar mi amistad. Me habla de una mujer, de tal forma que prenda en mí, con toda seguridad, un interés por ella. El y ella ya se conocen, son amigos, novios o vete tú a saber. Luego ella me llama y me siembra incertidumbre. Posteriormente, si no me equivoco, ella se dejará ver por mí y... ¿Y qué. No le veo sentido alguno. ¿Una estafa?, yo no soy rico. ¿Un secuestro?, y quién me iba a echar de menos a mí. Pudiera ser que quisiesen publicar su Diario gracias a mi conexión. Entonces, ¿Qué otra cosa pretenderán de mí, o, a través de mí?. Me molesta ser utilizado por alguien sin saber yo el motivo. Me pondré en estado de alerta, voy a seguirles la corriente. Por algún resquicio tienen que resbalarse y descubriré todo ese pastel. Ya se sabe que la imaginación es, a la vez, la mejor amiga y la peor enemiga del hombre.

Siempre tengo que tener cuidado con esta ducha y me he vuelto a abrasar con el grifo de agua caliente. No puede ser, me integro tanto en un tema que luego se me escapan los mínimos detalles cotidianos. Pronto, el teléfono volvió a sonar insistentemente y dudé entre salir desnudo de la ducha o dejarlo sonar. A estas horas del Mediodía no hay nadie en esta casa, solo yo, luego, esa llamada debe ser para mí. Pero si lo dejo sonar a lo mejor luego llama otra vez quien sea. De todas formas me temo que, un día de estos, tenemos que poner un aparatito de esos con contestador automático. Los odio, pero no tenemos otra solución, se nos está haciendo más imprescindible día a día. Y este teléfono que sigue sonando. Y yo que sigo en la ducha. Decidido, el que sea que vuelva a llamar más tarde.

Y el “puñetero” teléfono volvió a sonar. Y yo volví a sobresaltarme. Menos mal que esta vez me pilló en la cocina.

- ¿Sí?, dígame.

- ¿Theo?, soy Jesús.

- ¿Y como demonios tienes tú mi teléfono?.

- Ella me lo ha dado.

- ¿Ella?, ¿Quién ella?.

- La misma que ambos estamos pensando. Escucha, tengo que verte urgentemente, ahora mismo, Theo.

- Pues mira tú que prisas. Primero tengo que vestirme, arreglarme y si estás lejos de aquí lo que tarde yo en ir a tu encuentro.

- Pues ven desnudo o volando o como quieras, pero ven rápido. Estoy con ella en un Bar y no quiero que se me escape. ¡Por favor, amigo, ayúdame!.

¡Tate!, el pastel empieza a tomar forma. Antes me ha llamado ella y seguro que ya se encontraba junto a él, esperándome juntos. Y ahora me llama él, con la excusa de la prisa. Tendré que ir con pies de plomo.

- ¿Jesús?, y digo yo que te acerques tú por mi casa y de paso te la traes a ella contigo. Vamos, si el traerla aquí no te supone el que tengas que secuestrarla.

- Un momento...

Oigo, mejor dicho, no oigo nada. Jesús ha debido tapar el aparato con la mano y estarán decidiendo juntos lo que van a hacer. Sigo con pies de plomo. Aunque se que me estoy arriesgando mucho, porque, no me acerco al cebo que me han puesto y sin embargo traigo al cazador a mi propia guarida.

- ¿Theo?.

- Dime.

- Me ha costado convencerla, pero vamos los dos para allá, a tu casa.

- ¿Ya sabes donde vivo?.

- Si, me lo ha dicho ella.

¡Zás!, lo dicho, ella está implicada y me ha seguido a mi casa. Bueno, dentro de lo malo posible, por lo menos la voy a conocer. Porque, tengo que reconocer, que me ha sabido llegar al corazón sin tan siquiera conocerla. Y ahora, en estos momentos, creo que siento algo más por ella.

- Está bien, aquí os espero y mientras me iré arreglando.

- De acuerdo, allá vamos.

Deben creer que tengo cara de tonto y que me estoy tragando todo eso. Si al menos salgo ileso de ésta podré escribir toda la historia al completo. Lo que no tengo claro es si va a ser una comedia o un drama. Y..., otra vez el teléfono. ¿Dónde he visto que venden esos contestadores?.

- ¡Dígame!.

Ya con un tono duro, algo enfadado. Hay que ponerse en mi lugar. Y como siempre... he vuelto a meter la pataza.

- ¡Hola, Papi!.

- ¡Hija mía!, perdona, no iba contigo el enfado, creí que era otra persona. Tienes un padre que es un bocazas.

- Mira rico, no me gusta que te insultes, además, yo me alegro de oír tu voz. Te llamo porque estaba sobresaltada con un sueño que he tenido y parecía tan real que tenía mis dudas. Después de mucho pensarlo he decidido llamarte. Ahora estoy mas calmada después de oírte y sé que todo era un mal sueño.

- Espera no me lo digas, yo te lo adivino. Seguro que soñabas que tu padre estaba con una chica extraña.

No sé como me salió así, pero así lo tiré.

- Exacto nene. Pero fallas en una cosa. Sí que era una mujer, pero no una chica. Era una mujer muy vieja.

- Y yo, ¿Qué hacía en tu sueño?.

- Corrías hacia otro amigo, no se quién de ellos, no lo vi claro o no lo reconocí. El caso es que ese amigo te hacía señas para que tu no te acercaras a él.

- ¿Y la mujer vieja?.

No sé si ella me lo notaba en la voz, pero yo estaba temblando de pies a cabeza.

- Ella estaba frente a tu amigo, de espaldas a ti, y, cuando te acercabas a ella, se volvió sonriendo. Te lo juro, era tan fea como una bruja de esas de los cuentos infantiles. Y te miró fijamente. Y tu... tu caíste fulminado ante ella.


Su voz me llegaba entrecortada. Una pesadilla así, en una niña aún, tratándose de su propio padre es catastrófica. Lo que ella no sabía, en estos momentos, es que yo hacía rato que me había dejado los temblores, luego, el sudor posterior y ahora me estaba quedando frío completamente.

domingo, 4 de enero de 2009

LAS DIOSAS NO SABEN SONREIR (Capitulo V - El Despertar)

Rápidamente me encerré en mi habitación después de comprobar que la casa estaba vacía en esos momentos. Realmente tenia sueño, porque esa mañana había “madrugado” para acudir a la Editorial. No obstante, el Diario del taxista me llamaba la atención y decidí echarle una ojeada. Al abrir el cuaderno me llevé varias sorpresas: La primera al comprobar que su letra era corriente y bien legible. La segunda sorpresa fue el encabezamiento de primera página, que rezaba así: “Amar a una Diosa...”. Otra sorpresa fue el aluvión de divinas palabras que continuaban y que se presentían escritas con el corazón, por alguien capaz de beberse un océano por el amor de una hembra.

Como dislumbré una larga y amena lectura, me situé mas cómodamente, no sin antes acudir, en primera visita a la cocina, a prepararme un buen tazón de café. Pronto el timbre de la puerta me sobresaltó, no esperaba visitas. Era mi hija.

- ¡Hola, majo!. Por fin te dejas ver.

- ¡Hola, preciosa!.

- ¿Estás muy ocupado o puedes recibirme?.

- Para ti sabes que nunca estoy ocupado. Otra cosa es que no me encuentres en casa cuando vienes.

- Ya.

- Es raro verte a estas horas por aquí. ¿Quieres algo?.

- Si. Quiero ver a mi padre.

- Bueno, pues, aquí me tienes. Y sabes que me ves muchas veces.

- Ya, pero no todas. Y tu también sabes que lo que me gustaría es verte todos los días.

- Mira, creo que nosotros aun no hemos tenido una conversación en serio. Pasa a mi cuarto y hablaremos mas tranquilamente. Creo que se a lo que vienes.

- Tu siempre sabes todo, pero no te enteras de nada.

- Ya empezamos. Habla de una vez... ¿Qué te pasa?.

Por toda contestación, se arrancó a llorar. Mi corazón pegó un vuelco estrepitoso. Nunca he conseguido superar el ver a una mujer llorando, pero tratándose de mi hija sentí mayor dolor. Al abrazarla sentía su cuerpo tibio contra en mío convulsionado y a mi mente acudieron los recuerdos. ¡Hace tan poco tiempo que yo la mecía entre mis brazos!. De repente la ví pequeña, tan pequeña. Si todavía era una niña. Pero llorando ya utiliza sus armas de mujer.

- Venga, venga, cariño. Ya pasó. Cálmate.

- No puedo, hoy me toca la vena sensiblera.

- Vamos cuéntamelo todo. Hablándolo se ve distinto.

- No se como empezar, quizás te moleste lo que te diga.

- No me va a molestar nada de lo que tu me digas. Un padre está para escuchar a su hija, entenderla, ayudarla en todo, nos moleste o no. Deja de llorar que te pones fea, siempre te lo digo. Además, sabes que eres lo único que quiero en este feo mundo.

- De eso se trata. Que soy la única. ¿Y mi madre?.

- Creí que eso ya lo teníamos superado, hija. Lo de tu madre pasó y así está la situación. No puedo ocultarte que después de tantos años de quererla, de estar día a día enamorado de ella, aún no se me ha borrado nada, ni creo que nunca se me borre. Siempre quedará ahí, en cada recuerdo y en cada rincón donde ambos estuvimos alguna vez juntos.

- ¿Y no crees que a ella la pase lo mismo?.

- Puede, pero su orgullo la obliga a superarlo. No olvides que fue ella la que me pidió la separación y que sus motivos tendría para dar un paso tan importante. Por supuesto que contábamos con tu reacción al tema.

- Pero os daba igual que yo opinase que no. Cuando me lo comunicasteis ya lo teníais todo decidido. ¿Y que me quedaba?. ¿Qué hubierais hecho si me planto y os digo que yo no estaba de acuerdo?. ¿Daríais un paso atrás?.

- Por mi parte sabes que si. Ella ya lo tenia decidido y hubiese pasado por encima de ti y de mi para conseguirlo. Mira, hija, tu puedes venir cuando quieras a verme, incluso puedes pasar las noches que quieras en mi casa, cuando a ti te apetezca. Tan solo se lo tienes que comunicar a tu madre por anticipado.

- Pero a ella no la gusta que venga tanto por aquí y menos a pasar alguna noche. Debe creer que me vais a pervertir entre tanto bruto suelto por esta casa.

- Mira, la decisión de venir es tuya y harás lo que te venga en gana. Solo tienes que decírselo a ella antes. Si a ella la gusta o no, que se lo aguante. Nosotros dos somos los perjudicados por su capricho y estamos en el mismo barco. Si ella pidió la separación y nos hizo tanto daño a ambos, a ti y a mi, y hemos llegado a esta situación por su culpa, encima que no nos pida mas egoísmos y que aprenda a callar de vez en cuando. Ya tiene lo que quería y nosotros no. No dejemos que nos haga mas daño y entre tu y yo nos tenemos que acomodar a esta mala situación lo mejor posible. Una solución ya no la tiene.

- ¿Tu crees de verdad que no tiene solución?. ¿Y si volvéis?. Ese es un fuerte deseo secreto que yo tengo. Veros juntos de nuevo.

- Hija, si algo tengo muy claro en mi vida es una sola cosa. Si tu madre algún día me pidiese volver de nuevo junto a ella yo no acudiría. Por muchos motivos.

- Dime alguno.

- No soy rencoroso pero ella, con su decisión me hizo daño, mucho daño. Si vuelvo siempre estaré con la duda de que vuelva a repetirse la escena tarde o temprano y otra vez yo a preparar maletas. Y un nuevo golpe no podré resistirlo. Te confesaré que de resultas de todo esto se me ha quedado la fea costumbre de ponerme en guardia, a la defensiva, cada vez que se me acerca una mujer. Sabes ya que soy muy sentimental, cariñoso y yo me pregunto siempre que voy a hacer con tanto amor que tengo dentro, que se está desperdiciando. Pues bien, basta que una mujer se me acerque, digamos cariñosa para que, como un resorte, me ponga a la defensiva. Pero todo ello por un motivo: No quiero que ninguna otra me haga daño otra vez, que empiece una relación seria y cuando tenga ganado hasta el último aliento de mi cariño, entonces me abandone como un trapo usado. Porque me dejaría así emocionalmente, como un trapo roto y sucio. Ya te digo que no soy rencoroso, que aguanto todo el daño que ella me hizo, pero, el daño que a ti te hizo no se lo perdonaré jamás, jamás. Los padres deberían anteponer siempre el interés de sus hijos al egoísmo propio.

- Pero, ¿Volverías con mi madre por mi?.

- Por ti yo me tragaría mis miedos e incertidumbre y sufriría cualquier martirio, llegando incluso a empeñar el resto de mis días, a cambiar infelicidad por felicidad. Pero para ti no seria conveniente vernos de nuevo juntos, no seria lo mismo. Notarias a cada instante que es un amor fingido, forzado, y seria peor. Y acabarías añorando, igual que ahora, aquellos ratos felices del pasado. Y el pasado es el pasado y el presente es lo que importa y el futuro es lo que tememos. Hay que pensar en el futuro, preparándolo en el presente y con la experiencia del pasado.

- En pocas palabras, que me va a dar lo mismo vosotros juntos que separados.

- Exactamente. Lo importante ahora es seguir siendo padre e hija, sin distanciamientos, vivir felices nuestro presente, ayudarnos para el futuro que nos amenaza y dejar el pasado solo para algunas ocasiones especiales, para algunas largas tardes de invierno, por ejemplo, en que los dos juntos demos un repaso al álbum de fotos.

- Me tengo que marchar ya. No me llevo soluciones pero ya me encuentro un poco mejor. Perdona si me pongo tonta algunas veces.

- No hija, si en eso has salido a mi. Yo tengo muchísimos ratos tontos, que se le va a hacer.

- Lo peor será cuando lleguen los días mas señalados de Navidad y otras fechas también señaladas.

- Para entonces hablaremos de nuevo y lloraremos otro poco.

- Dame un beso, y hasta la vista.

- Hasta la vista, hija.

Debieron pasar varios minutos hasta que me di cuenta de que yo seguía allí, de pié, frente a la puerta de la calle por donde ella marchó, mirando a la nada. Durante esos momentos volví a recordar aquella niña pequeñita, llorando entre mis brazos, tan inocente e indefensa y los maravillosos ratos que nos proporcionó a su madre y a mi contemplarla dormidita en su cunita, una niña tan bonita. Reflexioné ante la inocencia de los hijos. Y luego dicen de las calamidades que deben afrontar los padres. Y no se piensa en que la peor parte la llevan siempre los hijos, que no tienen la culpa de venir a este mundo, que no son llamados, que nosotros los traemos. Que sufren la llegada inicial con un llanto y nosotros con una alegría. Que sufren una educación que nosotros les imponemos y que creemos justa. Y por último, que sufren una separación del cariño de sus padres porque nosotros también se lo imponemos. Entonces, ¿Qué les queda a ellos para imponernos?. ¿Qué les queda para defenderse de nosotros?. ¿Por qué no puedo sufrir yo solo y sin que también tenga que sufrir un inocente?.

Hundido y destrozado emocionalmente volví a mi habitación y me encerré con rabia. Interiormente para aislarme del mundo y de esa pesada carga. Pero no se puede disfrazar una realidad, ni en la Ciudad, ni en el desierto. Siempre será una realidad y solo nos queda la medicina de la fantasía para deformarla por un rato. Me tropecé con el Diario, de nuevo el Diario. He aquí una fantasía momentánea, una medicina para ayudarme ahora a olvidar un ratito la realidad. Volví a abrir sus páginas y su fantasía comenzó a absorberme, comenzaba a hacerme efecto su droga. A medida que avanzaba entre los renglones del cuaderno empecé a descubrir un mundo completamente distinto, casi sobrenatural. Este loco de Jesús llenaba páginas y mas páginas, ora con sus sueños, ora con sus divagaciones. Y allí estaba yo, leyendo los mas recónditos secretos de un corazón humano rematadamente loco de amor. Y parece mentira lo que es capaz de hacer el amor, y el cerebro, nuestro cerebro, es capaz de imaginar las mas hermosas palabras y también las mas obscenas y soeces, pero, el amor consigue abrir solo las compuertas de las primeras y deja las segundas para cuando otra viscosa adrenalina inunda nuestra materia gris y nuestro bajo vientre.

Avanzar en esa lectura era alucinante. Pasadas algunas horas y absorto en él, descubrí que ya no me encontraba solo en casa. Diversos ruidos familiares y una música de decibelios al límite de la frecuencia del tímpano humano me retornó, de nuevo, a la realidad. Miré el reloj para sorprenderme de que me había “perdido” durante varias horas entre un enorme conglomerado de sopa de letras. Casi entumecido abrí la puerta de mi cuarto y los presentes, habitantes conmigo del resto de la casa, se quedaron inmóviles al verme. Estaba claro que yo era ahora el centro de atención y eso me incomodó un poco.

- ¿Estamos molestando, Theo?.

- No, descuida, solo quiero comprobar que he vuelto a al realidad de la casa.

- Oye, que si te hemos cortado el “plan”, perdona chico, no nos dimos cuenta que estabas ya en casa y bien acompañado.

- Pero, ¿Qué decís?, si estaba yo solito, leyendo.

- Pues por la cara que tienes parece como si estabas “faenando”.

- Si no me crees, Alberto, entra en mi habitación y comprueba tu mismo. Estaba yo solo y leyendo un libro que hoy me han prestado.

- Theo, deberías cuidar un poco tu salud, te aseguro que parecías tal que un zombi saliendo de tu cuarto y si tu rostro ahora no está reflejando las secuelas de una batalla entre sábanas y muy dura, por cierto, es que andas mal de salud y eso en ti es preocupante, bastante.

- Yo siempre he creído que las batallitas entre sábanas estaban recomendadas como el mejor ejercicio, y no al revés. Gracias por preocuparos por mí. Tenéis toda la razón, necesito descansar y voy a dormir un poco. Procurad ser buenos.

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